Estaba mirando el flamante Honda Civic que mi vecino acaba de estrenar y me ha venido a la cabeza la idea de que el “compacto” que ha creado la marca japonesa es, entre otras muchas cosas, una manera de diferenciarse de la competencia aportando algo nuevo, aunque sea por longitud y su particular diseño. Ese pensamiento me ha llevado a rememorar los intentos que ha habido en este segmento por crear algo distintivo, y he pasado por varios como el Renault Mégane II hasta que he echado la vista atrás a finales de los 80 y mi memoria ha recuperado el Mazda 323 F.
Por entonces estaban los compactos tradicionales más recortaditos como el Golf o el Kadett, y luego estaban los liftback como el Corolla E90. Para la versión de cinco puertas de su gama compacta, Mazda decidió seguir la estela de su compatriota lanzando un 323 F totalmente distinto al tres puertas existente y que resultaba más convencional. El concepto no era lo rompedor, sino la forma de llevarlo a cabo. Los periodistas de la época alabaron sus líneas que trataban de emular un cupé por su afilado morro o la inclinada luneta trasera rematada por un deportivo alerón.
Los de Hiroshima lo consiguieron, pero además optaron por los faros delanteros escamoteables hasta entonces reservados a coches decididamente deportivos como un rasgo aún más diferenciador. Está claro que lo del diseño va en gustos, pero si acaso Honda se cree que el Civic de los últimos años ha sido futurista, el que escribe se queda con la visión de Mazda de hace tres décadas.
En una época en la que importar coches de Japón era complicado y económicamente no muy rentable, la gama 323 se encontraba bastante limitada, pero con un claro posicionamiento en la parte alta y prestacional del segmento porque la oferta se redujo a un 1.8 de 140 CV. Más adelante la oferta se completó con un 1.6 porque la marca nipona había ideado un plan de expansión en nuestro país gracias a un nuevo importador que amplió considerablemente su red comercial.
El bloque elegido era compartido con su hermano deportista de tres puertas. Se trataba de un motor de culata de aluminio con 1.841 centímetros cúbicos, doble árbol de levas, cuatro válvulas por cilindro y el novedoso sistema VICS de admisión variable para optimizar el rendimiento a cualquier régimen al que girase el motor. Unos desarrollos especialmente cortos de su caja de cambios de 5 velocidades ponían la guinda para conseguir una respuesta viva y una destacable elasticidad, aunque en el debe limitaban su velocidad máxima a 200 km/h, cifra que le alejaba de muchos compactos de potencias equivalentes que superaban esa cifra holgadamente.
Como decía más arriba, el Mazda 323 F era un compacto poco usual por diseño y dimensiones. Medía 4,26 metros de largo, una distancia entre ejes de dos metros y medio y una recortada altura de 1,34 metros. En su interior ofrecía un buen espacio y un maletero de razonable capacidad condicionado por su elevada línea de carga fruto de priorizar el diseño. La calidad de acabados era tan buena como otros modelos de la marca que destacaban además por la sobriedad típica de los japoneses.
La contrarrestaba con elementos de tintes deportivos como los asientos o el volante. El equipamiento que se trajo a España era abundante al contar de serie con aire acondicionado, llantas de aleación o cuatro elevalunas eléctricos. Eso sí, su precio era netamente superior al de sus rivales europeos. Un Kadett GSI o un Golf GTI costaban la friolera de 3.600 euros menos de la época, casi la tarifa de un SEAT Marbella.
No era el precio de la originalidad, pues los japoneses ofrecían por entonces unas tarifas poco competitivas con los modelos europeos. Un Honda Civic, por ejemplo, resultaba también bastante más costoso que los citados Kadett y Golf. Mazda decidió darle una segunda oportunidad en 1995 con una nueva generación del 323 F que conservó el aspecto cupé renunciando, eso sí, a los faros retráctiles, pero con un frontal igualmente afilado. Para la siguiente entrega se perdió el encanto convirtiéndolo en un compacto más en el que el diseño no era su principal reclamo.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.También a destacar que estaba disponible con tracción integral.
Aunque reconozco que la siguiente generación me gustaba más, sin faros escamoteables pero un diseño general más “japonés”.
Siempre me ha llamado la atención este coche, pero…. estéticamente es como si le faltara algo. Se ve que se han tomado en serio el diseño y que intentaron hacer algo genuino y diferente, pero aun así… no apasiona.