Más allá de su aventurado e icónico diseño, el Fuji Cabin es uno de los microcoches más simbólicos para el panorama de los Kei Car en Japón. Sin duda no por su producción, sino por ser pionero en el uso de un material tan novedoso y complejo para comienzos de los años cincuenta como era la fibra de vidrio. De hecho, a partir del mismo se entienden las razones que llevaron a que de éste pequeño vehículo sólo se pudieran fabricar 85 unidades en vez de las miles previstas. Pero vayamos por partes. Así las cosas, lo mejor será posicionarse en el Japón inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Un país asolado por los bombardeos, el esfuerzo bélico y las previsibles sanciones impuestas por los Aliados en relación a la actividad industrial.
Con todo ello, el desarrollo del parque móvil en Japón tuvo que lidiar con multitud de problemas de suministro así como con un mercado enormemente empobrecido. De esta manera, los atomizados fabricantes automotrices del país se lanzaron a diseñar lo que hoy en día se conoce como Kei Cars. Es decir, minúsculos vehículos donde la economía presidía no sólo su ensamblaje y precio de venta, sino también todo lo relacionado con el mantenimiento o la gasolina. Algo que, en cierta medida, podemos entender muy bien en España gracias al protagonismo de los recurrentes motocarros durante los años de la posguerra. No obstante, en el caso de Japón los microcoches no desaparecieron con la llegada del consumo de masas en los cincuenta.
Lejos de ello, y dada la enorme congestión de tráfico experimentada en sus ciudades tan densamente pobladas, aquellos vehículos prosperaron en forma de opciones más que adecuadas para la movilidad personal en el día a día. De esta manera, ya durante los años cincuenta aparecieron diseños de Kei Cars bastante interesantes, claramente alejados de las penurias vividas en la década anterior para abrazar así volúmenes futuristas y comodidades nunca vistas siquiera en automóviles turismo. Asimismo, estos microcoches tan típicos de Japón se vieron protegidos por una ley aprobada en 1951, mediante la cual se otorgaban múltiples ventajas fiscales a sus propietarios.
Más allá de su sencillez, este modelo escondía aislamientos acústicos en el interior así como otros elementos refinados para hacer sentir a sus ocupantes mucho más cómodos de lo que se pudiera esperar
Fuji Cabin, haciendo refinado lo elemental
Tras la Segunda Guerra Mundial el panorama industrial en Japón vivió un enorme baile de fusiones, ventas y absorciones. Todo ello para ejemplificar la necesaria supervivencia en tiempos de paz, después del lucro experimentado por muchas de ellas al poner sus cadenas de producción al servicio de las atrocidades cometidas por las tropas del Japón nacionalista. No obstante, pasada la guerra tocaba reconstruir el país así que afloraron multitud de pequeños motores con todo tipo de aplicaciones así como no pocas empresas dedicadas a los ciclomotores.
Una de ellas fue la tokiota Toshuda-Fuji, distinguida por sus motores de dos tiempos comúnmente con unos 60 centímetros cúbicos. Llegados a este punto, el auge económico del país fue espectacular, permitiendo a los ingenieros y directivos pensar en nuevos y más avanzados productos. Por ello, a mediados de los años cincuenta en Fuji tuvieron la idea de crear una especie de scooter techada. Es curioso, porque esto evidencia cómo al Fuji Cabin no se llega desde el ámbito de los microcoches, sino desde el de las motocicletas. De hecho, estamos ante un triciclo, posibilitando así la ausencia de diferencial en el eje trasero.
Puesta en materia, la dirección de la empresa decidió encargar el diseño de aquel proyecto a Ryuichi Tomiya. Antiguo diseñador jefe de Nissan antes de la Segunda Guerra Mundial. Bajo sus lápices, las líneas del Fuji Cabin se convirtieron en un redondeado monocasco lleno de curiosos detalles. No obstante, la principal novedad de éste es que se debería realizar en fibra de vidrio. Y aquí empezaron los problemas. No en vano, el papel lo aguanta todo pero la realidad del taller es otra historia. Algo especialmente visible con este material, el cual puede dar no pocos problemas de cabeza si no se dominan las técnicas necesarias.
A mediados de los años cincuenta Japón ya sacaba de nuevo un más que evidente músculo económico, por lo que estos microcoches salían de la esfera de la escasez para entrar en nichos de mercado relacionados con el ocio o el día a día en la ciudad
Así las cosas, los Fuji Cabin se desquebrajaban al tiempo que su producción se tornaba mucho más compleja de lo esperado. Un enorme fallo que contrastaba con su sencilla pero efectiva mecánica de 122 centímetros cúbicos y 5,5 CV, afortunadamente poco dada a la experimentación. Además, Fuji era buena haciendo motores, pero no comercializando vehículos. Al fin y al cabo, se había especializado en proveer a otras empresas como Villiers hacía con multitud de fabricantes motociclistas en la España de los cuarenta, cincuenta y parte de los sesenta. Con todo ello, la producción del Fuji Cabin cesó a los pocos meses de iniciarse para, ahora, quedar más o menos unos tres ejemplares del mismo. Sin duda, verdaderas joyas de colección.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS