La pelea entre los fabricantes estadounidenses y europeos, es tan vieja como el propio coche. Son dos formas muy particulares de ver el automóvil que ha permitido protagonizar enfrentamientos de lo más interesantes, así como crear coches que han hecho, y seguirán haciendo, historia. Coches, precisamente, como el Chevrolet Corvette, posiblemente, el mejor ejemplo de hasta donde puede llegar la pelea entre fabricantes de ambos continentes.
El Corvette nació como una interpretación del típico deportivo europeo, pero al estilo yankee. La idea era replicar el característico roadster británico, pero con diseño y soluciones estadounidenses, que dio como resultado un coche que era más grandes y más pesado que cualquier roadster inglés, pero también más potente. La evolución del modelo, que llega hasta el Siglo XXI con versión equipada con grupo motor híbrido incluido, ha permitido apreciar como el concepto de coche deportivo a la americana, tomaba su propia personalidad y se transformaba en otra cosa totalmente diferente.
La última versión del modelo puesta en circulación a fecha de esta publicación, es el Corvette C8 Stingray, que con el motor en posición trasera central, ha vuelto a interpretar al estilo americano la típica berlinetta italiana, de hecho, incluso el propulsor es una interpretación de un motor europeo. Y no podemos tildar de error eso de copiar, pues los europeos han copiado los grandes SUV americanos, como son, por ejemplo, el BMW X7 o el Rolls-Royce Cullinan.
El caso es que los deportivos de uno y otro lado del Atlántico se parece en que tienen cuatro ruedas, un volante y pedales para manejarlos, en otros apartados se siguen caminos muy diferentes. Por ejemplo, allá por 2008 el Corvette recibió algunas novedades, entre las que destacaba un nuevo motor: el LS3. Un V8 de gran cilindrada, con el que se mejoraba la potencia, la respuesta y, además, y esto según la propia marca, se quería rebajar el consumo. Concretamente, tenía 6.162 centímetros cúbicos –se partía del bloque de 5.967 centímetros cúbicos, pero se había ampliado el diámetro de los pistones de 101,60 a 103,25 milímetros. La carrera se mantenía en 92 milímetros–.
Dicho propulsor, un compendio tecnológico según estándares estadounidenses, tenía bloque de hierro fundido, culatas de aluminio con cuatro válvulas por cilindro y distribución por árbol de levas central, varillas y balancines –el árbol de levas era nuevo, un 9% más grueso–. El resultado eran 437 CV a 5.900 revoluciones y un par de 585 Nm a 4,600 revoluciones. Una enorme cifra de par que hace gala de aquello que tanto defienden en Estados Unidos, que es el desplazamiento; la cilindrada. Donde si se notó mucho cambio fue en la transmisión, pues se desechó la transmisión automática de cuatro relaciones y se optó por otra con seis marchas e incluso mandos en el volante. También había un cambio manual Tremec T56 con seis relaciones.
Este motor, combinado con la carrocería descapotable, ofrece un conjunto que en Europa resulta de lo más exótico y sugerente, pues no se puede negar que presenta una imagen general atractiva y deportiva. En el diseño tenemos otro apartado donde los fabricantes de ambos continentes tienen su más y sus menos, y en este caso, se puede afirmar que la pelea está igualada. Además, la carrocería se fabricaba con fibra de vidrio, aunque como en el caso del motor, escondía soluciones que en Europa parecían trasnochadas. Cosas, como por ejemplo, un eje trasero que todavía mantenía la suspensión por ballestas, aunque se podía optar a un sistema magnetoreológico llamado Magne Ride. En los modelos más potentes y rápidos, se llegó a montar ballestas fabricadas con materiales compuestos…
Con todo, el Corvette LS3 cabrio es un coche que, sin lugar dudas, nosotros tendríamos en el garaje. Es una forma distintas de entender un deportivo descapotable, equipado con un enorme V8. Y no es lento, porque el 0 a 100 km/h lo completa en 4,5 segundos y puede llegar a los 300 km/h –limitada–. Lo único con lo que habría que aprender a convivir es con un consumo que no baja de los 11 litros ni cuesta abajo y con un depósito de 68 litros.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS