El género de la seguridad vial

El género de la seguridad vial

Un estudio reciente publicado por la Dirección General de Tráfico expone los peligros de la masculinidad para los usuarios de nuestras carreteras y propone la implantación de clases de género en nuestras autoescuelas


Tiempo de lectura: 9 min.

Durante estos últimos días ha trascendido la existencia de un estudio, financiado por el Ministerio de Interior y más concretamente por la Dirección General de Tráfico, bajo el título de Estudio de la seguridad vial desde la perspectiva de género. Realizado por la empresa MURGIBE S.L., una consultoría de igualdad, su objetivo fundamental es el de ofrecer algunas ideas para futuras políticas públicas a implementar en nuestro país en el ámbito de la seguridad vial.

Es este último apartado del estudio, el de las propuestas, el que ha generado más controversia en los medios de comunicación en las últimas semanas, puesto que entre las recomendaciones presentadas en el mencionado trabajo figura la idea de instaurar clases de género en los programas de educación vial, también a la hora de obtener y renovar el permiso de conducir. Consideran que “se deben poner en valor comportamientos vinculados con la prudencia, el respeto a las normas, la no violencia, la tranquilidad, la paciencia, etc.”. Hasta aquí todo suena bien. Sin embargo, añaden: “y que cuestionen la representación social de la masculinidad como sinónimo de riesgo, agresividad, velocidad, etc.”, para así darle esta perspectiva de género y empezar a justificar que han cumplido con el encargo.

La verdad es que se trata de una forma novedosa, al menos en nuestro país, de afrontar un problema, el de los fallecidos y heridos como consecuencia de los accidentes de tráfico en nuestras carreteras, que parecía ya contar con suficientes frentes abiertos, aunque tradicionalmente la DGT los haya condensado casi todos en el quebrantamiento de los límites de velocidad normativamente establecidos. Ahora aparece la perspectiva de género para desviar también hacia aquí la atención sobre todos esos riesgos que tradicionalmente nos han amenazado como usuarios de nuestras carreteras, que en muchos casos derivan del estado de conservación de las propias infraestructuras, cuando no directamente de su diseño. También están, en muchas ocasiones, relacionados con la deficiente formación con la que los conductores salimos de las autoescuelas, capaces de circular por las vías públicas pero sin demasiadas herramientas para enfrentarnos con solvencia a situaciones peligrosas relativamente cotidianas.

En muchas ocasiones, quienes llevan a cabo este tipo de investigaciones se enfrentan a los datos con honestidad, atendiendo a qué les dicen estos. En otros casos, el enfoque es bien diferente, y se hace uso de los datos para intentar dar validez a unas afirmaciones con las que ya se partía al inicio

De este modo, estos aspectos —como muchos otros de gran trascendencia— pueden seguir en un segundo plano mientras nos centramos en establecer absurdas diferencias entre ellos y ellas. Todos sabemos que el sexo de los implicados en una colisión poco influye en las más o menos graves consecuencias de un accidente.

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Los estudios vocacionales

Dicho documento, disponible aquí para la lectura de cualquiera que esté interesado, expone en su introducción la elevada desigualdad existente entre sexos en lo referente a fallecidos y hospitalizados graves derivados de accidentes de tráfico. Gracias a los datos facilitados por la DGT sobre accidentes de tráfico entre 2015 y 2019 cruzados por sexo, muestran que un 79 % de los fallecidos y un 72 % de los heridos graves fueron hombres en 2019. A continuación, apuntan que la diferente exposición al tráfico de hombres y mujeres puede ofrecer alguna explicación a esta diferencia, pero en vez de continuar su estudio por esta vía, o emplear esta variable de control para eliminar la influencia de este factor en estos porcentajes, deciden ahondar en la argumentación de que la causa de esa desigualdad radica en la masculinidad estereotípica. No se esconden. Tampoco cuando, unas líneas después, afirman que, de las 50 referencias bibliográficas revisadas, han seleccionado las nueve que se consideraron relevantes para el estudio planteado. Es decir, aquellas que permitían seguir progresando hacia el resultado que de antemano ya habían definido. Sí, como sabemos, esta es otra de las funciones de este tipo de estudios en las ciencias sociales: atribuirse a uno la razón.

Y es que los recursos públicos que ha recibido MURGIBE S.L. para realizar el mencionado trabajo han sido bien empleados. Visto lo visto, lo han hecho como debían, puesto que han logrado alcanzar las conclusiones que querían. En el estudio puede leerse, por ejemplo, el siguiente párrafo: “hay evidencias suficientes que demuestran que los hombres, y en particular, los jóvenes, tienden a tener conductas más agresivas en comparación con las mujeres en la mayoría de las culturas, y este factor tiene un impacto muy importante en la conducción, incitando a un comportamiento más competitivo y hostil y, en consecuencia, incrementando las posibilidades de sufrir un accidente de tráfico”. Unas evidencias que no se acompañan de referencia bibliográfica alguna, por lo que entendemos que son de su propia tinta. Sin estudio empírico que las sustente, lo peor es que ahora corre el peligro de servir como cita bibliográfica en próximos informes que continúen generando elaboradas ideas con aspecto de verdad.

