Haciendo una alusión gastronómica, el Mazda RX-7 Spirit R era el cuchillo que cortaba la carne de la res en filetes, mientras que el resto de los deportivos japoneses eran la mencionada carne. Algo así como la élite de la élite. Perteneció a la tercera y última generación de este inimitable deportivo.
Han pasado más de 50 años desde que Mazda puso a la venta su primer automóvil con motor rotativo, el Cosmo Sport, concretamente en 1967. En 2002 Mazda produjo una última versión del RX-7 con doble turbo, pero solo para el mercado japonés (JDM), y puso toda la carne en el asador: un motor rotativo de dos rotores gemelos 13B que generaba 280 CV, un alerón trasero ajustable y unas bonitas llantas forjadas BBS que dejaban entrever las pinzas de freno pintadas en rojo.
No es difícil dejarse seducir por el silbido furioso que ofrecían los turbos secuenciales, con los rotores que giraban cual shurikens (estrellas ninja como arma arrojadiza) a 6.000, 7.000 y 8.000 RPM bañados en fuego, aceite y gasolina. La línea roja se asomaba en un suspiro, casi sin darnos cuenta, sentíamos el corazón de la máquina latiendo al máximo (y el del conductor) en una explosión de vida.
El Mazda RX-7 Spirit R fue una de las últimas máquinas de conducción más pura que haya creado el país del sol naciente. Se produjeron 1.500 unidades, de las cuales 1.000 pertenecían a la versión más extrema Spec A. De todas ellas solo una unidad con el volante a la izquierda se vendió al otro lado del Pacífico, concretamente en Irvine (California), en el sótano del centro de i+D de Mazda en este estado del país norteamericano. Esta unidad se destinó para Robert Davis, el vicepresidente senior de Mazda Norteamérica, un personaje de carácter amistoso y elevado peso.
Este RX-7 Spirit R no nació para conducirse con suavidad, era un coche que pasaba sus horas libres descansando entre máquinas del IMSA (International Motor Sports Association) y otras que participaron en campeonatos como las 24 Horas de Le Mans y en los organizados por el SCCA (Sport Car Club of América).
Sin ningún tipo de ayuda a la conducción el piloto se veía necesariamente implicado en la misma y necesitaba mantener los cinco sentidos pendientes para controlar semejante montura, pues era un coche nervioso y exigente. Nuestros receptores de temperatura se activaban sintiendo de sobremanera el calor procedente del túnel de transmisión.
Para su diseño utilizaron la filosofía basada en el lema “Beauty in the beast”, traducido como “Belleza en la bestia”. Los pasos de rueda nos brindaban unas sutiles líneas curvas, transmitiendo al mismo tiempo delicadeza, reforzada en el frontal, donde profundizaba en la filosofía de un morro largo y bajo, rematado por unos grupos ópticos escamoteables.
Sus compactas dimensiones eran 4.280 mm de largo, 1.750 mm de ancho y 1.229 mm de alto, con un peso que bajaba de los 1.300 kg
Calzaba unos neumáticos Bridgestone Potenza de medidas 255/40 ZR17 detrás y 235/45 ZR17 delante, con suspensiones endurecidas Bilstein para la versión manual de cinco velocidades, y existió una versión automática de cuatro velocidades. Se ofrecía en dos formatos, con dos o cuatro plazas: la de dos plazas llevaba unos magníficos asientos Recaro y la de cuatro plazas -las traseras eran casi testimoniales- se ofrecía con una confortable tapicería de cuero.
Dependiendo del tipo de cambio ofrecía dos niveles de potencia: los 280 CV ya mencionados de la versión manual y 314 Nm de par máximo, y 255 CV para la automática. Su peculiar propulsor contaba con un motor rotativo de dos rotores y 1,3 litros de cilindrada total. Su velocidad máxima se acercaba a los 260 km/h y hacía el 0 a 100 km/h en poco más de 5 segundos (con la opción de 280 CV). En ambos casos la tracción era a las ruedas traseras.
La alimentación contaba con un sistema biturbo en el cual uno de los turbos se encargaba de inyectar aire a la mezcla a un régimen bajo, entrando en acción el segundo turbo cuando se alcanzaba un régimen medio y sobrealimentar la mezcla. No faltaba el diferencial de deslizamiento limitado, y cuatro frenos de disco con pinzas pintadas en rojo de cuatro pistones en ambos ejes. Este equipo de frenos era mejor que en las versiones “normales”, asegurando una frenada excelente.
Haciendo alusión a un viejo chiste acerca de Chuck Norris, el último Spirit R no duerme, espera… Le hacemos un hueco en nuestra lista de coches con espíritu RACER.
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Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...COMENTARIOS