Las siglas GTI han estado unidas a varias marcas, pero históricamente nos llevan a pensar en Volkswagen en general y el Golf en particular. Desde que el primer Golf GTI fuese presentado en 1976, los de Wolfsburgo no se decidieron a incorporarlas a otros modelos, recurriendo a apellidos como el GT (para el Vento, por ejemplo) o G40 en el caso del Polo. Hubo que esperar al año 2000 tras el facelift de la tercera generación (6N2) para disfrutar de un Volkswagen Polo GTI.
Esto en realidad hay que matizarlo, pues hubo una edición limitada a 3.000 unidades en el pre-styling, pero no pasó de ahí y no se convirtió en un acabado más, así que si queríamos un Polo algo prestacional nos debíamos conformar con el 1.4 16v de 100 CV. Poco después el mítico apellido se extendió al pequeño Lupo –así como al Arosa Sport-, desvirtuando en boca de muchos el concepto inicial de un “Gran Turismo Inyección”…
Con el Lupo GTI compartía motor el Polo GTI, un 1.6 atmosférico de 16 válvulas que entregaba 125 CV que le alejaban por potencia o prestaciones de los reyes de la categoría: Peugeot 206 GTI, Renault Clio 16v, SEAT Ibiza Cupra o Fiat Punto HGT. En Volkswagen declaraban 125 CV y un par de 152 Nm que, unidos a un peso de apenas 1.000 kilos permitían ofrecer prestaciones dignas de un coche de aspiraciones deportivas: 205 km/h de velocidad máxima y una aceleración de 0 a 100 km/h en 8,7 segundos.
Con un sistema de distribución variable y unos acertados desarrollos del cambio, el GTI daba lo mejor de sí en un amplio rango entre 2.500 y 6.000 revoluciones, por lo que el agrado de uso se imponía a un rendimiento rabiosamente deportivo en el que disfrutar en la zona alta del cuentavueltas.
Era por tanto más burgués que sus rivales, y eso se notaba también en el comportamiento, casi impecable, pero sin proporcionar las sensaciones esperables en un pequeño GTI. Con unas suspensiones más rígidas que en el resto de Polo y el control de estabilidad de serie, el bastidor asumía sin problemas la potencia de este tope de gama ya fuera en autopistas o carreteras reviradas. No obstante, le faltaba algo del carácter con el que sí contaban otros utilitarios con espíritu RACER.
Con un motor de más potencia y cilindrada, el Polo GTI hubiese resultado mucho más apetecible. Un 206 GTI no le ponía las cosas nada fáciles a este Volkswagen
Para poder convertirse en todo un GTI también tenía que parecerlo, y en este sentido se buscó diferenciarlo del resto de la gama Polo con algún detalle, aunque sin estridencias. Se montó una parrilla de tipo «nido de abeja» pintada en negro y presidida por el logo GTI, así como faldones laterales y un pequeño alerón sobre el portón.
Pero eran las preciosas llantas BBS de 15 pulgadas las que redondeaban el conjunto para dotarle de esa imagen diferenciadora en lo estético, pues más allá de los aditamentos de la carrocería, el Polo GTI presumía de un nivel de equipamiento muy superior al resto de Polo y modelos de la competencia.
Equipaba de serie faros de xenón con lavafaros, tapicería de cuero integral o climatizador automático. Cierto es que todo ello había que pagarlo, y al final el Polo GTI no era precisamente un modelo barato de adquirir. Su tarifa de 18.000 euros del año 2000 (unos 26.900 de ahora), le alejaban demasiado de los precios en los que se movían sus rivales, en torno a 3.000 euros menos.
A cambio nos llevábamos un coche muy bien hecho y equipado, lo bastante rápido como para disfrutar al volante y lo suficientemente estable como para no poner en aprietos a ningún conductor. Sin embargo, le faltaba algo de chispa para ser considerado un GTI con mayúsculas.
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Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS