Después de varias semanas escribiendo sobre berlinas, esos coches ideales para viajar largas distancias y prácticamente olvidados hoy en día, toca el turno de cambiar de segmento. En vez de centrarme hoy en un solo segmento he elegido un coche que coqueteaba con dos categorías distintas y con el que pocos se atreverían a abandonar la ciudad con las garantías que sí ofrecían (y siguen ofreciendo) las citadas berlinas.
El coche del día de hoy es el Opel Agila (A), un intento de vehículo urbano con tintes de monovolumen inusual por estos lares allá por comienzos de siglo, pero muy común en Japón y alrededores. De hecho, y como muchos sabréis, el Agila no era más que un Suzuki Wagon R+ con el logo de la marca del rayo en el frontal de una carrocería que no aportaba apenas cambios con respecto al modelo japonés, aunque este se fabricara en Europa, curiosamente en una factoría distinta a la de la versión de Opel.
Al estilo de una ciudad con espacio limitado para expandirse que necesitaba recurrir a los rascacielos para ganar espacio, en el país del Sol Naciente pensaron lo mismo, iniciando en los años 90 una moda con la que el diseño de sus coches crecía a lo alto por las limitaciones fiscales para vehículos de longitud y anchura reducidas. Con ellos se conseguía esta característica silueta de monoespacio, aunque no era su intención inicial, sino ofrecer la sensación de amplitud con el desahogo sobre las cabezas.
Con una longitud de 3,5 metros, anchura de 1,62 y una altura superior a la de un Zafira (1.695 mm), la imagen proyectada por el pequeño Opel Agila (A) no dejaba lugar a dudas acerca de sus capacidades, tanto positivas como negativas, pues ya se intuía que en carretera abierta la altura no iba a ser una aliada. En un formato tan pequeño, las líneas casi cúbicas propiciaban un habitáculo bien aprovechado, aunque limitado a cuatro ocupantes.
No había problemas de anchura para ellos ni delante ni en los asientos posteriores, donde además se disfrutaba de un hueco para las piernas digno. Obviamente, hacia arriba los centímetros sobraban. Asimismo, quedaba espacio suficiente para un maletero con una capacidad de 240 litros, pocos en términos relativos para considerarlo un monovolumen de uso familiar, pero muchos en términos absolutos dadas sus cotas exteriores.
No obstante, no se supo aprovechar todas las posibilidades tomadas de los monovolúmenes, lo cual le hubiese convertido en un coche aún más atractivo (no literalmente, se entiende). Por ejemplo, la banqueta trasera no estaba situada en un plano superior con respecto a los asientos delanteros, lo que habría dejado margen para mejorar un par de aspectos.
Por un lado, al viajar en ellos las piernas irían menos flexionadas, por lo que la sensación de amplitud se hubiese acrecentado. Por otro, situarse más arriba y poder ver por encima de los asientos delanteros favorece no marearse en caso de que los osados ocupantes se atrevieran a viajar largas distancias a bordo de un coche como el Opel Agila.
El segundo aspecto que hubiese incrementado las posibilidades del interior pasaba por una sencilla banqueta trasera deslizante con la que poder variar el espacio destinado a los ocupantes o priorizar el maletero. En este sentido, el Agila se conformaba con un respaldo dividido en dos mitades simétricas, aunque al abatirlas la base del asiento descendía unos centímetros para dejar una superficie de carga completamente plana y muy aprovechable.
En cuanto a las plazas delanteras, conductor y acompañante viajaban con cierto desahogo sin que sus codos se rozasen en exceso tanto entre ellos como con las puertas, cuyo diseño vertical conseguía que quedasen algo más separadas de los asientos que en otros coches igual de pequeños. La forma base del salpicadero era compartida con el modelo de Suzuki, aunque con algunos detalles propios de Opel como los interruptores del equipo de audio o el volante.
