Aunque no tuvo eco en modelos posteriormente llevados a serie, el Renault Vesta II de 1987 es uno de los prototipos más interesantes en toda la historia de la casa del rombo. Pero vayamos al comienzo de su génesis. O mejor dicho, incluso unos años antes. Hasta comienzos de los años setenta. Una época en la que los nuevos retos presentes en el automovilismo dieron como fruto la colaboración entre lo público y lo privado. Un fenómeno con diversas líneas de actuación donde conviene ir abriéndose paso punto por punto. Veamos. Para empezar, especialmente en Europa los años sesenta fueron testigos del incremento exponencial en la venta de vehículos privados.
Fruto de ello, la motorización de la población se hizo masiva con automóviles como el Mini, el R4 o el 500. Algo que redundó en un enorme incremento del tráfico; capaz de hacer realmente preocupantes las cifras en todo lo relativo a la mortalidad en accidentes. Así las cosas, tanto en diversos países europeos como en los Estados Unidos las administraciones públicas lanzaron programas de ayuda a la creación de prototipos con soluciones de seguridad susceptibles de poder aplicarse a la gran serie. Gracias a ello, pudimos ver diseños como el de los FIAT ESV. Además, las consecuencias de la Crisis del Petróleo de 1973 incentivaron otro tipo de colaboración centrada en la eficiencia en el consumo.
Al fin y al cabo, aquella crisis puso encima de la mesa la enorme fragilidad sufrida por toda economía dependiente de los hidrocarburos. De esta manera, en Alemania se incentivó la investigación orientada a rebajar el consumo de gasolina. Algo de lo que tomó buena nota Volkswagen aunque también en países como Francia se lanzaron programas similares. De hecho, en 1980 el Ministerio de Industria galo presentó uno definido por el objetivo de lograr un vehículo que consumiera menos de tres litros cada cien kilómetros. Llegados a este punto, de todos los trabajos realizados al amparo de esta convocatoria fue el Renault Vesta II el más llamativo y eficiente. No en vano, en 1987 logró el récord mundial de consumo con una marca de 1,94 litros a una media de 110,9 kilómetros por hora.
Aunque finalmente no se pensó para la producción en serie porque el coste de fabricación hubiera sido muy alto, este ejercicio de diseño logró combinar un excelente consumo con la habitabilidad de un Supercinco
Renault Vesta II, la eficiencia por encima de todo
Entre los más aficionados a los prototipos, seguro que aún está fresca la imagen de Ferdinand Piëch llegando a la Asamblea Anual del Grupo Volkswagen del año 2002 pilotando el 1L. Capaz de consumir menos de un litro de gasolina por cada cien kilómetros, este vehículo experimental fue todo un hito en la historia de la eficiencia. Eso sí, tenía truco. Y es que, al fin y al cabo, era tan estrecho y ligero que sólo cabían dos personas albergadas en sendos asientos uno detrás del otro. Es decir, por interesante que fuera el 1L no podía aspirar a ser un vehículo de producción en serie capaz de cubrir amplios segmentos de mercado.
Sin embargo, justo ahí viene el aspecto más interesante del Renault Vesta II porque, a pesar de su aspecto compacto y bastante futurista, su habitáculo venía a tener el mismo espacio útil que el interior del Supercinco. Un dato esencial, pues testimonia cómo aquí la casa del rombo logró combinar unos consumos reducidísimos con un coche que sí hubiera sido creíble a la hora de llegar a los concesionarios. Ahora, ¿cómo logró esta síntesis? Bien, para empezar tenemos que tener en cuenta su aerodinámica. Profusamente estudiada para llegar hasta un Cx de 0,18 gracias a sus volúmenes limpios acabados con un corte trasero estilo Kammback.
Además, el peso total quedaba en unos más que escuetos 473 kilos. Todo ello gracias al uso de materiales compuestos en el chasis, mezclando fibra de vidrio y resina sin, por cierto, mermar los niveles de seguridad. Es más, el Renault Vesta II cumplía a la perfección con las homologaciones requeridas en materia de choques para 1987.
Su aerodinámica se debe a uno de los mejores trabajos de la época en ese campo, mientras que la ligereza cuenta al magnesio como uno de los responsables
No obstante, los consumos del Renault Vesta II no hubieran sido posibles sin su motor alimentado por gasolina Súper 97. De tres cilindros en línea y con una cilindrada de 716 centímetros cúbicos, su funcionamiento se reguló mediante toda clase de mecanismos electrónicos a fin de mejorar su eficiencia. Y eso por no hablar del uso de materiales como el aluminio o el magnesio de cara a bajar su peso lo máximo posible. Como potencia máxima declaraba 27 CV y como velocidad punta casi 140 kilómetros por hora. Prestaciones que, ligadas al peso y la aerodinámica, hacían de este ensayo un diseño tan interesante como creíble. Eso sí, precisamente toda aquella tecnología punta no hacía rentable su producción en gran serie. El motivo racional – y financiero – por el cual nada del mismo acabó llegando a los Renault de serie.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS