La nueva generación del Toyota Celica oscila entre rumores y declaraciones oficiales que parecen dar por hecho su regreso, un regreso que ya está siendo celebrado y me anoto, pues cuando se habla de confiabilidad japonesa, el retirado hace casi dos décadas es un exponente difícil de objetar. El Celica es una eminencia, es el coche que quisiera conducir a diario, con su histórico punto justo de deportividad, sin ir demasiado lejos, pues para eso se creó el Supra a partir de él. Un Toyota para el día a día. Ni modesto, ni insoportablemente llamativo, en el buen sentido del término.
Debo decir que hasta su fin de ciclo en 2006, el Toyota Celica ha crecido y envejecido bien, pero no pretendo aquí una retrospectiva de todas sus generaciones, sino un salto a la primera, a los comienzos, a sus orígenes como un pionero para el mercado japonés, pues hablar de este ícono nipón es hablar del primer Pony Car que conocieron las calles del país. Un dos/tres puertas que no le escapó a la tendencia de buscar nuevos clientes ofreciendo un tipo de vehículo alternativo al sedán de época.
De aquel Salón del Automóvil de Tokio 1970 hacia la posteridad. La faceta más atrevida del Corona, el modelo base, hacía su estreno como cupé hardtop de dos puertas en aquel encuentro de 54 años atrás. Un año después le llegaría el turno al prototipo del cual derivaría la mencionada carrocería pionera: en el Tokio Auto Show 1971, el Toyota SV-1 nos adelantaba ese primer Pony Car, el Celica LB 1973, el primer liftback, el que de inmediato sería catalogado como el “Mustang japonés”.
Con esta versión estaba a las claras el paralelismo con el fastback con el que la firma del óvalo había revolucionado el mercado americano a mediados de los sesenta. Pero la competencia no se limitaba a la cuestión del concepto de diseño y de la necesidad de ampliarse a un segmento atrapante para el conductor joven, tal como lo había demostrado el Mustang. También se planteaba desde lo estratégico, ya que Toyota ofreció para estos primeros Celica un sistema de personalización y configuración.
Esta estrategia consistía, al igual que como Ford lo había hecho con su deportivo, en abrir el juego dándole al cliente la libertad de seleccionar y combinar acabados exterior e interior, equipamiento y componentes mecánicos. A saber, la marca permitía optar elegir entre motores –el primero era un 1.4 y luego había tres niveles del 1.6 refrigerado por agua– y tres cajas de cambios –la manual, que podía ser de cuatro o cinco velocidades, y una automática de tres–, entre otras especificaciones.
El cupé de techo rígido tenía su encanto, claro, pero quería rendir un breve tributo a aquel fastback, porque sin él, de hecho, no hubiese existido el Supra tal como lo conocimos a finales de los años setenta como su tope de gama. ¿Qué más recuerdas del Celica liftback de primera generación? Te leo en los comentarios.
Mauro Blanco
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