Citroën ha sido una de esas marcas que de vez en cuando nos regalaba alguna rareza tanto tecnológica (en el buen sentido) como estética (aquí ya el sentido que le quiera dar cada uno). Ahí estaban los Tiburón, el 2 CV, el CX, el XM… En el segmento medio quizá se había vuelto más tradicional pese a que los BX y Xantia tenían ese algo que les convertía en modelos distintivos. Y entonces llegó el Citroën C5.
Como seguidor habitual de foros me consta que esa primera generación de la berlina que iniciaba el cambio de nombre hacia los ‘C’ más un número no cayó en gracia, y para muchos es considerado como uno de los vehículos menos agraciados de los últimos tiempos. Poniéndonos en situación, en el año 2001 que fue lanzado este C5, los monovolúmenes eran una plaga casi similar a la actual moda SUV.
¿Qué tendrá que ver? Pues algo, porque leyendo artículos de la época algunos se atrevieron a decir que el C5 era fruto de una inspiración de esa moda por su frontal inclinado con un trazo casi continuo con el parabrisas y la forma abombada de su línea de techo que además era especialmente alto para tratarse de una berlina media. Para ser sincero, a mí me cuesta creerlo, pero algo de verdad hay en ello. Y luego se remató la zaga con ese medio volumen que le dejaba entre los cinco puertas y los tres volúmenes tradicionales. Debido a todo ello, el C5 era un coche particular, qué duda cabe.
Al menos resultaba un modelo muy cómodo y contaba con una excelente habitabilidad por anchura y espacio para las piernas. Se mantuvo la suspensión Hidractiva evolucionada a su tercera generación que le otorgaba ese grado de confort esperable a los Citroën grandes.

La gama de motores estuvo conformada en un principio por bloques conocidos como el 2.0 16 válvulas y 138 CV, el 3.0 V6 con 210 CV o los diésel HDi 2.0 y 2.2 de 110 y 136 CV respectivamente. Sin embargo, el C5 tuvo una primicia para el grupo PSA: el 2.0 HPi de inyección directa con el mismo sistema que había patentado Mitsubishi para sus GDI y que los franceses le compraron con el objetivo de popularizarlo en Europa.
Ofrecía 143 caballos (solo cinco más que el 2.0i) y su principal reclamo era la economía de consumo, así como la ecología por el incipiente interés en las emisiones. Esto era un poco contradictorio por el suplemento económico con respecto al de inyección tradicional y por el hecho de estar asociado al acabado más alto de la gama.
La poca fe que se tenía en el sistema HPi quedaba clara al ofrecerlo como complemento al 2.0i y no como sustituto de éste
La rebaja en los consumos era evidente en ciudad, con una diferencia de en torno a un litro con respecto al 2.0 de inyección secuencial, pero la homologación en carretera declaraba una mejora de 0,4 litros difícil del justificar. Al igual que ocurría con los GDI de Mitsubishi, el pequeño milagro se obraba gracias a nuestro pie derecho y la fuerza con la que pisáramos el acelerador. Si demandábamos potencia actuaba como cualquier motor convencional, pero si éramos cautelosos el motor funcionaba a baja carga en la llamada mezcla pobre que sí conseguía arañar esas décimas.
Por otro lado, las prestaciones entre ambos 2.0 eran muy similares. El HPi aceleraba de 0 a 100 km/h en 9,6 segundos mientras que cubría el kilómetro en 31 segundos. Ya se sabe que en este tipo de coches atmosféricos, peso elevado y desarrollos tirando a largos las recuperaciones no resultaban brillantes, por lo que los diésel se antojaban opciones más interesantes si el uso era eminentemente extraurbano.

Al menos sobre el papel, porque en plena fiebre del gasóleo la mayoría no necesitaba justificación para decantarse por los HDi. De hecho, cuando se puso a la venta Citroën estimó que el 2.0 HDi coparía el 77% de las matriculaciones del C5, así que poco más se puede añadir. Como curiosidad, la diferencia económica con respecto al 2.2 HDi era brutal y éste se acercaba con su tarifa a la del V6 de gasolina.
Dinámicamente, el C5 era un coche tremendamente confortable por su elaborada suspensión Hidractiva 3 con altura variable. A partir de los 110 km/h se rebajaba 15 mm la del tren delantero y 11 la del trasero. A 90 km/h volvía a subir, y por debajo de 70, si detectaba que el asfalto no era del todo bueno subía otros 15 mm. Al margen de esta variación automática, se podía accionar también de manera manual como otros Citroën anteriores para elevar aún más la suspensión o bajarla del todo y facilitar la tarea de enganchar un remolque, por ejemplo. Tenía un comportamiento más efectista que efectivo comparado con rivales mucho más dinámicos como el Ford Mondeo. Por ello Citroën ofrecía el botón “Sport” situado entre los asientos que proporcionaba un tarado más duro.
El C5 HPi se asociaba únicamente al acabado Exclusive, que suponía el tope de gama e incorporaba elementos como los asientos eléctricos o los faros de xenón. A pesar de su estética, el C5 se convirtió en un modelo muy popular, si bien este HPi pasó totalmente desapercibido tanto en el modelo de Citroën como en el 406 en el cual también se montó. La inyección directa molaba, pero si se trataba de un diésel, por lo que otros fabricantes como Renault y sus 2.0 IDE la abandonaron también.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Conduje uno de alquiler durante un par de viajes largos y me pareció un coche comodísimo en todos los sentidos, de esos en los que te sientas y parece que lleves cogiendolo toda la vida.
Más q feo, anodino para ser Citroen y las proporciones no ayudaban en nada y ni recordaba esta motorización…
Este es un ejemplo de que ser diferente no es sinónimo de algo positivo necesariamente.