Studebaker fue una de las empresas presentes en la lenta pero progresiva popularización del automóvil en los Estados Unidos. Un proceso que arrancó antes que en Europa, dándose desde 1908 con el estreno del Ford T. Uno de los grandes hitos para la industria automotriz, abriendo el paso a otros muchos modelos que, aún siendo más complejos y costosos, fueron encontrando huecos comerciales entre las clases medias o acomodadas gracias a la brecha abierta por Ford. Así las cosas, uno de ellos fue el Studebaker Big Six. Uno de esos coches donde poder apreciar la rápida evolución no sólo de las carrocerías, sino también de detalles como el uso de materiales hoy en día impensables.
Pero vayamos paso a paso. Para empezar, el Studebaker Big Six supuso un gran salto hacia adelante respecto a los modelos previos a 1918. No en vano, hasta aquel momento la marca construyó, especialmente, diseños herederos de las licencias firmadas por EMF. Una marca de automóviles creada en 1909 con la participación de importantes personajes procedentes de Ford y Cadillac aunque, a decir verdad, nunca consiguió despuntar en el competitivo mercado estadounidense. Siempre jerarquizado bajo el dominio de las grandes compañías de Detroit. Las conocidas como The Big Three.
Así las cosas, Studebaker necesitó de unos nuevos diseños mecánicos con los cuales posicionarse como una gama algo superior a la de Ford aunque, al mismo tiempo, accesible. De esta manera, con el Big Six echó a andar una familia de propulsores con seis cilindros en línea que definiría a toda la gama hasta la llegada, en 1928, del icónico 313 con ocho cilindros en línea y un comportamiento más suave, silencioso y limpio sin merma de sus casi 100 CV de potencia. Llegados a este punto, el Big Six fue uno de los modelos protagonistas de aquella transición, siendo la versión con batalla alargada del Special Six.
Studebaker fue una de las marcas clave para entender no sólo la popularización del automóvil en los Estados Unidos, sino también la internacionalización de sus fabricantes
Studebaker Big Six, un coche conocido en Sevilla
Más allá del papel que pudiera tener en la historia de la marca, el Studebaker Big Six fue protagonista de algo esencial para la industria automovilística actual. La publicidad. No en vano, en los periódicos estadounidenses se hizo un gran esfuerzo por dar a conocer el modelo, siempre con encantadores anuncios donde éste aparecía representado en dibujos hechos con todo el encanto de la época. Ni más ni menos que el precedente de las actuales campañas masivas destinadas no sólo a vender modelos, sino también filosofías de marca. Véase BMW en los años noventa.
Asimismo, en el caso de España Studebaker y sus estrategias publicitarias tienen un exponente muy querido en la ciudad de Sevilla. No en vano, en una de sus calles comerciales más céntricas se sigue conservando un gran mural en cerámica publicitando los modelos con seis cilindros de la casa americana. Y es que, durante los años veinte, adquirir uno de esos modernos vehículos era algo realmente exclusivo y sensacional. Sólo un paso por debajo de los mucho más exclusivos automóviles británicos – sin olvidar los de la Hispano-Suiza – únicamente al alcance de los más adinerados.
Con todo ello, los Studebaker se dirigían al pequeño pero floreciente mercado de la burguesía urbana, la cual veía en el motor no sólo el anuncio de los nuevos tiempos sino una importante opción de ocio y viajes. Además, el Studebaker Big Six no sólo fue protagonista de aquella evolución en el ámbito publicitario, sino también en el de la correspondiente a las formas y los materiales.
El anuncio que se conserva en Sevilla es muestra de los esfuerzos publicitarios de la marca por entrar a mercados como el español
Para empezar, hay que entender cómo los primeros Big Six seguían montando llantas de radios elaboradas en madera. Algo hoy en día impensable – sólo la exclusiva y muy particular Morgan mantuvo hasta hace poco el uso de este material más allá de apliques decorativos en el salpicadero – aunque relativamente común hasta los años treinta. Además, resulta curioso comprobar cómo el Big Six fue evolucionando en su carrocería desde las primeras hasta las últimas unidades. Siendo cada vez más habitual contemplar unidades cerradas puesto que, a finales de los años diez, aún era lo más normal concebir al habitáculo como un espacio abierto, sólo techado ocasionalmente por una endeble capota de lona. En fin, otro de los elementos que evidencian al Studebaker Big Six como uno de los modelos más ilustrativos para entender ciertos cambios acaecidos en la industria antes de la Segunda Guerra Mundial.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS