Hace dos décadas Renault tenía en su cartera de modelos un coche eléctrico. Sí, has leído bien. No era ni el ZOE ni el Twizy, sino un simple Clio de primera generación adaptado a la tecnología limpia. Se trató un intento más de convencer a las administraciones de que un coche movido sin gasolina era posible -Citroën tenía por entonces un AX similar-, porque en la práctica aún había un largo camino por recorrer. Y esto en el Clio Electrique era literalmente imposible, pues su autonomía apenas llegaba a los 80 kilómetros oficiales que en la práctica se reducían notablemente.
Pero en 1997 estábamos ya demasiado encandilados por la fiebre de los diésel que prometían más de 1.000 kilómetros sin repostar. Con esto no quiero decir que la causa de que el Clio Electrique no cuajase fueran los automóviles de gasóleo, pues las limitaciones de los coches eléctricos aún eran muchas.
Era un coche eminentemente urbano porque además sus prestaciones no resultaban adecuadas para carretera, debido a una velocidad máxima de 90 km/h. Pese al aumento de peso las cualidades dinámicas del Clio convencional se mantenían, por lo que poner en aprietos al bastidor era una tarea tan difícil como pretender rebasar los límites de velocidad en autovía. Era el coche ideal a prueba de multas y con el que no casaba el pegadizo estribillo del famoso anuncio del Clio en el que un solitario hombre cantaba “Gueropaaaa” cada vez que el utilitario francés pasaba delante de él a toda velocidad (tampoco lo hubiera escuchado acercarse).
A golpe de vista nada le hacía diferenciarse de sus hermanos de gama, hasta que nos fijábamos en la aleta derecha para encontrar la trampilla del acceso a su toma de corriente. Utilizaba un cable de uso doméstico conectado a un enchufe de 220 V que requerían de mucha paciencia y tiempo para recargarlo. En el maletero se perdían unos litros para poder dar cabida a unas baterías que rozaban los 300 kilos de peso. El litio todavía no se perfilaba para estos menesteres.
Al margen de la autonomía o la falta de infraestructuras, todos sabemos cuál es el otro escollo de los vehículos eléctricos: su precio. En 1997 el Clio Electrique tenía una tarifa en nuestro país de 3.900.000 pesetas sin impuestos, lo que venían a ser unos 23.400 euros. La gama Clio de entonces se movía en un rango de entre 1,5 y 3,2 millones (9.000 y 19.000 euros), y con impuestos. Era demasiado pronto para él.
Aunque el Clio Electrique no fuese un coche atractivo para uso particular, fue de alabar que una marca como Renault se atreviera a lanzar una opción paralela a los coches de combustión para ir abriendo boca tratando de dejar claro que las alternativas a la gasolina eran posibles. Y entonces dejó pasar el tiempo y presentó el ZOE para ofrecer el coche eléctrico -decente- más barato del mercado.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS