Al año siguiente de ser presentado en 1986, el Opel Omega lograba ser el Coche del Año en Europa. Un reconocimiento que no sólo tuvo una importancia crucial para el buen rendimiento comercial del modelo, sino también la capacidad de ser un antes y un después en la historia de la marca. Y sí, sabemos que esto puede sonar bastante presuntuoso para un simple premio al que realmente los compradores hacen cada vez menos caso, aunque al mismo tiempo tenemos nuestras razones para pensar así. En ese sentido, lo mejor será hacer algo de historia retrocediendo hasta los años cincuenta. Veamos.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, la industria alemana comenzó un ambicioso programa de reconstrucción al que Opel se sumaría en 1947 tras pasarse buena parte de la contienda fabricando camiones para las tropas nazis. Y vaya, al contrario de marcas como BMW – la cual tuvo que producir incluso utensilios de cocina para poder cuadrar sus cuentas – Opel se recuperó con cierta normalidad gracias al apoyo de General Motors. El gigante americano que ya había entrado en su accionariado en 1929, usando a la empresa germana como la punta de lanza de sus productos en el corazón del mercado europeo.
Gracias a ello, las creaciones de Opel a partir de 1947 reflejaban una clara inspiración en el automovilismo floreciente al otro lado del Atlántico. Eso sí, con unas proporciones y cilindradas asumibles por el comprador alemán. Racionales, robustos y aptos para el día a día los Opel nunca destacaron por nada en especial. De hecho, ésta era quizás su principal virtud. No obstante, durante los años sesenta y setenta lograron destacar en el mundo de los rallyes e incluso lanzar deportivos tan interesantes como el Manta A de 1970 en contraposición al Ford Capri.
Hasta la aparición de ciertas novedades tecnológicas a finales de los setenta, Opel había sido una marca realmente conservadora que lejos de haber tenido el diseño o la novedad por banderas había jugado todo a la fiabilidad para el día a día
Opel Omega, un coche pensado para destacar
Llegados a este punto, la verdad es que la imagen de Opel daba confianza pero al tiempo era incapaz de seducir debido a su conservadurismo mecánico. Sin embargo, esto empezó a cambiar a finales de los años setenta con la salida al mercado del nuevo Kadett. Dotado de una eficiente y novedosa tracción delantera, este modelo fue el inicio de una serie de ventajas tecnológicas en las que Opel fue pionera dentro de los automóviles populares producidos en Europa. Algunas de ellas tan interesantes como el sistema responsable de hacer un reglaje automático en las suspensiones mediante técnicas hidráulicas.
Además, Opel fue de las primeras marcas en incorporar inyección electrónica. Unos aires renovados que se tradujeron a lo visual cuando empezaron a prestar más atención a la aerodinámica, logrando unos diseños afilados que dieron forma a la gama de los ochenta con frontales tan reconocibles como el del propio Opel Omega. Un vehículo del segmento E, nacido para sustituir al Rekord con una panoplia de novedades tecnológicas entre las cuales destacaba un futurista – para entonces – sistema electrónico de chequeo.
Con propulsión trasera a pesar del éxito de la tracción delantera del Kadett de 1979, el Opel Omega se presentó con una gama de motorizaciones donde dominó el bloque de cuatro cilindros para rendir de 82CV a 122 CV con una horquilla de cilindradas que iban desde los 1,8 litros hasta los 2,2. Un gradiente donde destacó la versión Opel Omega 2.0 con inyección electrónica Bosch, un par de 172 Nm y 122 CV para llegar hasta los 197 kilómetros por hora de velocidad punta. Todo ello definiendo unas prestaciones imprevistas para un modelo con sólo dos litros de cilindrada, aunque al mismo tiempo logrando unos consumos por debajo de los marcados por la competencia, principalmente formada por los Ford Sierra y Scorpio.
La opción de 3 litros con bloque de seis cilindros salió al poco de aparecer el Omega, pero lo cierto es que el bloque de cuatro cilindros y 2 litros daba muy buenas prestaciones en relación con sus consumos siendo una opción de lo más interesante
Así las cosas, lo cierto es que con el Opel Omega 2.0 la marca alemana presentaba una berlina dotada de buena calidad relación / precio, una potencia correcta para desarrollar velocidades de crucero holgadas en grandes viajes y, además, todo ello sin renunciar a cierta economía en el combustible. No obstante, de cara a pisar con más fuerza en su sector se necesitaba una variante dotada de más fuerza, de más carácter prestacional. Asunto que se arregló a los meses del estreno en 1986, lanzando la versión 3.0. Ésta ya con un bloque de seis cilindros para llegar hasta los 177 CV en sus últimas evoluciones. Más adelante aparecería el icónico Lotus Omega, pero claro, eso ya es harina de otro costal. Una liga diferente a la mucho más sobria y racional en la que el Opel Omega 2.0 se alzó como una opción coherente para el día a día y los largos viajes.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.Es un cochazo! Yo tengo el B1 del año 1998 y ya hace en julio tres años desde que lo compré de segunda mano, un coche pensado para viajar con lo cómodo y silencioso que es donde lo que prima es la experiencia de viaje sobre la velocidad pero aun así el motor de seis cilindros diésel que tengo hace maravillas!! Un coche hecho para durar!
Hola Pablo, esto que nos cuentas merece foto, ¡queremos ver tu Omega!