Establecido en Europa, pero sin dejar de ser una novedad a la que aún no nos entregamos por completo. Motorización que sigue dividiendo opiniones. ¿Han sido acertados los tiempos de su puesta en práctica o, como sostienen referentes de la industria, los fabricantes apresuraron la marcha de la transición a ellos? El de los coches eléctricos no deja de resultarnos un capítulo que va por las primeras líneas y, sin embargo, hace rato que empezó a escribirse. Si cada página representase un año, pues iríamos por la 200 o aproximándonos.
¿El eléctrico es un coche que antecede al vehículo de combustión? Desde ya. Entonces, ¿qué hizo que su globalización, su alcance masivo, se viera dilatado, postergado hasta nuestros días, días en los que, ahora sí, los modelos cero emisiones a batería asequibles van proliferando? La respuesta se evidencia en la pregunta. No eran coches precisamente populares. Solo los clientes de alto poder adquisitivo podían acceder a ellos, a lo que se sumaban factores como los altos pesos y los rendimientos insuficientes. Ford y la aparición de la producción en serie cambiaron la historia, inclinaron la balanza a favor de los motores a gasolina y, así, las calles del mundo se llenaron de vehículos.
Inmediatamente antes del boom de los coches de combustión interna, la industria de los EV contaba con más de 20 fabricantes de automóviles a batería. En la Quinta Avenida de Nueva York ubicamos al primer gran concesionario de eléctricos. Su fundador, Oliver Fricthle, había hecho realidad, por intermedio de Thomas Edison, sus prototipos de coches eléctricos.
De capacidades de baterías y autonomías. Un tema recurrente en nuestra era y, no obstante, ya era materia que ocupaba a los inventores de principios de siglo pasado, quienes buscaban perfeccionarla, porque el propio Fricthle ya contaba con un eléctrico con 100 kilómetros de autonomía para 1906, una propuesta superadora al Lohner-Porsche de 79 km que data de 1889, coche austríaco al que le siguió una versión que combinaba motores eléctricos y de combustión, un híbrido precursor presentado en 1900, el denominado Siempre Vivo.
Una cuestión de retrospectiva hacia los orígenes. Si el eléctrico antecedió al coche de combustión, entonces no nos debe resultaron ilógico que el primer récord de velocidad registrado se haya llevado a cabo con un vehículo a batería. La ligereza a través de la reducción de peso, con soluciones como la aleación en la carrocería, tiene sus años. A las puertas del siglo XX, un eléctrico ya demostraba, en las cercanías de París, que podía correr a 100 km/h. Fue ese el primer récord de velocidad en tierra comprobado.
En este punto de la historia, el eléctrico como solución a la movilidad por tracción a sangre de los caballos, había avanzado. Cincuenta años después de la génesis, las primeras baterías recargables ofrecían esas cifras de autonomía, pero, precisamente, es medio siglo antes de que de esa manera se consolidara esta tecnología de propulsión cuando ubicamos al padre del coche eléctrico. El escocés Robert Anderson, a finales de la década de 1830, fue quien perfeccionó los primeros proyectos experimentales, los primeros intentos norteamericanos de los años 20 del siglo XIX, y concluyó con el primer prototipo funcional, capaz de transportar a más de un pasajero.
Mauro Blanco
Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.COMENTARIOS