Todos sabemos que la originalidad automovilística suele quedar sepultada bajo capas de márketing, normativas europeas y SUV clonados con diferente logo, pero de vez en cuando te encuentras una historia que te recuerda por qué amas los coches. No es porque el protagonista sea bonito, ni rápido, o tan siquiera útil en sentido estricto. No. Es porque hay algo profundamente gamberro, casero y a la vez glorioso en meter cuatro ruedas delanteras direccionales y dos motores turbo bajo un Mazda 323 de principios de los 80. Eso es justo lo que hizo Neville Laker, un técnico de neumáticos neozelandés con más ingenio que sentido del ridículo.
Lo que salió de su taller no es una réplica, ni un restomod, ni una reinterpretación artística. Es un Mazda 323 con tracción 6×6, cuatro ruedas delanteras direccionales, dos motores turbo de Mazda y más soldaduras que un astillero soviético. No se construyó para ser viral, ni para Instagram, porque ni existía. Este engendro nació para ser una bestia en las pruebas de rallycross y las subidas de grava de Nueva Zelanda, y para demostrar que con un poco de maña y mucha locura, puedes darle al mundo un Frankenstein mecánico que arranca carcajadas y respeto por igual.
Ahora que la industria se toma tan en serio a sí misma y cada coche tiene que tener una narrativa de sostenibilidad y un modo Eco, encontrarse con una salvajada como esta es como oír una carcajada en un entierro. Ruidosa, irreverente y necesaria.
La semilla del disparate: cuando el 323 se cruzó con la competición
El origen del proyecto tiene tanto de anécdota como de obsesión por la velocidad. Laker necesitaba un coche con el que competir en rallycross y subidas de montaña, algo que no se quedara atrás en las salidas como un urbano cualquiera, y como cualquier técnico neozelandés con soldador y una pila de piezas viejas en el cobertizo, decidió que el coche ideal era el que se hiciera él mismo.

El donante de base fue un Mazda 323 BD de tres puertas de principios de los 80, de esos que uno suele ver en competiciones locales donde la homologación sería considerada ciencia ficción. Era ligero, compacto y con espacio suficiente para imaginar cosas maravillosas. A eso se le sumó un segundo eje delantero direccional y la motorización doble, incluyendo toda la transmisión personalizada. Si te estás preguntando cómo puñetas se acopla todo eso a un coche compacto… la respuesta es: con mucha radial, soldadura y fe.
El resultado fue un coche con las cuatro ruedas delanteras direccionales y dos motores turbo conectados por un sistema de transmisión acoplado que daba tracción 6×6 real. Hubo que reforzar todo el chásis y adaptarlo con una estructura de largueros para que no se rompiera a los 100 metros, así que era un milagro rodante que no se parte en dos en cuanto pisas el acelerador a fondo.
Y rueda. Y trepa, y araña, y avanza por sitios donde un coche normal lloraría. Es el equivalente automovilístico a un ornitorrinco musculado.
La ingeniería de lo imposible: cuando el soldador sustituye al túnel de viento
Laker, que no es ingeniero, pero sí es un manitas de nivel dios, tuvo que rediseñar todo el sistema de suspensión delantera para adaptarlo al esquema de cuatro ruedas direccionales. La clave estaba en sincronizar los dos ejes delanteros sin que se montaran el uno encima del otro en curvas cerradas o saltos, y lo hizo con sistemas de dirección interconectados y una geometría personalizada que desafía cualquier manual.

Nada de eso es fácil. Hacer funcionar un sistema de cuatro ruedas delanteras direccionales exige resolver no solo cómo hacer girar todas las ruedas al unísono, sino cómo repartir las fuerzas, cómo evitar que el segundo eje se convierta en un lastre y cómo contener los ángulos de giro. Todo esto en un coche que, de serie, apenas tenía potencia para subir un bordillo sin carrerilla. Los motores elegidos fueron dos Mazda de la serie E, inicialmente de 1.6 litros con turbo, que aunque no te van a dar vértigo en la autopista, tienen una curva de par decente y una fiabilidad a prueba de bombas. Se usaban en competición desde hacía años.
La transmisión escogida conectaba el motor delantero al primer eje, mientras que el motor trasero impulsaba tanto el segundo eje delantero como el trasero mediante cardanes hechos a medida. En esa época no había ni control de tracción ni otras finezas, así que se trataba todo de hierro, diferencias mecánicas, y el talento para hacer que eso funcione como un conjunto. Algo que, por cierto, ninguna ITV permitiría ni en sueños.
Pero claro, en la Nueva Zelanda profunda, con pruebas de competición y vecinos fanáticos del motor, las cosas se veían de otra manera, y lo cierto es que el coche, aunque parezca sacado de una película postapocalíptica, es plenamente funcional. Y mucho más eficaz en tracción de lo que debería.
¿Por qué un Mazda? Porque dolía partir un Porsche 911
La gran pregunta aquí es: ¿por qué partir de un Mazda 323? ¿Por qué no un coche de rally más potente, o algo más adecuado? La respuesta es tan lógica como absurda: porque era barato, estaba disponible en el mercado local y no le dolía cortarlo en dos.
El Mazda 323 es uno de esos coches que nadie echa de menos hasta que lo ve convertido en algo grotescamente maravilloso. Era fiable, sencillo, con carrocería de batalla corta y sin excesos electrónicos. Ideal para mutarlo en un monstruo mecánico sin que el coche se queje. Además, en su día hubo versiones con tracción total en otros mercados, lo que le daba al menos un cierto pedigrí técnico.
Sin embargo, lo de Neville Laker va mucho más allá de cualquier homologación o versión especial. Esto no es un coche de serie modificado. Esto es un Mazda militarizado, con cuatro ruedas delanteras direccionales, seis ruedas sobredimensionadas, pasos de rueda cortados a radial y una posición de piloto hecha a mano entre los dos motores. Tiene algo de coche de Mad Max, algo de prototipo de F1 y mucho de sentido del humor.
Esa es su magia. No es un proyecto de exhibición. No es algo que verás en Pebble Beach. Es un coche para usar, para competir, para reírse mientras pasas por sitios donde otros coches no pueden ni soñar con llegar.
¿Qué tiene de especial? Todo. Nadie más ha hecho esto jamás
Lo más fascinante de este Mazda 323 6×6 no es que funcione. Es que nadie más lo ha intentado. En este mundillo hay millones de preparaciones, swaps, y proyectos locos, pero esto es único. No hay otro 323 como este. No hay otro coche que combine así la base de un turismo normal con una configuración tan extrema.
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Ojo, que funciona de verdad. En los vídeos de la época, se le ve haciendo diabluras sobre grava donde cualquier otro utilitario habría dicho basta. Las seis ruedas son sobredimensionadas, la dirección va dura como castigo divino, y frenar exige planificación, oración y algo de suerte. Pero el bicho responde, y eso lo convierte en algo más que un capricho.
No es un coche bonito, y eso es parte del encanto. Está remachado, remendado, y modificado sin complejos. Pero cada corte y cada soldadura tiene un propósito. Es una herramienta de burla rodante al diseño moderno, a la aerodinámica, a los SUV que parecen deportivos y no sirven ni para subir un bordillo.
Lo mejor de todo sigue siendo que no se hizo para nadie más que para él mismo. Ni para redes (no existían), ni para fans (no tenía). Las cosas son más bonitas si las haces porque te apetece.
El utilitario con alma de bestia
El Mazda 323 6×6 no es rápido, pero tampoco necesita serlo. Lo suyo es más ser a la vez fuerza imparable y objeto inamovible. La tracción 6×6 real hace que se adhiera al terreno como una garrapata motorizada. Las cuatro ruedas delanteras giran de forma sincronizada, las seis ruedas traccionan, tragándose obstáculos que harían llorar a cualquier coche normal.
El sonido de los dos motores turbo trabajando al unísono, que es ronco y agresivo, pone la banda sonora perfecta al conjunto. No hay aislamiento acústico, ni filtros, ni florituras. Solo dos motores escupiendo potencia y un escape que resuena como dos generadores de obra funcionando a la vez. Pero todo eso, lejos de restar, suma al carácter.
Este coche no se mide por caballos, sino por carcajadas y buenos ratos. Por el hecho de que nadie espera ver un 323 con seis ruedas y cuatro ruedas direccionales trepando un sendero imposible. Es el tipo de coche que convierte cualquier salida en una expedición y cualquier trayecto en una aventura.

Así es el Mazda 323 BD totalmente de origen
El piloto va sentado entre los dos motores, entrando por las ventanillas porque no tiene puertas, soportando el calor de ambas plantas motrices y con una visibilidad que deja mucho que desear. Pero esa incomodidad forma parte del encanto: esto no es un coche, es una experiencia.
Más frankensteins, menos aburrimiento
El Mazda 323 6×6 de Neville Laker no debería existir porque es un sinsentido mecánico que ofende a ingenieros y enamora a quienes aún creen que el coche es algo más que un electrodoméstico. Es el tipo de proyecto que te hace recordar por qué empezaste a amar los coches: porque pueden ser locos, impracticables y maravillosos al mismo tiempo.
Precisamente por eso es maravilloso: Porque desafía las reglas, y porque mezcla piezas que nunca pensaron estar juntas, y porque nos recuerda que el coche, en el fondo, siempre fue juego, reto, y locura mezclada con la genialidad del mecánico de a pie. Cada soldadura en este Mazda es un dedo anular alzado al aburrimiento y a la uniformidad.
En una época como la presente, donde todo está regulado, homologado y diseñado por comités, proyectos como este nos recuerdan que la verdadera innovación nace de la pasión individual y de la libertad para experimentar. Laker no tenía presupuesto millonario, ni equipo de ingenieros, ni simuladores por ordenador. Solo tenía una idea loca y las ganas de llevarla a cabo.
Necesitamos más de eso. Más coches así, por favor. Más Neville Lakers. Más 6×6 imposibles. Aunque solo sea para recordarnos que el automóvil, cuando se libera de las normas, aún puede ser gloriosamente divertido.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS