Dacora Motors: el lujo americano regresa por la puerta que nunca debió cerrar

Dacora Motors: el lujo americano regresa por la puerta que nunca debió cerrar

Un sedán eléctrico con alma de otra época


Tiempo de lectura: 8 min.

Dacora Motors ha decidido hacer justo lo contrario que la mayoría de fabricantes que se meten en el segmento eléctrico. En lugar de buscar la atención con tecnología invasiva o con diseños que parecen sacados de un laboratorio de software, han apostado por recuperar una idea de lujo que tiene más que ver con la artesanía, los materiales y la presencia que con las pantallas y los menús táctiles. El coche que han presentado no es una reinterpretación de lo clásico, sino una continuidad natural de ciertas formas de hacer que hoy parecen olvidadas, y eso, para bien o para mal, lo convierte en una rareza.

El diseño corre a cargo de Pininfarina, lo cual ya da una pista clara de por dónde van los tiros. Nada aquí está pensado para gritar “miradme” en plan Paris Hilton, sino para resistir el paso del tiempo sin necesidad de explicarse. Las proporciones son grandes, pero no desmedidas; los volúmenes, limpios pero no aburridos. Lo interesante es que todo esto no viene acompañado de discurso nostálgico, sino de una lectura bastante precisa de qué significa el lujo cuando no se reduce a prestaciones o a gadgets. El coche tiene algo de los años treinta, pero no juega a disfrazarse de época. Es lujo, punto.

En el interior se repite esa lógica de materiales nobles y soluciones tranquilas. Hay madera maciza, cuero trabajado con esmero, textiles pensados para durar y una propuesta muy poco habitual: cambiar la tapicería con las estaciones del año. Se puede elegir lino para verano y lana para invierno, por ejemplo, y cada unidad se personaliza de forma casi obsesiva, permitiendo incluso aportar madera de herencia familiar para algunos detalles. Nada aquí parece diseñado para salir rápido de una fábrica, y eso se nota en la manera en que está todo planteado.

Tampoco se han quedado cortos en lo técnico, aunque no lo usen como reclamo principal. El coche tiene más de 800 caballos, una batería de 800 voltios y una autonomía que ronda los 644 kilómetros. Pesa lo suyo, pero no lo oculta. Tiene maleteros individuales para cada pasajero, espacio de sobra en las plazas traseras y una configuración que puede adaptarse de tres a siete asientos. Todo con un lenguaje de formas que no intenta ser moderno, sino simplemente coherente con el tipo de coche que es.

Dacora Motors (2)

Ecos de Duesenberg, Packard y Cord

Lo que propone Dacora tiene más de parentesco con los grandes sedanes americanos de los años treinta que con cualquier eléctrico contemporáneo. No en el sentido literal, porque no copia nada, pero sí en la manera de entender el coche como un objeto que representa algo más que una herramienta de transporte. Hay algo de Duesenberg en la atención al detalle, de Packard en la elegancia sin estridencias y de Cord en la forma de reinterpretar el presente con lenguaje de futuro. No es casualidad: ellos mismos han dicho que miraron a esas marcas a la hora de definir lo que querían hacer.

En cierto modo, han recogido la idea de coche como pieza única, como encargo personal, como algo que se construye con tiempo y que puede hablar de quien lo encarga. La personalización que ofrecen no se limita al color de la carrocería o el tipo de cuero, sino que entra en terrenos bastante más profundos, como el uso de materiales propios del cliente o la creación de configuraciones interiores a medida. Esto, más que una opción, parece una declaración de intenciones. No están vendiendo coches; están vendiendo piezas de conversación.

Habrá quien discuta la comparación con Duesenberg o Packard, y no les faltará razón, porque aquellas marcas nacieron en un contexto completamente distinto, con unas condiciones industriales que ya no existen. Pero si uno se fija en el espíritu con el que trabajaban (esa mezcla de orgullo técnico, refinamiento artesanal y cierto desdén por lo convencional), sí hay puntos de contacto con lo que Dacora está intentando. Aunque el mercado de hoy sea otro, el impulso de fondo tiene algo de familiar.

Lo que no está claro aún es si este tipo de propuesta tiene espacio real en un mundo donde incluso el lujo parece estandarizado, porque por muy interesante que sea esta vuelta a lo personalizado, no deja de ser una apuesta de riesgo. La producción es limitada, el precio es elevado, y el coche va a tener que convivir con un mercado donde la imagen pesa más que el contenido. Pero si logran transmitir u visión de la elegancia sin estridencias, puede que se conviertan en una rareza valiosa, como ya lo fueron sus referentes del siglo pasado.

Dacora Motors (1)

Lo artesanal frente a lo espectacular

El contraste entre lo que ofrece Dacora y lo que proponen otros fabricantes eléctricos de gama alta no podría ser más marcado. Mientras unos sacan pecho con aceleraciones absurdas o pantallas que cubren el salpicadero de lado a lado, aquí se apuesta por texturas, por silencios bien diseñados, por un tipo de lujo que no necesita anunciarse para sentirse. Se nota, por ejemplo, en el capó de nogal tallado a mano, en los compartimentos de equipaje pensados para cada pasajero, en las proporciones pensadas para que el coche flote más que ruede.

No hay aquí luces LED que cambian de color ni sistemas de conducción autónoma que prometen más de lo que cumplen. Hay, en cambio, una arquitectura técnica muy avanzada, con su sistema de 800 voltios, sus 800 caballos y su configuración eléctrica que no tiene nada de improvisada. Pero lo importante no es eso, sino cómo está integrada. No parece que el coche haya sido pensado para demostrar cuánta tecnología cabe en un chasis, sino para ver cuánta discreción es posible mantener aun teniendo todos esos recursos a mano.

En ese sentido, el enfoque de Dacora recuerda más al de algunos relojeros independientes que al de las marcas automotrices al uso. Aquí lo eléctrico no se vende como ruptura, sino como evolución tranquila. No se reniega del pasado, pero tampoco se imita. No hay teatralidad, sino refinamiento, algo que en este contexto, resulta llamativo, sobre todo porque viene de una marca nueva, sin herencia ni tradición que les respalde. Lo fácil habría sido exagerar, llamar la atención, jugar al diseño extravagante, y no lo han hecho.

Tampoco es que vayan con falsas modestias. El coche cuesta medio millón de dólares, tiene una lista de espera ya comprometida al 150 % de su producción estimada y se va a construir en un espacio de cien acres en el valle del Hudson, que funcionará como fábrica, atelier y lugar de eventos. Todo eso dice mucho de cómo entienden el lujo, pero también de cómo piensan comunicarse con sus clientes. Nada de grandes concesionarios ni campañas globales. Esto va de otra cosa.

Lo que viene después

Dacora aún no ha entregado ni una sola unidad, y eso siempre deja una puerta abierta al escepticismo, pero lo cierto es que el proyecto está bien armado, que los fundadores tienen un recorrido creíble, y que la recepción inicial parece sólida. Han recaudado fondos, tienen visibilidad y han logrado colarse en una conversación que normalmente ignora a los recién llegados. No están vendiendo un concepto sino una forma distinta de entender qué puede ser un coche de lujo americano en pleno 2025.

Queda por ver cómo encaja esto en un mercado donde los nombres como Rolls-Royce o Bentley tienen una inercia muy difícil de desafiar, pero tal vez esa no sea la batalla. Tal vez Dacora no esté intentando competir en los mismos términos, sino abrir una vía paralela. Una que no renuncie a la tecnología, pero que no se limite a ella. Una que no finja ser sostenible mientras vende 700 caballos con spoilers activos, sino que ofrezca una interpretación más elegante, menos impostada, de lo que podría ser el futuro del lujo sobre ruedas.

Hay algo reconfortante en ver que todavía hay espacio para lo bien hecho, para lo sobrio, para lo que no necesita explicarse con tecnología excesiva, y eso, aunque suene menor, no es poca cosa en un momento donde todo parece estar pensado para el clic rápido. Si logran mantener ese equilibrio sin volverse una caricatura de sí mismos, quizá estén apuntando hacia algo que muchas marcas con más historia han olvidado: que el lujo no es espectáculo, sino calidad, elegancia contenida… y permanencia.

Si no, al menos habrán dejado claro que en Estados Unidos todavía hay gente dispuesta a hacer coches con buen gusto.

 

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Jose Manuel Miana

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