He pasado unos días de vacaciones por el País Vasco y en el casco antiguo de Bilbao me topé con un señor muy amable que fumaba a mi lado en la calle, mientras nuestros respectivos acompañantes se hinchaban de pintxos. Iniciamos una conversación que, sin saber muy bien cómo, nos llevó a hablar de mi tema favorito: los coches; pero lo interesante fue que me habló él y yo me limité a escuchar. Me contó su experiencia trabajando en una fábrica de automóviles en los años 60. Y entonces salió este nombre: Goggomobil.
Al oírlo me hizo gracia y me contuve para decirle que sonaba más bien a una especie de apodo, pero el buen hombre debió de fijarse en la extrañeza de mi rostro y me lo explicó. Y qué mejor fuente que un señor que construyó este curioso automóvil en una época en la que España comenzaba a motorizarse gracias en parte a la llegada del 600 y gracias también a la industria que se iba implantando dentro de nuestras fronteras. Industrias como aquella factoría vizcaína en la que mi contertulio trabajó en su juventud.
Según me contaba, Munguía Industrial (o Munisa) nació de la idea de un grupo de empresarios que veían futuro en la fabricación de automóviles, centrándose en un coche pequeño y asequible que compitiera con el afamado SEAT 600. Buscaron colaboradores fuera de España y hallaron a la alemana Hans Glas GmbH, que llevaba algunos años fabricando el Goggomobil con bastante éxito en el país germano.
Y de este modo se empezó a fabricar en Mungia desde principios de los 60, aunque finalmente con algo de retraso desde la idea original. La demanda era elevada y el éxito en Alemania parecía que iba a repetirse aquí, pero la producción se frenó debido a problemas financieros de los concesionarios que los comercializaban, así como de las continuas huelgas que se vivieron más allá de la industria del automóvil.
El Goggomobil llegó a contar con diferentes versiones y carrocerías. La idea inicial fue un pequeño sedán de dos puertas que medía solo 2,90 metros de longitud, 1,26 de anchura y 1,31 de alto. Estaba propulsado por motor de dos tiempos, dos cilindros y 250 cm3, de ahí el nombre de T 250. Más tarde hubo versiones T 300 y T 400, así como varias carrocerías más: el Coupe de tres metros de longitud, un cabrio y el Van, que era una pequeña furgoneta de reparto.
En todos los casos, el Goggomobil era un microcoche, con lo bueno y lo malo que aquello suponía. Entre lo primero destacaba un precio asequible: 53.000 pesetas de la época, cuando un 600 costaba algo más de 60.000. Lo peor fue que aquel concepto se quedó desfasado muy pronto porque las familias que comenzaban a plantearse la compra de un coche buscaban algo más grande y funcional, puesto que el Goggomobil, por ejemplo, no tenía siquiera maletero.
En Alemania, Hans Glas fue absorbida por BMW y los vascos se quedaron solos en la fabricación de un coche que había llegado demasiado tarde, cuando todos los esfuerzos por parte de la industria se habían centrado en el SEAT 600, obligando incluso a los vendedores del “Goggo” a subirles el precio.
La factoría de Mungia se cerró definitivamente apenas unos años después y tras una fabricación estimada de unas 7.000 unidades, lo que supuso la pérdida de empleo de muchos trabajadores, y entre ellos este señor que me hablaba con una mezcla de nostalgia y pesadumbre por lo que pudo ser y no fue (para la industria vasca).
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Modificando las ópticas delanteras y las puertas tipo suicida, se notarían menos reminiscencias del 600. El descapotable está cuco.