La última generación del Mazda 626 (denominado Capella en Japón) era una berlina de esas de manual que lo hacían todo bien sin destacar en nada, pero sin grandes defectos. Era espacioso, estaba bien equipado, contaba con un interior de calidad y motores de buen rendimiento. Sin embargo, a su diseño le faltaba algo de… llamémosle chispa.
La llegada del nuevo lenguaje de diseño a la firma japonesa cambiaba radicalmente las cosas, y así el Mazda6 no era solo un buen coche equilibrado, sino que además entraba por el ojo. Lo hacía con rasgos de tintes deportivos que enfatizaran el carácter que Mazda había dejado impreso en algunos de sus modelos deportivos, pero no en los más convencionales, puesto que, por ejemplo, el último 323F había pasado de un compacto de aspecto casi de cupé a otro de talante mucho más familiar. Esos trazos estrenados en el Mazda6 se extenderían a todos sus modelos durante algunos años hasta que fue reemplazado por el famoso KODO.
Compartiendo plataforma con el Ford Mondeo, el Mazda6 estrenaba también una nueva generación de motores diésel que destacaban más por prestaciones que por bajos consumos o baja rumorosidad. Eso no ocurría con los gasolina, siendo el máximo representante este 2.3 Sportive hasta la llegada del deportivo MPS.
Animado por un bloque 2.3 de cuatro cilindros de 166 CV, el Mazda6 Sportive aunaba unas prestaciones más que dignas con un comportamiento brillante con un claro enfoque hacia el dinamismo. Pocos conductores podrían echar en falta unas mejores cifras de aceleración o recuperaciones, así como un tacto de conducción más deportivo. El Sportive no lo era en realidad, pero sí servía como versión prestacional para todo uso sin llegar al extremo del MPS u otras berlinas del tipo Mondeo ST. Por ello no se perdía confort para una utilización diaria sin que el gasto de combustible amenazara con arruinar nuestra cartera.
Diseño, un excelente comportamiento y un motor efectivo, el conjunto lo redondeaba un interior que ofrecía unas buenas cotas de habitabilidad salvo la altura en las plazas traseras condicionada por las líneas de su carrocería, así como un volumen de maletero destacable. Cierto es que el Mazda 6, con sus 4,68 metros de longitud, era de los grandes de la categoría, aunque por entonces aún no se estilaba la hipertrofia de las actuales berlinas del segmento D (no me atrevo a llamarlas berlinas medias).
El acabado Sportive asociado a este motor contaba de serie con prácticamente todo lo necesario, permitiéndose algún lujo como los asientos eléctricos de cuero o los faros de xenón. La única opción que dejaba Mazda, con esa política de equipamientos casi cerrados de los japoneses, era el navegador, que a su vez estaba ligado al techo solar y aumentaban la factura en 3.000 euros. Con todo, su relación precio/prestaciones/equipamiento era la más favorable dentro de la gama Mazda6 y frente a la competencia, pues el único modelo equiparable algo más barato era el Opel Vectra 2.2.
Con el Mazda6, la marca nipona comenzaba una nueva y dulce etapa, adaptándose a una nueva época con modelos que ofrecían algo más que el equilibrio funcional, aportando la chispa a la que nos habían acostumbrado a finales de los 80 y que se había ido perdiendo en los 90 con coches tan equilibrados como faltos de personalidad.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS