Coche del día: Peugeot 309 SRD T

Coche del día: Peugeot 309 SRD T

Rápido y de consumos contenidos, resultaba un poco caro


Tiempo de lectura: 3 min.

El Peugeot 309 SRD T apareció, casi, en el momento justo, cuando los turbodiésel empezaron a ganar potencia y prestaciones, así como refinamiento y suavidad de funcionamiento. Todavía quedaba mucho para el verdadero apogeo del diésel, pero es evidente que eran los primeros pasos de una tecnología que acabaría por dominar el mercado europeo durante muchos años. Ya en aquella época, a finales de los 80, se decía alto y claro que un motor diésel no podía existir sin un turbo…

Los motores diésel, sin turbo, siempre fueron considerados propulsores industriales, motores para vehículos pesados, para máquinas de todo tipo, incluso para coches que recorrían muchos kilómetros anuales pero sin necesidad de hacerlo a altas velocidades, como los taxi. Vamos, que los motores diésel nunca fueron la primera opción de ningún usuario hasta los años 90, cuando la popularidad de esta tecnología se disparó. Claro, hasta los años 90, hubo opciones diésel y turbodiésel cada vez mejores y hasta veloces, como es el caso del Peugeot 309 SRD T.

El 309 tiene una interesante historia detrás, una que su propia denominación adelanta, pero dejó huella por sus prestaciones y por su comportamiento en carretera. El modelo francés se colocó entre los mejores de su categoría con casi cualquier versión y la turbodiésel no iba a ser menos. Sirva de ejemplo que era capaz de superar en todas las mediciones al “coco” del segmento, el Volkswagen Golf GTD salvo en una: consumos. Pero eso sí, el Golf gastaba solo dos décimas menos a los 100 kilómetros, así que podríamos hablar de un empate técnico.

Con un 0 a 100 kilómetros/hora en 12,5 segundos, el Peugeot 309 SRD T podía presumir de una aceleración destacable para ser turbodiésel

Peugeot 309 SRD T (2)

Aparecido a finales de los años 80, el Peugeot 309 SRD T tomaba prestado el motor del Peugeot 405 turbodiésel, un cuatro cilindros de 1.769 centímetros cúbicos, dos válvulas por cilindro, turbo, una compresión de 22:1 e inyección indirecta, que rendía 78 CV a 4.300 revoluciones y 16 mkg a 2.100 revoluciones. Todavía faltaba un poco para aquellos 90 CV que marcaron un antes y un después, pero la marca ya presumía en sus anuncios de “esto es otra cosa”. No en balde, además de una velocidad de 171 kilómetros/hora, el 309 SRD T también hacía los 400 metros desde parado en solo 18,5 segundos, y los 1.000 metros, también desde parado, en 3,4 segundos, mientras que la cifra media de consumo no subía de los 6,5 litros.

Según las revistas de la época, el bloque turbodiésel del 309 era suave y progresivo, con un notable empuje del turbo recién pasadas las 2.000 revoluciones, aunque perdía algo de fuerza en marchas largas debido a unos desarrollos muy largos. La quinta era de 40,8 kilómetros/hora a 1.000 revoluciones y la cuarta de 32,4 kilómetros/hora a 1.000 revoluciones. No obstante, el coche era ligero –975 kilos– y eso ayudaba a mejorar las prestaciones y, sobre todo, el comportamiento.

No obstante, conviene señalar un detalle. Aunque el Peugeot 309 siempre se consideró uno de los mejores compactos de su tiempo, el SRD T tenía un pequeño problema: el peso del motor ponía en apuros a las suspensiones delanteras y, en ocasiones, podían llegar a los topes. Además, se consideró que para su precio, el equipamiento tenía algunas lagunas. El Peugeot 309 SRD T costaba 2.157.742 pesetas y ni siquiera tenía espejo exterior derecho de serie y el aire acondicionado costaba 135.800 pesetas.

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Sobre mí

Javi Martín

Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".

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Ingeniero de profesión, la mayor pasión de mi vida son los coches desde que era un chaval. El olor a aceite, gasolina, neumático...hace que todos mis sentidos despierten. Ahora embarcado en esta nueva aventura, espero que llegue a buen puerto con vuestra ayuda. Gracias por estar ahí.

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Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.