Las siglas GSi evocan una época dorada para los amantes de los coches: los años ochenta y noventa, cuando Opel ofrecía modelos como el Kadett GSi o el Manta GSi, que eran sinónimo de deportividad al alcance de muchos jóvenes con ganas de comerse el mundo. Aquellos vehículos conquistaron con sus motores de inyección y su diseño atrevido a una generación que aún los recuerda con cariño y nostalgia. Ahora, en 2025, Opel transforma esas tres letras en GSE (Grand Sport Electric), y promete una revolución eléctrica liderada por el Grandland GSE. Sin embargo, este giro hacia lo eléctrico no es del gusto de todos, y es que, ¿puede un motor silencioso capturar el espíritu visceral que definía a los GSi?
Florian Huettl, el consejero delegado de Opel, asegura que los GSE serán “poderosos, excitantes e inspiradores”, unas palabras que resuenan en el cortometraje “Three Letters”, donde se desglosan las siglas: G de grandeza alemana, S de espíritu deportivo y E de emoción eléctrica. Su diseño inspirado en la premiada estética de Opel, y un chasis optimizado para curvas y autopistas buscan seducir a los conductores modernos. Seguramente los más puristas verán esto como un lavado de cara comercial al estilo de Ford con el Puma, como una maniobra de Stellantis para vender nostalgia sin sustancia. La pregunta es inevitable: ¿es esto evolución o traición?
El asunto de los GSE comenzó en 2022 con los híbridos enchufables Astra GSe y Grandland GSe en un primer intento de resucitar la esencia GSi. Las pruebas, como la que presentamos en espíritu RACER el 25 de septiembre de 2024, mostraron claroscuros: el Grandland GSe (300 CV), destacó por su agilidad, mientras que el Astra GSe (225 CV), decepcionó por su falta de carácter. Algo que pocos esperarían en un Astra y que dejó entrever que Opel aún no había dado con la tecla para fusionar deportividad y electrificación. Los nuevos GSE eléctricos afrontan un reto aún mayor: demostrar que la electricidad puede tener más chispa que la gasolina.
Hay debate, eso seguro. Para algunos, la electrificación es una oportunidad de reinventar la deportividad en clave sostenible; para otros, es una afrenta a un legado que vivía del olor a combustible y el sonido de un motor alegre. Opel tiene una tarea titánica por delante: si no logra que los GSE eléctricos transmitan pasión, esas siglas podrían quedar como un eco vacío de un pasado dorado.

La comparativa que puso todo en cuestión
Ya hemos comentado que enfrentamos al Astra GSe y al Grandland GSe para medir su fidelidad al espíritu GSi, y los resultados fueron reveladores. El Grandland GSe se llevó los aplausos por su suspensión firme, su tracción total y su respuesta ágil en carretera, aunque su enfoque SUV lo alejaba la conexión pura con el asfalto. El Astra GSe se quedó atrás por culpa de su tacto blando y su falta de garra, que eran a GSi como llamar Coca-Cola a la Freeway Cola.
El Grandland GSe mantuvo el tipo en curvas y tramos exigentes gracias a una dirección precisa que invitaba a empujar los límites, mientras que el Astra GSe pecaba de conservador con una suspensión que aísla demasiado al conductor de la experiencia del asfalto. Ninguno de los dos era un GSi reencarnado. Eran coches rápidos, sí, pero sin la personalidad de sus antepasados. La batería, que en nuestra prueba se desplomó al 2%, evidenció las limitaciones de los híbridos enchufables: sin carga, adiós a las prestaciones. Los GSE eléctricos tendrán que romper este techo si quieren cumplir las expectativas.
Hay detalles como el volante que marcaron diferencias sutiles pero notables. El del Grandland GSe era más robusto y ergonómico y transmitía control; el del Astra era más fino y parecía sacado de un modelo básico, poco acorde con su pedigrí. Además, el precio (38.100 euros para el Astra y 51.891 para el Grandland) reflejaba una apuesta desigual: el SUV justificaba mejor su coste en pista, pero ninguno terminaba de ser sexy. Opel debe afinar estos aspectos en los GSE eléctricos para no repetir errores.
El mayor obstáculo en la prueba fue logístico porque sin cargadores a mano, los híbridos perdieron fuelle rápidamente y nos recordaron que la infraestructura eléctrica sigue siendo clave. Los futuros GSE, al ser 100% eléctricos, dependerán aún más de una red sólida y accesible. Si Opel no lo tiene en cuenta, sus promesas de deportividad podrían quedarse a oscuras.

El reto de electrificar la pasión
Electrificar un legado como el GSi es una jugada arriesgada, y Opel lo sabe. Los GSE eléctricos prometen un chasis nervioso y estabilidad en cada curva, pero los híbridos GSe dejaron algunas dudas que no se disipan fácilmente. Si Opel acierta, los GSE podrían ser un éxito; si tropieza, bueno, esperemos que no tropiecen.
El silencio de los eléctricos plantea otro dilema, y es que la deportividad clásica vivía del rugido, y Opel tendrá que compensarlo con una experiencia sensorial distinta, ya sea mediante tacto o diseño. Otros sentidos deberán llenar el vacío que dejan las RPM.
La competencia no da tregua y ya ha puesto el listón muy alto con propuestas que se empiezan a acercar a lo que debería ser un coche. Opel no puede limitarse a cumplir normativas de emisiones; debe ofrecer algo único que haga revivir el amor por el motor en jóvenes y viejos. La herencia GSi es una ventaja, pero también una presión: los fans no perdonarán una versión descafeinada de sus mitos.
El precio será el juez final. Los GSE híbridos ya eran caros, y los eléctricos lo serán más y los alejará del carácter asequible que definió a los GSi originales si no tienen cuidado. Los GSE tienen potencial, pero solo si la marca acierta en prestaciones, emoción y pragmatismo.
Jose Manuel Miana
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