El Toyota Crown 2300 Deluxe era la versión más lujosa de este modelo japonés, encuadrado en lo que se denominaban vehículos de lujo por entonces, una berlina media europea según nuestros conceptos de hoy, y un ¿compacto? en el mercado americano. Nuestro protagonista pertenecía a la tercera generación (S50), fabricada entre 1967 y 1971.
Su estética no era precisamente magnética, pero sí bastante aceptable, en el más puro estilo japonés de finales de los 60. La abundancia de cromados era notable, presentes en los paragolpes, marcos de los faros, lunas y ventanillas. Las líneas rectas dominaban su diseño, visible en la horizontalidad del frontal, con una parrilla central flanqueada por dos grupos de dobles faros circulares, con los intermitentes y antinieblas justo encima del paragolpes, en las esquinas.
La vista lateral era sobria, sin adornos. Su carrocería sedán de cuatro puertas le permitía ser utilizado como coche familiar, con un portón trasero que daba acceso a un buen maletero. Este aspecto polivalente se veía reforzado con la existencia de una versión familiar. El coche estaba rematado por una zaga también discreta, con un portón del maletero suavemente curvado y los pilotos agrupados en unos conjuntos rectangulares.
En cuanto a sus dimensiones y peso, medía 4.665 mm de longitud, 1.690 mm de anchura y 1.445 mm de altura en la versión sedán, con una batalla de 2.690 mm. La versión familiar o Wagon tenía unas medidas ligeramente diferentes, con 4.690 mm de longitud y 1.465 mm de altura; la anchura permanecía invariable. Su peso partía de los 1.305 kg en la versión sedán.
Respecto a su acabado, resultaba muy bueno tanto en el exterior como en el interior, sin llegar a considerarse lujoso en el sentido de poseer unos elementos y piezas muy bien terminados con buenos ajustes, hechos en plásticos de primera calidad. Se ve que era un coche pensado para que durase una eternidad. Además, su habitáculo era muy amplio, al igual que el maletero.
Su motor de seis cilindros en línea y 2,3 litros entregaba unos elásticos y perezosos 115 CV SAE, sin ninguna pretensión deportiva. Era un buen vehículo para considerarlo como un cómodo sistema de transporte para ir de “A” a “B”
La tapicería era de piel sintética perforada, que remataba unos asientos de elegante diseño y realización muy cuidada. Los respaldos de las butacas delanteras eran totalmente reclinables hasta formar una cama con los traseros. El suelo estaba cubierto con una gruesa moqueta rematada con elementos de caucho en las zonas más expuestas al roce.
El cuadro de instrumentos tenía unas dimensiones generosas y estaba realizado en un plástico negro mate antirreflejos. Estaba dominado por tres grandes relojes circulares protegidos por sendas capillas y cristales antirreflejos. En el reloj de la izquierda se encontraban situados de forma conjunta el termómetro del refrigerante, el manómetro de presión del aceite e indicador de nivel de combustible. En el centro se situaba el velocímetro con cuentakilómetros total y parcial, y a la derecha un reloj analógico, de los que dan la hora.
El equipo de radio era de excelente calidad, con sistema de búsqueda automática de emisoras y memorización de las mismas. No faltaban los numerosos testigos de control de la mecánica. La calefacción era muy potente y regulable, pero no muy eficaz en lo referido al desempañado de las lunas delantera y trasera. Resultaba curiosa la presencia de luces de cortesía en el umbral de las cuatro puertas.
El Toyota Crown 2300 en general estaba concebido como una herramienta para trasladarse del punto A al punto B con un confort muy elevado, con buena fiabilidad mecánica y con unas prestaciones honestas. La única concesión al refinamiento se encontraba en el motor, un veterano, robusto y fiable seis cilindros con árbol de levas en culata. Algunos decían que era una copia bastante fiel a los bloques de seis cilindros fabricados por Mercedes-Benz.
El motor era un seis cilindros en línea de 2.253 cm3 alimentado por un único carburador invertido. Desarrollaba una potencia máxima de 115 CV SAE a 5.200 RPM, alguno menos según nuestro sistema de medición; su par máximo era de 173 Nm a 3.600 RPM. Con un cigüeñal de siete cojinetes y su perfecto equilibrio, de funcionamiento era un motor en extremo suave y exento de vibraciones.
La caja de cambios contaba con cuatro velocidades que transmitían la potencia al eje trasero. Los recorridos de la palanca eran bastante amplios. El manejo del embrague se mostraba ligero y suave, casando muy bien con un motor muy elástico, algo de agradecer en ciudad. A cambio, las aceleraciones y recuperaciones resultaban bastante discretas, y para disfrutar del motor había que estirar mucho las marchas y hacer un uso frecuente de la palanca.
El confort del habitáculo y de marcha eran sus principales objetivos, conseguidos con buena nota. Presentaba materiales nada lujosos pero con abundancia de plásticos de gran calidad y muy bien ajustados. Todo el vehículo en general estaba pensado para durar mucho, muucho tiempo
La dirección era precisa y ligera, pero muy desmultiplicada, pues eran necesarias cinco vueltas de tope a tope, muy “a la americana”. Ello suponía un problema a la hora de rodar por carreteras secundarias con curvas cerradas, aunque a cambio se ahorraban la dirección asistida.
Respecto al equipo de frenos, llevaba doble circuito independiente, con discos en el eje delantero y tambores en el trasero, con asistencia de un servofreno. Resultaban potentes y eficaces sin mostrar síntomas de fatiga, pero había que pesar el pedal con decisión por su dureza. El esquema de suspensiones también era clásico, con trapecios transversales, muelles y amortiguadores hidráulicos delante; detrás contaba con eje rígido, barra Panhard, brazos longitudinales, muelles y amortiguadores hidráulicos.
Su estabilidad era muy buena dentro de unos límites razonables, con una clara tendencia subviradora y cierta pereza a responder a las órdenes del volante. La suspensión era muy buena, lo que unido a los cómodos asientos los viajes largos se hacían placenteros, y resultaba poco sensible al viento lateral.
Como nos podemos imaginar, las prestaciones eran discretas. Su velocidad máxima era de 165 km/h, tomándose sus 16 segundos para alcanzar los 100 km/h desde parado. Las velocidades máximas en cada marcha las alcanzaba el régimen máximo del motor, cerca de las 6.000 RPM, con unos valores de 50, 80 y 120 km/h en primera, segunda y tercera. Los consumos se consideraban bastante frugales en su época, con un valor medio de ciudad/carretera de 11 l/100 km, no superando esa cifra en las condiciones más exigentes.
En resumen, el Toyota Crown 2300 era un coche familiar de pretensiones honestas, nada deportivas, pero robusto de construcción y pensado para el máximo confort de los ocupantes durante muchos, muchos años.
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Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...COMENTARIOS