Evidentemente, está bien tratar de explicar por qué se producen los accidentes de tráfico, pero, y esto ya desde una perspectiva muy personal, considero que no existe necesidad de perseverar aquí en esa diferenciación entre sexos que pretendemos eliminar. A través del concepto de género se consigue circunvalar, de algún modo, esa forma de separar a hombres y a mujeres, atribuyendo a lo psicológico —al patriarcado— el origen de las conductas peligrosas. Pero, una vez que hemos determinado que se trata de un asunto sociocultural, ¿por qué tratar de vincularlo de nuevo a conceptos biológicos que solo dan cuenta de una distinción anatómica o genética y que de ningún modo pueden sustentar cualquier discriminación? ¿No es esto lo que tratamos de superar? No parece que atribuir lo positivo a lo femenino y lo negativo a lo masculino vaya a posibilitar progresar en ese objetivo por todos compartido —espero— de eliminar la feminidad o la masculinidad como elementos sobre los que argumentar diferencias de trato. Como tampoco en el de disminuir las cifras de víctimas de accidentes de tráfico.

Hay evidencias suficientes que demuestran que los hombres […] tienden a tener conductas más agresivas en comparación con las mujeres en la mayoría de las culturas”, exponen en el texto, sin ambages ni referencias bibliográficas, las firmantes de este Estudio de la seguridad vial desde una perspectiva de género

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Víctimas y verdugos

Con este tipo de estudios se pierde la oportunidad de superar también aquí cualquier tipo de separación o distinción fundamentada en el sexo. Todos los usuarios de las vías reguladas por la DGT en nuestro país deben recibir una atención igual, y nada se perdería si el enfoque estudiara las conductas temerarias entre los conductores españoles sin tratar de buscar justificaciones en anticuados estereotipos. Visto lo visto, es posible que la solución a este problema pase por no publicar estadísticas de fallecidos en función del sexo, la verdad. Por la igualdad, digo, no por otra cosa.

Más que la solución, la perspectiva de género parece también un problema. Para empezar, porque se utiliza con excesiva ligereza, sin establecer con claridad, como sucede en este estudio, la obvia diferencia entre este concepto y el de sexo. Mientras que el segundo es un concepto biológico, el primero tiene un origen sociocultural, y genera efectos del mismo calado sobre el comportamiento de los ciudadanos, por supuesto que también en lo referido a su participación en el tráfico rodado. Bajo mi punto de vista, la única manera de romper con estas distinciones es empezando por no prestarles atención, y un ámbito como el de la seguridad vial parece de los más apropiados para comenzar a quebrar estas estructuras estereotípicas.

Los comportamientos al volante que incrementan la probabilidad de que se produzcan accidentes de tráfico son los que son, y poco importa, creo yo, que quienes los lleven a cabo sean hombres o mujeres. En cuanto al género, suponemos que en un mundo actual de fluidez está bien que desde algunas instituciones se comuniquen referencias para poder diferenciar qué es lo masculino y qué es lo femenino, si acaso importara. A través de este estudio, el Ministerio del Interior ha tenido a bien reforzar los tópicos por muchos asumidos, puesto que corrían el riesgo de desvanecerse.

Este estudio, financiado por el Ministerio del Interior, se aprovecha de la borrosa distinción entre los conceptos de género y sexo para alimentar estereotipos que en nada ayudan, bajo mi punto de vista, a mejorar nuestra seguridad vial

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La orientación pedagógica

Como también se expone en las conclusiones del estudio, se trata de trabajar para borrar determinados clichés o prejuicios que unen el sexo de los conductores con determinados comportamientos al volante. Aquí parece que quieren romper unos estereotipos alimentando otros, y no se entiende cómo mezcla esa voluntad de combatir la idea, injustificablemente extendida, de que las mujeres conducen peor —con menos habilidad— que los hombres, con la defensa del argumento de que los hombres conducen peor —de manera más agresiva— que las mujeres. No se me ocurre mejor forma de romper con estos dos prejuicios que borrando la vinculación con uno u otro sexo de cualquiera de estos comportamientos. Se conduce peor cuando se es insolidario, cuando se pierde de vista que todos compartimos el mismo trozo de asfalto, cuando se infringen las normas sobre las que se construye esa necesaria confianza mutua entre conductores. También cuando la formación de las autoescuelas no ofrece recursos suficientes para solventar esas situaciones extraordinarias en las carreteras a las que todos, en determinados momentos, nos tenemos que enfrentar.

Además, atribuyen a la competitividad determinados comportamientos negativos al volante. A mí se me ocurre transformar esta competitividad —que no sé qué forma le dan ellas, si salir antes del semáforo, si pasar más cerca del guardarraíl, si frenar más tarde o nunca ante una curva— en un elemento positivo para la seguridad. Es decir, competir por ser más solidarios, más anticipativos, más capaces de evitar las situaciones de riesgo y ayudar a los demás usuarios a hacerlo. Hay competitividades, por así decir, que propician ganancias para todos, especialmente cuando no tienen lugar en juegos de suma cero, como en el caso de la seguridad vial, juego cooperativo donde los haya.

Es de todo punto necesario promover actitudes y valores en la sociedad que son positivos para el bienestar general de todos los ciudadanos, también más allá de la carretera, pero despojados de apellidos que participen del juego que ya sabemos que debemos abandonar. Esos que permiten mantener vigente una supuesta oposición entre lo masculino y lo femenino, algo que, a fuerza de repetirlo, nunca vamos a olvidar.

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Sobre mí

David García

No conozco sensación mejor que la de un volante en las manos. Disfruto también con ellas sobre el teclado, escribiendo ahora para vosotros algo parecido a aquello que yo buscaba en los quioscos cuando era un guaje.

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