También en el Agila las tapicerías eran mucho más coloridas y vistosas y que, junto a llamativos colores del exterior, otorgaban un conjunto juvenil y desenfadado. Desde el punto de vista de la practicidad, encontrábamos huecos para impedimenta repartidos por el habitáculo, destacando las generosas bolsas de las puertas, la guantera cerrada y otra abierta bajo aquella o un par de portalatas delante de la palanca de cambios.
En definitiva, un aspecto interior sencillo, pero lo suficientemente ergónomico y sólido como para hacer la vida a bordo agradable. A ello se sumaba un equipamiento sin grandes lujos, pero con lo imprescindible. De esta forma, los elevalunas y espejos eléctricos eran de serie, así como el airbag de conductor o cierre centralizado.
Quedaban como opción el airbag del pasajero o los laterales, ABS, aire acondicionado y detalles exteriores como el techo solar, las llantas de aleación o los faros antiniebla. Su mayor carencia era la falta de regulación de altura tanto del volante como del asiento del conductor con la que hallar una postura óptima o al menos más natural.
La oferta mecánica inicial estaba compuesta por dos motores de gasolina. El de acceso lo cubría el 1.0 de tres cilindros y 12 válvulas estrenado por el Corsa ECO, que erogaba 58 CV y 85 Nm de par, por lo que no podían esperarse buenas prestaciones a pesar del notable rendimiento del motor. Homologaba una velocidad máxima de 142 km/h y un 0 a 100 km/h en 18 segundos. El consumo medio se estimaba en 6,3 l/100 km.
Resultaba, por tanto, más interesante dar el salto al 1.2 16v, más cuando les separaban 600 euros de diferencia en la tarifa oficial. Con el más potente se llegaba a los 75 CV, consiguiendo elevar la velocidad a 155 km/h, con una evidente ganancia en aceleración corta gracias a los 13,5 segundos que requería, una cifra mucho menos desesperante. Además, el consumo apenas se incrementaba en un par de décimas.
Con este motor no se convertía en un rutero con el que emprender largos viajes, por las limitaciones de la carrocería elevada, con la que el viento lateral se convertía en un enemigo a batir. La distancia entre ejes de 2,36 metros no era especialmente corta como para no contar con un buen aplomo, pero las vías resultaban estrechas en comparación, con 1.420 mm delante y 1.390 detrás.
Por ello no se entiende demasiado que Opel se animara a montar también en su pequeño vano el motor diésel de 1.248 cc de origen Fiat con 69 CV, introducido aprovechando el restyling de 2003 como Opel Agila 1.3 CDTI, con el que su imagen cambiaba levemente. Para un uso urbano no compensaba el desembolso extra de 1.170 euros de la época que la marca del rayo exigía para esta versión con respecto al 1.2 de gasolina.
Y es que inicialmente el precio era una de las grandes bazas del Agila, cuyas tarifas cuando fue lanzado en 2000 partían de 9.000 euros (unos 13.200 euros de hoy). Algo más que modelos coreanos como el Hyudai Atos, pero en línea de coches europeos del estilo Renault Twingo (I), menos capaces en cuanto a habitabilidad.
A pesar de que el Opel Agila era un vehículo muy completo por lo que ofrecía en un tamaño pequeño, la versatilidad de sus cinco puertas o el rendimiento de sus motores, lo cierto es que pasó inadvertido en nuestras ciudades quizá por un detalle tan simple como su diseño. Porque había que renunciar a tener un coche bonito para ganar en todo lo demás.
Sin embargo, su segunda generación no corrió mejor suerte, y eso que en el Agila (B) se puso más empeño en la estética. En general, el segmento A es bastante minoritario y, salvo excepciones como el Fiat 500, pocos son los que logran hacerse un hueco en un mercado donde casi cualquier segmento B cumple con mayor solvencia a cambio de un pequeño desembolso extra.
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Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Yo tengo uno del 2001 con 311.000 km. Lo compré como Km. O y me vino con muchos extras. Espero que me dure mucho km más
es diesel el tuyo o gasolina?
Gasolina
gracias