Conducir un coche como el Opel Speedster es similar a tener unas vacaciones: deseas que lleguen, las coges con entusiasmo, las disfrutas en la medida de lo posible y se acaban, provocándote un poco de bajón.
Así ocurre con el Opel Speedster 2.2: lo ves en la distancia y sientes un deseo irrefrenable de ponerte al volante; te vas acercando y notas que el corazón palpita a un mayor ritmo; abres la puerta, te colocas en el asiento y lo mejor de todo está a punto de comenzar, como cuando ves desde lejos una isla paradisíaca (a los que les guste la playa).
Sin embargo, nada más ponerte a sus mandos sabes que va a ser temporal. El esfuerzo que hay que hacer para acceder al habitáculo podría ser similar al engorro de tener que volar durante horas para llegar a tu destino, y lo espartano de su interior te recuerda las comodidades y gadgets a los que tienes que renunciar.
Porque el Speedster estaba ideado para ser disfrutado sin ningún tipo de lujo. En el salpicadero apenas encuentras tres ruletas para la calefacción porque no hay aire acondicionado. Si pasas calor, hay que bajar la ventanilla con una manivela porque los sistemas asistidos brillan por su ausencia.
Es como llegar a Bali y ser consciente de que no hay un Mercadona cerca o que hay que abanicarse con la mano en vez del moderno aparato de aire que has dejado en casa. Aún así, merecen la pena los sacrificios porque sabes que las oportunidades de disfrutar de algo así serán limitadas.
Al pulsar el botón de arranque escuchas un sonido que promete enamorarte y proviene de atrás, pues la configuración de este Opel es de motor central transversal
Se trata de un aparentemente inofensivo 2.2 con 16 válvulas que entrega 147 CV. ¿Pocos? El Speedster homologaba un peso de solo 870 kilos, lo que permitía ofrecer un 0 a 100 en 5,9 segundos. Alcanzar esa velocidad resultaba fácil, pero lo hacía sin la brusquedad que haría entrever su apariencia. De hecho, lo más brusco en ese sentido era el tacto del embrague o una palanca de cambios de rapidez mejorable.
Pero en un coche como este se buscan más las sensaciones que frías cifras que nos aseguren unos tiempos más o menos rápidos. Aquí tiene que ver mucho su especial configuración. El Speedster compartía chasis con el Lotus Elise, lo cual deja claro que se trataba de un coche especial. Lo es ya por su condición de propulsión trasera, su bastidor realizado en aluminio que redunda en la mencionada ligereza y suspensiones de triángulos superpuestos en ambos ejes.
El conjunto otorga un comportamiento casi de kart con el que disfrutas en carreteras de curvas por su rigidez y la firmeza de las suspensiones. Con el terreno seco y en buen estado se comporta de manera impecable, pero debemos tener cuidado si le exigimos un poco más de la cuenta, pues el tren trasero tiene tendencia a deslizar y el equipo de frenos adolece el paso de los kilómetros antes de lo que nos gustaría. Quizá en todo ello tenga que ver la monta de neumáticos: 175/55 17 delante y 225/45 17 detrás.
Por lo demás, este Opel no es ni práctico ni adecuado para algo más que no sea disfrutar. A sus dos únicas plazas se suma un maletero exiguo en el que apenas cabe una bolsa de viaje. La sonoridad, nuestra aliada en zonas lentas de curvas, se vuelve casi insoportable a velocidades elevadas, porque además la capota de tela no encajaba a la perfección. Y es que el acabado del Speedster no era destacable, mostrando asimismo zonas mal rematadas.
Puede que sea algo decepcionante como cuando viajas hasta la otra punta del globo y aprecias que el hotel no es tan espectacular como lo pintaban en las fotos. Lo perdonas porque la experiencia en sí merece la pena, pero si lo piensas fríamente quizá no te convenza tanto. En este punto el precio es una variable realmente relevante. En 2001 costaba 33.600 euros, lo que al cambio de hoy suponen 47.500 euros, una cifra alta para un coche eminentemente de capricho.
Porque a casi todos nos encantaría estar de vacaciones eternamente, pero sabemos que eso no es posible. Por ello, poseer un coche como el Speedster en el garaje está al alcance de muy pocos.
De tener la oportunidad de conducirlo sabes que mola, que lo disfrutarás al máximo, pero que tras unos cuantos kilómetros tendrás que volver a tu rutina y al coche que te espera cada día en el garaje para ir a trabajar. Tal vez no tan radical e incapaz de sacarte una sonrisa, pero lo bastante satisfactorio como para no deprimirte a la vuelta…
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Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Yo no sé quién escribe esto pero que se busque un trabajo porque esto se le da mal que no veas
Puedes hacer un comentario más constructivo y que sirva para todos. Desde luego el autor sabe colocar las tildes en su propio nombre y apellidos, así como usar correctamente las comas cuando escribe. ¿Qué es lo que no te gusta?
Wooooow…uno de mis pura cepa favoritos.
Visceral y espartano, solo merece ser domado por quien desprenda esa pasión emanada vía sentimientos desprovisos de cinismos, postureos y especulación. Hay que ser escrupulosamente respetuoso con su medio ambiente, este vehículo no vale para cualquiera. Se suele invertir mucha pasta en él, para armarlo hasta los dientes con la finalidad de exprimirle cada segundo de gozo.