El Opel Omega V8 del que os hablamos hace unos meses es casi tan raro como este Omega 2.0 DTI que nos ocupa hoy. Lo es porque a finales del siglo pasado no era usual que una berlina del porte de este Omega contase con un motor “poquipotente”, algo que había sido moneda común apenas una década antes (recordando el 2.3 TD de igual potencia o los atmosféricos de Mercedes, por ejemplo).
Aprovechando el lanzamiento de su bloque de inyección directa y culata multiválvula estrenado en el Vectra (primero con unos modestos 82 CV), Opel decidió completar la gama de su buque insignia por abajo como alternativa al 2.5 TD de 130 CV de origen BMW, bueno en prestaciones pero algo tragón.
Todo lo contrario que este 2.0 DTI, en el que primaba el ahorro por encima de su rendimiento, pese a tener que tirar de una masa de algo más de 1.600 kilos. Las cifras hablaban por sí solas: 0 a 100 km/h en 15 segundos y aceleración de 0 a 1.000 metros en de 35 segundos, según mediciones en banco de la época. Rendía 100 CV y un par máximo de 205 Nm entre 1.600 y 2.750 RPM.
En recuperaciones no salía tan mal parado, con una quinta un tanto larga que favorecía los consumos. Estos eran la razón de ser de esta versión, y Opel homologaba un gasto de 5,5 y 9,4 litros en ciclo extraurbano y urbano, respectivamente, en torno a un litro menos que el 2.5.
Bajo el capó se quedaban las diferencias con respecto a otros Omega (B), que tras cuatro años en el mercado se había convertido en un viejo conocido en nuestras carreteras. La gran berlina de Opel había conseguido mantener su posición ante las cada vez más populares Premium alemanas, y ofrecía un agradable y moderno diseño con cierto empaque. Destacaba además en el elevado grado de confort que la berlina de la marca del rayo proporcionaba pese a la supuesta menor finura con respecto al seis cilindros de BMW.
Ausencia de vibraciones -por el doble eje de equilibrado del motor- y un excelente trabajo en la insonorización le hacían un modelo muy recomendable para viajar por vías rápidas donde mantener elevados cruceros no era problema. El aplomo y estabilidad venían dados por la configuración del bastidor, pues recordemos que el Omega era un propulsión trasera, bastante más afinado que los modelos de tracción delantera de la marca.
Austero en consumos y con un precio atractivo, la economía primaba en esta versión del Omega por encima de cualquier otra variable
En el interior tampoco se apreciaban diferencias con respecto a otros Omega más allá de los detalles de equipamiento. En las plazas delanteras nos encontrábamos con unos acabados notables y un diseño sobrio que aún aguantaba el paso del tiempo con dignidad. En los asientos traseros se gozaba de un generoso espacio longitudinal y de anchura a la altura de los hombros, capaz de albergar a tres ocupantes tal como sugerían sus cinco reposacabezas de serie.
El 2.0 DTI apenas estuvo unos meses a la venta, sustituido en el restyling del Omega (B2) por el bloque 2.2 DTI con 120 CV
Ser una versión de acceso a la gama Omega contaba asimismo con la virtud de un atractivo precio de partida. Por 4,2 millones de las antiguas pesetas (25.200 euros de entonces y 39.000 de ahora), el Omega ofrecía el equipamiento básico esperable en el segmento, con alguna laguna como la ausencia de antinieblas o que el climatizador o los elevalunas traseros fueran opcionales.
Detalles que podían perdonársele si solo buscábamos una gran berlina de representación en cuanto a comodidad o espacio, pero no como coche que apuntaba al segmento Premium.
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Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS