Este simpático pequeñín, el Innocenti Mini de Tomaso, llamaba la atención en su día, y la mayoría de los profanos del mundo de las cuatro ruedas lo confundía con el Fiat/SEAT Panda. Era innegable su diseño italiano, salido del lápiz de Bertone, pero lo que la mayoría no sabía es que su motor, suspensión y plataforma provenía del británico Mini –reinterpretado por Innocenti-, del que lógicamente heredó su comportamiento.
El carrocero Bertone consiguió ofrecernos una carrocería de singular belleza en un coche pequeño, optimizando el espacio interior a base de trabajar una forma cúbica, sin ninguna concesión a las curvas
Puede que a algunos no les atrayese ese diseño tan cuadrado y cuajado de aristas. Como era de esperar, su aerodinámica no era uno de sus puntos fuertes, con un parabrisas alto y de poca inclinación. Los grandes parachoques de plástico negro, de gran calidad, en los que iban embutidos unos grandes grupos ópticos, tanto delante como detrás, ayudaban a darle un aire de cierta elegancia y belleza, complementados con los plásticos que cubrían la parte baja de los laterales de la carrocería y los aletines.
La toma de aire del capó, también en plástico negro, y las llantas de aleación, le imprimían un aire deportivo, haciéndolo más atrayente. Todo ello quedaba rematado con un pequeño spoiler en la parte trasera del techo.
Otros aspectos que contribuyeron a la optimización del espacio fueron la colocación transversal del motor, con la tracción a las ruedas delanteras, evitando la necesidad de un túnel de transmisión que robaría mucho espacio al habitáculo. Unos voladizos muy cortos y unas pequeñas ruedas redondeaban este aprovechamiento máximo del espacio. Su presentación y acabados eran realmente buenos por entonces, teniendo en cuenta el segmento al que pertenecía el coche.
Su instrumentación era muy completa, presidida por las dos grandes esferas del velocímetro y tacómetro –algo desplazadas a la derecha-. A la izquierda de ellas estaban situadas cuatro más pequeñas, las correspondientes al testigo de carga de la batería, temperatura del refrigerante, manómetro de aceite y nivel de combustible. El espacio en las plazas delanteras era adecuado, con unos útiles reposacabezas; las plazas traseras, más adecuadas para niños u otras personas bajitas.
La mecánica adoptada para mover a esta versión del Inoccenti fue la más potente de las utilizadas en el Mini, concretamente el bloque 1.3 (1.275 cm3) de cuatro cilindros, con más de 20 años de uso por entonces. Entregaba 71 CV a un régimen de 6.100 RPM y un par máximo de 95 Nm a 3.200 RPM, suficientes para mover con alegría los 750 kg que pesaba la criatura. En 1983 salió una versión turbo, con un motor de 993 cm3 y 72 CV, y 104 Nm de par a 3.500 RPM, con caja de cambios de cinco velocidades.
Era un motor de concepción clásica, con válvulas en cabeza en posición vertical, y cigüeñal con tres puntos de apoyo. Precisamente gracias a esta concepción clásica y sencilla se basaba su robustez, facilitando preparaciones para aumentar su potencia, sin hacer peligrar su integridad. Adoptó un radiador de aceite para evitar desagradables calentamientos de la mecánica. La alimentación era a través de un carburador SU.
La caja de cambios era de cuatro relaciones, con la peculiaridad de utilizar el mismo aceite del motor para su lubricación, resultando dura de accionamiento, tanto con el aceite frío, por exceso de viscosidad, como en caliente, por ser demasiado fluido. La marcha atrás era un poco reticente a su accionamiento, pero con la práctica entraba bien. El resto de las marchas eran bastante precisas. El embrague pecaba de un recorrido bastante corto, por lo que había que tener tacto con él para evitar brusquedad en su utilización.
Su suspensión correspondía a tacos de caucho como elemento elástico, en lugar de muelles helicoidales, y amortiguadores telescópicos, de mantenimiento más sencillo y más fáciles de reparar. Destacar también la ausencia de servofreno, por lo que había que ejercer bastante fuerza sobre el pedal si queríamos una respuesta efectiva. En el eje delantero portaba discos, y en el trasero unos tambores, suficientes para garantizar una frenada segura.
Sus llantas de 12 pulgadas de diámetro y cinco pulgadas de garganta, vestidas con neumáticos de medidas 155/70 SR12, contribuían a un cierto confort, siempre y cuando circulásemos por carreteras con buen piso, pues el grado de dicho confort era inversamente proporcional a su estabilidad. El Turbo cambió las medidas por unos 160/65 SR315. Por firmes rotos o bacheados la incomodidad era patente en su interior, pero a cambio su estabilidad era elevada, reduciendo al mínimo los cabeceos y el balanceo. Su comportamiento era muy neutro, no presentaba subviraje ni sobreviraje cuando se negociaban las curvas.
No se podía considerar como un pequeño deportivo puro, más bien como un utilitario de lujo con un buen andar
Sus prestaciones sin turbo no eran escandalosas, pero sí buenas. Su velocidad máxima rondaba los 160 km/h, y necesitaba 36 segundos para recorrer los 1.000 metros desde parado (con dos pasajeros a bordo). Su consumo era el esperado para un coche de sus características, con unos 7,5 l/100 km a una velocidad mantenida de 100 km/h, subiendo hasta los 10 l/100 km a 130-140 km/h, igual que en ciudad.
Su precio resultaba muy elevado por entonces, de unos 4.200 euros del año 80. Ello era debido a los fuertes aranceles aplicados a modelos importados de marcas no establecidas en España, un 64 % en este caso particular. Imaginamos que se vendieron muy pocas unidades por nuestras latitudes.
El Innocenti Mini de Tomaso era, ante todo, un coche muy personal. Diseñado para gente joven y no tan joven que gustase de una conducción ágil y nerviosa, acompañaba una elegante carrocería de diseño italiano, con la firma del genial Bertone, de acabados y presentación más propios de coches de segmento superior. No olvidemos su terreno natural para conducirlo, la ciudad, que gracias a su pequeño tamaño (3.130 mm) se sentía como pez en el agua, pero con clase y estilo.
Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...COMENTARIOS