Uno de los mejores coches de entreguerras fue el Mercedes-Benz 540 K Special Roadster, con una belleza y elegancia inigualables. De hecho, fue unos de los coches preferidos de Adolf Hitler para hacer sus apariciones públicas, pues aparentaba ser más alto, además de deseado por Hermann Göring. En general los coches de alta gama realizados en este periodo temporal eran potentes, veloces, dotados de gran presencia y con un enorme prestigio.
Se presentó en el Salón de París de 1936, y era un ejemplo del gran desarrollo que había alcanzado la industria automovilística, sobre todo la alemana, conocida como la edad de oro del automovilismo. Muchos de ellos se convirtieron en codiciados y preciados artículos de coleccionista. Era una época en la que los coches eran verdaderos tesoros artísticos, junto a una incipiente revolución tecnológica y donde conducir era un verdadero placer, sin el estrés de nuestros días.
El Mercedes-Benz 540 K Special Roadster se basaba en el 500 K de 1934, y se consideró como la excelencia automotriz absoluta, vamos, lo más de lo más. En las campañas de promoción publicitaria se presentaba acompañado de otro símbolo del poder tecnológico alemán, el dirigible Hindenburg. Menos mal que nuestro protagonista no tuvo el mismo final trágico.
Hay personas que lo consideran como uno de los coches más hermosos jamás construidos, una obra de arte esculpida en metal que rayaba la perfección. Y era que es uno de esos coches que te enamoraba nada más verlo, incluso hoy en día
Un reputado historiador de la automoción, Griffith Borgeson, escribió las siguientes palabras acerca de él: “Hay una armonía y un equilibrio de líneas… que simplemente desafían cualquier mejora concebible. Es la perfección escultórica. Nunca serán diseñados y construidos coches más hermosos”.
Se fabricó y montó a mano en la planta que Mercedes-Benz tenía en la ciudad alemana de Sindelfingen, junto a otros modelos. En esta planta se albergó el departamento de I+M de la compañía, y de ella salieron -posteriormente- mitos como el 300 SL “Gullwing”. Rompiendo la tradición de los ciudadanos alemanes de bien con propiedades y riquezas de comprar un modelo básico y ofrecerlo a los mejores carroceros del momento para personalizarlo, el 540 K Special Roadster ya salía de fábrica con su sugerente aspecto.
No era solamente un coche bonito, sino que corría, y mucho. Era realmente rápido, con un diseño pensando para ser el puto amo rey de las autopistas germanas (Autobahn), la mejor red de este tipo de vías de Europa y que se estaba construyendo por el gobierno del III Reich. Bajo su interminable capó se alojaba un propulsor de ocho cilindros en línea y 5.401 cm3 de cilindrada, con una potencia variable que dependía de si actuaba o no el compresor volumétrico (supercharger) con unos valores de 115 y 180 CV. La potencia máxima la alcanzaba a 3.500 RPM, y su par máximo era de 431 Nm.
Alcanzaba una velocidad máxima de 177 km/h (193 km/h según otras fuentes), y recorridos los 400 metros desde parado la aguja del velocímetro ya marcaba los 165 km/h. La revista británica Autocar lo probó y alcanzó los 168 km/h, máxima velocidad alcanzada por un coche probado por ellos hasta la fecha. No olvidemos que hablamos de un coche de serie de 1936. Pero lo más característico, inimitable e inconfundible era el sonido producido por el compresor, más música que ruido.
La caja de cambios era manual de cuatro relaciones y transmitían la potencia a las ruedas traseras. Los frenos eran de tambor, no sabemos su efectividad habida cuenta de sus casi 2.300 kg de peso. Tampoco tenemos información de su consumo, pero con 120 litros de depósito de combustible tendría una autonomía aceptable.
La letra K de su apellido significa Kompressor, elemento presente en los modelos de alta gama de Mercedes-Benz. Con el acelerador pisado a fondo una serie de engranajes ponían a trabajar a un compresor Roots, obsequiándonos con un agudo sonido y una gran cantidad de caballería adicional, perfecto para realizar adelantamientos rápidos. El 540 K Special Roadster era de los pocos vehículos de superar los 160 km/h en carretera.
Fue la última versión que se fabricó del 540 K. A pesar de sus 5.245 mm de largo, 1.905 mm de ancho y 1.651 mm de alto era un biplaza que trataba a cuerpo de rey a sus dos ocupantes. Detalles como su espectacular radiador o los inmensos guardabarros delanteros que dominaban los laterales de su largo capó se difuminaban para volver a nacer y dar vida a los guardabarros traseros, que se curvaban con armonía y suavidad hacia atrás envolviendo la zaga. Con estos recursos de diseño se conseguía restar pesadez a sus más de 5 metros de envergadura.
Solo se fabricaron 25 unidades de esta joya sobre ruedas, el objeto culmen de los carroceros de Sindelfingen, lo que nos dice su carácter selectivo comparado con las 419 unidades que se fabricaron del 540 K, igualmente codiciado, o las 105 unidades del 500 K, también exclusivo y especial. Como es de imaginar, era un coche carísimo. Costaba unos 14.000 euros de la época -cambiando 28.000 reichsmarks sin ajustar la inflación-, cuando el rey indiscutible de los compactos, el Käfer/Beetle, no llegaba a los 990 RM. El Cadillac más caro del otro lado del charco, con un motor V16, costaba unos 10.000 “euros”. Un capricho absoluto, vamos.
El 29 de enero de 2016 había una unidad rulando por el mundo de las subastas, concretamente con el número de chasis 130894 que vemos en las imágenes cortesía de RM Sotheby’s. Posiblemente fuera una unidad de preserie, siendo su primer dueño Reginald Sinclaire, que lo adquirió el 24 de abril de 1937 en una subasta en Nueva York. Después de pasar por diferentes manos y llegar a un coleccionista privado, el mencionado 29 de enero se subastó y cambió de manos por 9.900.000 dólares, unos 9 millones de euros.
Es importante saber que conserva su aspecto original de serie, sin ningún componente renovado o sustituido, y con 10.227 km en su cuentakilómetros. Y no es el 540 K más caro que se ha subastado, no.
Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...COMENTARIOS