Mazda RX-7 y Nissan 300ZX. Son dos nombres que son bien conocidos entre los frikis del motor. Compartieron décadas, gloria y circuitos, pero no el motivo de su desaparición. No fue el mismo funeral, aunque el nicho fuera parecido: deportivos japoneses con alma y músculo.
El RX-7, que montaba un motor rotativo, era una especie en peligro de extinción desde el primer día: demasiado rara, demasiado distinta, demasiado difícil de justificar ante un mundo que empezaba a mirar consumos, emisiones y cifras racionales. Pero nadie lo apreciaba por lo racional. Su final fue técnico, regulatorio, casi quirúrgico.
El 300ZX, en cambio, cayó por exceso de ambición. Era demasiado avanzado para su tiempo y demasiado caro para un mundo que ya no estaba de humor para deportivos de lujo con tecnología de Fórmula 1. Murió como mueren los grandes GT: con dignidad, pero sin margen para reinventarse.
Ambos siguen vivos en la cultura popular y en el mercado de clásicos, pero lo curioso es cómo llegaron al mismo punto desde caminos opuestos. Uno se negó a cambiar, el otro intentó cambiar demasiado, y ahí está la clave.
Mazda RX-7: el romántico que no encajaba
Hablar del RX-7 es hablar del motor rotativo Wankel. Una joya técnica que revolucionó la forma de entender un coche deportivo: compacto, ligero, se retorcía como una lavadora en centrifugado y contar con un sonido que parecía sacado de un reactor de F-14. Pero también era caprichoso, delicado y difícil de adaptar a las exigencias modernas.
En EE. UU., la tercera generación (FD) empezó fuerte, pero las ventas cayeron en picado tras 1993. En 1995, apenas se vendieron 500 unidades. El mercado se inclinaba hacia los SUV y Mazda no podía justificar seguir invirtiendo en cumplir normativas como OBD II, que habrían encarecido el coche hasta hacerlo inviable.
El motor, por si fuera poco, no ayudaba: tragaba gasolina, emitía lo que no debía y necesitaba mimos constantes para no reventar. Europa se despidió del FD en 1996 por temas medioambientales, y aunque Japón aguantó hasta 2002, el fin estaba escrito desde mucho antes. El RX-7 era una maravilla… para otro mundo.
Mazda, además, no estaba en su mejor momento financiero. El 787B había sido vetado en Le Mans por ser “demasiado rápido”, y dentro de la empresa había dudas sobre si seguir apostando por coches tan extremos. El RX-7 representaba el alma de la marca, pero esa alma costaba demasiado dinero.

Nissan 300ZX: el lujo que se hizo insostenible
El 300ZX Z32 fue el ejemplo más claro de lo que podía hacer Nissan cuando se ponía seria. Motor V6 biturbo, dirección a las cuatro ruedas, suspensión activa… era más tecnología que coche, y eso, en los 90, era decir mucho. Llegó para tumbar a Porsche y durante un tiempo, lo consiguió.
Pero todo eso tenía un precio. Literalmente. Con el yen fuerte y los costes de producción disparados, el 300ZX pasó de ser una ganga a convertirse en un lujo difícil de digerir. El coche era bueno, muy bueno, pero empezó a dejar de cuadrar en el Excel de los compradores americanos.
En Reino Unido cayó en 1994 por temas de emisiones. En EE. UU., las nuevas normativas de impacto lateral de 1996 obligaban a rediseñar medio coche, y Nissan, que ya venía tocada económicamente, decidió que no merecía la pena. La producción japonesa aguantó hasta 2000, con ligeros restyling… pero sin futuro.
El golpe final no vino por falta de calidad, sino por contexto: el 300ZX era cara de mantener, exigente de reparar y ya no era una prioridad para una Nissan que necesitaba vender compactos, no sueños. Así murió un gran GT que, en muchos sentidos, estaba adelantado a su tiempo.
Legado y culto: ¿quién gana hoy?
En términos de mito, el RX-7 lleva ventaja. Su presencia en películas como Fast & Furious, su sonido imposible y su motor único le han dado una imagen de coche de culto casi imbatible. Es el deportivo que no debía funcionar… pero funcionaba, y eso tiene un encanto muy particular.
Sus precios actuales lo reflejan: encontrar una unidad en buen estado por debajo de 60.000 € empieza a ser misión imposible. El tuning, los track days y las restauraciones han mantenido viva la llama. Incluso Mazda ha coqueteado con su resurrección en forma del Iconic SP, una especie de RX-7 eléctrico con guiños a la leyenda, e incluso hay fabricantes especializados en mantener el suministro de motores.
El 300ZX, en cambio, es más discreto. No sale tanto en películas ni en memes, pero quién la conoce, lo respeta. Por 15.000 € puedes tener un Z32 decente y con tecnología que aún hoy sorprende. Es el clásico racional, el que te puedes permitir y disfrutar sin hipotecar la casa.
En el fondo, representan dos formas distintas de ser un JDM legendario: el RX-7 es puro corazón y rebeldía mecánica; el 300ZX es cerebro, precisión y clase. Uno te lleva al límite; el otro, al destino, y por eso, aunque tan distintos, ambos siguen siendo objeto de deseo.
Jose Manuel Miana
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