Hasta hace un puñado de años, los motores diésel dominaban las ventas europeas. Era tal la importancia y la popularidad de estos motores, que era vital contar con alguna opción dentro del catálogo para obtener unas buenas ventas. De hecho, se llegó a un nivel en el cual, marcas como Bentley, Porsche y Maserati, añadieron esta tecnología a sus ofertas. Fueron decisiones muy criticadas, pero lo mismo ocurre ahora con los SUV; o tienes o no estarás en el pastel.
A comienzo del Siglo XXI, había una serie de modelos que dominaban las listas de ventas mes a mes, gracias, entre otras cosas, a sus motores diésel: SEAT León, Citroën Xsara y Ford Focus. Tres compactos que se han ganado un hueco en la historia del automóvil por sus batallas entre los usuarios, por copar foros y por ser los favoritos de una generación. Serán auténticos clásicos, sin lugar a dudas. De los tres, el Focus fue el último en llegar, al menos en lo referente a un propulsor diésel realmente interesante. Mientras sus rivales lo daban todo con sus motores TDI y HDi de 110 CV, el Focus se tenía que conformar con motor diésel de 100 CV, que si bien ofrecía un buen rendimiento general, no estaban a la altura de los otros dos.
Fue en 2001 cuando la firma americana puso en liza un motor que convirtió al Focus nuevamente en un rival a batir. En aquel año se lanzó el 1.8 TDCi de 115 CV, un propulsor que necesitaba el Focus como agua de mayo, para poder mantener el tirón de ventas al que se había llegado en el caso del León y el Xsara. Hay que reconocer que el Fod Focus fue todo un acierto, un éxito notable de los americanos tras el fiasco de las ultimas generaciones del Ford Escort. Es más, esas últimas generaciones del Escort, fueron el detonante para la llegada del Focus con el que, junto al León, fue uno de los mejores chasis del segmento. Sirva solo de ejemplo que, entre 2001 y 2002, con una comercialización paralela entre Europa y Estados Unidos, el Focus se convirtió en el coche más vendido del mundo.
Si dejamos eso de lado y nos centramos en el motor, cabe recordar que este motor contribuyó a que el Focus aumentara sus ventas notablemente, pues junto al acabado Sport, fue una opción muy solicitada por los usuarios más jóvenes. Las raíces de este motor se remontan a 1988, aunque en realidad era una evolución del TDdi de 90 CV, del que se diferenciaba por la cámara de combustión –que incluyó en el pistón, como en los mejores motores diésel–, el turbo –de geometría variable– y en la alimentación –primer diésel de Ford con inyección por conducto común–.
La cilindrada era la menor del mercado en aquel momento, pues mientras Volkswagen apostaba por un 1.9 y PSA por un 2.0, por ejemplo, Ford puso en el Focus un motor con 1.753 centímetros cúbicos capaz de rendir 85 kW –115,6 CV– a 3.800 revoluciones y 250 Nm de par a solo 1.800 revoluciones. La culata solo tenía dos válvulas por cilindro, el cambio era manual de cinco relaciones y los consumo homologados eran de 5,4 litros cada 100 kilómetros. Ya se sabe que en aquellos años, los ciclos de homologación permitían cifras muy bajas y al parecer, según algunos foros, lo normal era conseguir cifras un litro más altas de media.
Todavía se pueden ver unidades circular por las calles, un claro vestigio de cuando los motores diésel dominaron las calles y de cuando los compactos eran la referencia en ventas.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS