Cuando Volvo lanzó el primer S40 en 1996 pudo cumplir uno de los dos objetivos que se había planteado la marca: plantar cara a las berlinas medias alemanas con un coche que encajaba de lleno en el segmento D. La intención era también rejuvenecer la imagen de Volvo y atraer a un público más joven, lo cual no se llegó a conseguir del todo. Persistieron con la segunda generación tanto en su versión sedán como en el familiar, este Volvo V50 al que hoy dedicamos estas líneas.
Para su denominación se continuó con el recurso de cambiar el número como en los modelos más grandes de la marca ,a fin de crear una gama separada como ocurrió con los V70 y S60, aunque en el caso del V50 se trataba prácticamente del mismo coche que el S40 (II) del que derivaba.
Esta vez se recurrió a la plataforma del Ford Focus (II) (el anterior S40 la compartía con el Mitsubishi Carisma), si bien su posicionamiento le dejaba en el corazón del segmento de las berlinas medias. Tenía una longitud de 4,52 metros para una distancia entre ejes de 2.640 mm, algo menos que un Audi A4 o BMW Serie 3, a los cuales superaba en anchura de vías.
Por tanto, emplear la plataforma de un compacto no suponía un problema, sobre todo porque en lo estético no había ni rastro del modelo del óvalo. Las líneas del V50 resultaban inequívocamente Volvo desde cualquier ángulo, comenzando con un frontal asimilable al resto de los modelos de su catálogo.
En la zaga se recuperaban los grupos ópticos verticales a diferencia del anterior V40, y asimismo se abandonaba la luneta tendida frente a otra más vertical sin llegar a una imagen tan cúbica como en el V70 u otros familiares anteriores. El conjunto resultaba bastante atractivo para los amantes de los vehículos familiares, clientela especialmente importante para la firma sueca no solo por su larga tradición, sino por el elevado porcentaje de ventas de estas carrocerías en muchos países.
En el interior llamaba la atención la simpleza de líneas, casi minimalista, principalmente por la enorme zona de una sola pieza frente al acompañante y el diseño de la consola flotante que liberaba un hueco poco accesible tras ella en el que poder guardar objetos. Esta parte visible del salpicadero podía estar recubierta con efecto aluminio, madera o de plástico transparente. La distribución dejaba una considerable superficie lisa, aunque a costa de que algunos botones fuesen demasiado pequeños para poder manejarlos sin dificultad.
Estos contrastaban con los cuatro controles giratorios, de buen tamaño, con los que regular el volumen de la radio, emisoras o funciones del climatizador como la velocidad del ventilador o el ajuste de temperatura. Todo ello podíamos visualizarlo en una pequeña pantalla en la parte superior, justo por debajo de las salidas de aireación.
En cuanto a la instrumentación, encontrábamos también dos pequeñas pantallas donde consultar datos del ordenador, temperatura o el cuentakilómetros. Para las funciones básicas se recurría a dos grandes esferas con grafías de aspecto sencillo que guardaban el minimalismo general de un interior que, como buena marca de aspiración Premium, podía personalizarse con numerosas opciones como las citadas molduras o distintas tapicerías de tela o cuero.
La gama de motores inicial le alejaba del Focus del que derivaba, especialmente en las versiones de gasolina, al ofrecer únicamente bloques de cinco cilindros: el 2.4 con 140 o 170 CV, y el 2.5 T5 turboalimentado de 220 CV. En el caso del diésel se recurría al 2 litros de PSA-Ford con idéntica potencia: 136 CV.
La gama se fue completando con versiones básicas tanto en gasolina como en diésel, convirtiéndose en el escalón de acceso un tranquilo 1.6 de 100 CV o el 1.6 de gasóleo con 109 CV. También hubo versiones FlexiFuel impulsadas con bioetanol E85 o gasolina convencional. Asimismo, se ofreció el D5 con cinco cilindros y 180 CV, la versión ideal para compaginar elevadas prestaciones con bajos consumos.
La combinación de este amplio abanico de motores, junto con tres niveles de acabado (Kinetic, Momentum y Summun), así como cajas de cambio manuales o automáticas y la posibilidad de tracción total en el T5, configuraban una gama realmente amplia que cubría prácticamente todas las necesidades con precios. Estos oscilaban entre 23.000 y 43.000 euros de 2004 (unos 30.000 y 57.000 euros actuales).
De cara al año 2008 sufrió un pequeño restyling con cambios sutiles en la carrocería y modificaciones en algunos motores, como el aumento de potencia del T5 a 230 CV o la aparición de la económica versión DRIVe con motor diésel que homologaba un consumo de solo 3,8 litros/100 km. Sin embargo, la novedad más importante recayó en el nuevo acabado R-Design, que le otorgaba una estética muy deportiva que aumentaba su atractivo.
Pero no todo era perfecto en el Volvo V50, siendo su principal defecto una capacidad de maletero de tan solo 417 litros o unas plazas traseras que no destacaban por su amplitud. Era el precio a pagar por conseguir un diseño que cautivara al público reticente a este tipo de carrocerías y supieran apreciar que la versatilidad no estaba reñida con la imagen quedando ya lejos aquella asociación de los Volvo familiares como “coches de muertos”.
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Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Buen artículo! Yo tengo desde 2020 un V50 D3 de 2011, de la última actualización que se hizo de este modelo. Siempre tuve una especial debilidad por los Volvos, y cuando tuve la oportunidad de hacerme con él a buen precio, no lo dudé (y no me arrepiento!). El motor es uno de los últimos cinco cilindros que la marca usó, con buenas prestaciones, consumo contenido y ese tacto especial que le da el cilindro extra. Eso sí, el maletero es casi ridículo para un familiar de ese tamaño, sobre todo por la poca altura que tiene desde el suelo… Leer más »