En 1978, Peugeot se hacía con los activos de Chrysler Europe, entre los que se encontraban varias
marcas como SIMCA y Talbot, dos compañías francesas con una historia muy interesante detrás,
sobre todo la última, Talbot, una empresa que podía presumir con orgullo de creaciones como los
Talbot Lago T26. De eso y de tener una historia de lo más rocambolesca.
Cuando Peugeot añadió a su portfolio la marca Talbot, decidió darle una segunda vida y aprovechar,
de paso, el tirón que debería tener un hombre que había sido capaz de batirse el cobre con las
mejores marcas de mundo en las carreras duras a nivel internacional, aunque de primeras, solo
renombró los modelos de Chrysler y Simca, como el Talbot 150 –en España se vendió durante un
tiempo como Chrysler 150–. Sin embargo, también tuvo que desarrollar nuevos modelos, como el
Talbot Solara.
El Solara era un sedán de gama media-alta, o eso al menos se pretendía, que llegó para ocupar el
lugar del Chrysler 180 y se colocaría en un segmento donde había coches como el Ford Granada o el
Peugeot 604, dos huesos muy duros de roer. La base de la que partieron para su desarrollo fue el
Talbot 150, cuya plataforma se alargó ocho centímetros para darle más empaque, lograr más
espacio interior y poder lograr unos volúmenes adecuados de su carrocería de tipo sedán con 4.392
milímetros de largo. Hoy estaría entre los compactos, pero en aquellos años, era un coche grande y con
una imagen bastante elegante.
Peugeot permitió bastante libertad a los responsables de Talbot, y el Solara presumía de una calidad
general bastante buena –aunque el techo, revestido de plástico, no era precisamente lo más
acertado– y contaba con un buen equipamiento, donde destaca el ordenador de a bordo capaz de
informar sobre velocidad y consumo medio o consumo instantáneo. Incluso contaba con un testigo
para el desgaste de los frenos y otro para el precalentamiento de los motores diésel –en aquellos
años, los diésel todavía obligaban a esperar un tiempo a que los calentadores hicieran su trabajo–.
No falta, por supuesto, la dirección asistida, los elevalunas eléctricos, el cierre centralizado –sin
mando, los primeros mandos aparecieron a comienzos de los 80 en los coches más caros y lujosos–.
Muchos cachivaches de confort, que no cuadran en absoluto con su gama de motores, bastante
pobre y además, bastante floja. Solo se ofrecía con un bloque gasolina de 1,6 litros y 90 CV, y un
diésel atmosférico de 65 CV, los cuales, podían combinarse con un cambio manual de cinco
relaciones o un cambio automático de cuatro marchas.
La producción del Talbot Solara se llevó a cabo en tres lugares diferentes, entre los que destacaba la
antigua planta de Barreiros, en Villaverde –Madrid–, propiedad actualmente de Stellantis. Estuvo a
la venta durante cinco años, entre 1980 y 1985, tiempo que permitió matricular 180.000 unidades.
No son pocas, pero tampoco son muchas. Afectó en sus ventas un defecto en el diseño de los frenos
delanteros que provocaba que se cayeran las pastillas si se apuraban demasiado, algo que,
lógicamente, dejaba al coche sin frenos.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS