Hoy hablaremos de una exclusiva máquina por precio y por producción limitada -2.000 unidades-. Es el Porsche 911 Carrera 3.2 Speedster (964), un auténtico capricho con motor, un lujo al alcance de muchas miradas y pocos bolsillos.
Este veterano y mítico coche de la casa de Stuttgart, que nació en el lejano 1963, emanaba un aroma distinto cuando iba vestido con la carrocería Speedster. Si resultaba seductor con la capota de lona montada, la visión del habitáculo sin la protección de la misma era ya sublime. Ocultándose bajo una cubierta plástica personalizada de espectacular diseño, con una sencilla maniobra sobre dos palancas que se realizaban en tres minutos.
Existían dos prominencias detrás de las cabezas de cada uno de sus ocupantes, descubriendo en su conjunto unos afilados rasgos con silueta de flecha lista para volar
Si deseábamos amplificar la sensación de conducir con el cielo como techo podíamos desmontar un parabrisas muy inclinado de reducida altura con las herramientas de emergencia que venían de serie en el coche. Era una máquina de trazos felinos, una zaga rotunda, contundente y musculosa (parece que estemos hablando de un modelo de pasarela). La aerodinámica estaba muy estudiada, de forma que la cubierta trasera desviaba los remolinos de aire al espacio comprendido entre los dos pasajeros, sin apenas molestarlos.
En la trasera se daban cita unas voluptuosas aletas, unos grandes neumáticos de medidas 255/50 ZR 16 (detrás; delante llevaba 205/55 ZR 16) y la cúpula redondeada que recordaba poderosamente a los prototipos de los años 50. En su delantera destacaban sus inconfundibles faros redondos encastrados sobresaliendo de sus aletas curvadas, a modo de mirada camaleónica.
Este 911 Speedster era un coche cómodo, con unos asientos envolventes y bien diseñados, adaptándose como un guante a la anatomía de sus ocupantes. El volante, forrado en piel, tenía el tamaño y tacto perfectos para inspirar total confianza al conductor. El cuadro de mandos ofrecía una completísima información de forma rápida, dotado de cinco relojes alineados de forma horizontal, presidido en su centro por el tacómetro. Esta cobertura estética era perfecta para albergar una refinada mecánica.
Se optó por someterlo a una dieta de adelgazamiento eliminando elementos superficiales e innecesarios en un deportivo de pura cepa, rebajando el peso final en unos 70 kg, con un valor final ligeramente superior a los 1.100 kg. Era un coche cómodo de llevar que invitaba a conducir sin capota, multiplicando por 10 las sensaciones más puras de conducción, acompañadas de una elevada soltura y facilidad.
Su motor era el legendario seis cilindros de arquitectura bóxer refrigerado por aire y dos válvulas por cilindro. Iba situado en posición posterior longitudinal, con una cilindrada de 3.164 cm3. Su potencia máxima alcanzaba los 231 CV a 5.900 RPM, junto a un par máximo de 285 Nm a 4.800 RPM. Se caracterizaba por su impresionante empuje, tirando con fuerza casi desde el ralentí (1.000 RPM) hasta las 6.000 RPM, por encima del régimen de potencia máxima y cercano al corte de la alimentación, a 6.300 RPM.
Este propulsor se modernizó con la incorporación de un sistema de doble encendido con dos bujías por cilindro, junto a un nuevo sistema de distribución muy caro de mantener por la cantidad de horas de mano de obra que eran necesarias para el reglaje de las válvulas (Porsche no se fiaba de los taqués hidráulicos de ajuste automático) y el cambio de bujías.
En la práctica significaba un comportamiento dócil en el denso tráfico urbano, pero con los 231 CV dispuestos a entrar en acción a la más mínima presión sobre el acelerador, dosificables de forma precisa. Las aceleraciones resultaban prodigiosas, propias de un pura sangre, pero controlables por el conductor para evitarse sorpresas desagradables.
La caja de cambios era manual, con cinco marchas. Los pedales eran bastante suaves en su conjunto, y la palanca de cambios ofrecía un accionamiento de poca dureza, con recorridos cortos y rápidos. El diferencial de deslizamiento limitado estaba incluido en su equipamiento.
A la seguridad contribuían de forma muy efectiva unos discos ventilados de 235 mm delante y 244 mm detrás, invulnerables a la fatiga y el cansancio. Su comportamiento se acercaba mucho a los de un coche de competición. El tacto del pedal de freno mostraba la resistencia habitual de los coches de altas prestaciones, algo que permitía dosificar con total exactitud la fuerza de retención. No llevaba ABS, aunque lo cierto es que no lo necesitaba dadas las características del equipo de frenos. Necesitaba 43 metros para detenerse a 100 km/h y 76 metros a 130 km/h.
El único elemento que tal vez merezca una crítica era la dirección, bastante dura y pesada en maniobras de aparcamiento o cuando teníamos que volantear en carreteras con curvas muy rápidas y cerradas. Obviando esta pequeña crítica, esta versión del Porsche 911 animaba a correr a toda pastilla por autopistas y por las carreteras de montaña repletas de curvas.
Era en estas últimas donde sentíamos el agarre del coche al asfalto como si fuese una lapa; en las curvas de amplio y medio radio el tren delantero mostraba cierta pereza, sobre todo si acelerábamos sin contemplaciones. La suspensión era independiente en ambos ejes, sustituyendo las anticuadas barras de torsión traseras de la generación anterior.
Sus prestaciones eran las propias de un buen deportivo. La velocidad máxima real que podía alcanzar superaba los 240 km/h, necesitando unos seis segundos para alcanzar los 100 km/h desde parado. En cuanto a las recuperaciones, dedicaba 5 segundos para pasar de 80 a 120 km/h en tercera, entre 7 y 8 segundos en cuarta y unos 10 segundos en quinta. Los 1.000 metros desde 40 km/h en cuarta los cubría en menos de 30 segundos frente a los casi 34 segundos en quinta.
Su sucesor llegó en 1993 con el motor 3.6 de mayor potencia, el 911 Carrera 3.6 Speedster
No gusta hablar de consumos en este tipo de coches, pero es interesante saberlo por si algún lector está interesado en una unidad usada. En ciudad se acercaba a los 17 l/100 km, en carretera rondaba los 8 l/100 km a 90 km/h de crucero y superaba los 15 l/10 km en conducción rápida. En autopista variaba entre los 10, 11,5 y 15 l/100 km si rodábamos a 120, 140 o 180 km/h, respectivamente.
Los que costaba en 1989 en pesetas supondría unos 139.000 euros actuales. Un auténtico capricho de cuatro ruedas con espíritu RACER.
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Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...COMENTARIOS