Desde sus comienzos, el automovilismo se ha visto muy influenciado por la aeronáutica. Es más, desde el turbocompresor hasta la inyección directa pasando por multitud de cuestiones relacionadas con la aerodinámica la relación establecida entre las alas y las cuatro ruedas es más que evidente.
Una relación en la cual también encontramos nombres propios; como el de Marc Birkigt -ingeniero responsable de los motores Hispano-Suiza tanto en el cielo como en la tierra- o Gabriel Voisin -uno de los mayores artífices de la aviación en sus primeros días, fundador después de una de las mejores marcas de automóviles jamás vistas en Francia-.
Asimismo, si centramos nuestra atención en los Estados Unidos durante los momentos inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial vemos cómo diversas empresas aeronáuticas quisieron adaptarse a las promesas comerciales presentadas por el automóvil masivo. De esta manera, mientras Convair intentaba algo tan bizarro como sus coches voladores 116 y 118, otras más serenas -aunque no menos inventivas- intentaban destacar con elementos técnicos plenos de innovación.
Justo el caso representado por el Beechcraft Plainsman de 1946. Una suerte de híbrido sin baterías que, además, en su carrocería tomaba de los aviones elementos como el aluminio o el diseño aerodinámico. Pero vamos por partes. Así las cosas, lo primero a tener en cuenta es cómo este vehículo instalaba en su trasera -igual que hicieran bajo un perfil muy parecido los Tatra de los años treinta- un motor diésel con cuatro cilindros y refrigeración por aire capaz de rendir unos 100 CV. Dicho sea de paso, procedente de la aviación ya que, no en vano, Beechcraft se había dedicado a este sector hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, este motor no era el encargado de propulsar el coche. Lejos de ello, éste accionaba un generador con el cual se alimentaba a cuatro motores eléctricos a razón de uno por cada rueda. Todo ello para lograr una velocidad punta de unos 260 kilómetros por hora. Asimismo, el Plainsman no contaba con el problema derivado del peso inherente a aquellos primitivos modelos eléctricos y que, al fin y al cabo, no contaba con baterías.
Un punto a favor de la ligereza -marcada en poco más de una tonelada a pesar de contar con un amplio habitáculo donde acomodar hasta seis pasajeros- que, sin embargo, restaba en lo referido a la imposibilidad de almacenar la energía. En fin, un diseño híbrido -si se nos permite el calificativo- de lo más interesante. El cual, obviamente, estaba totalmente fuera de contexto en una época donde los fabricantes de Detroit llevaban sus ventas al alza galopando unos buenos precios para la gasolina.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS