Que el Volkswagen Golf haya sido uno de los coches que más ha dado que hablar se debe a cosas como esta versión: lanzar un compacto diésel de 110 caballos cuando la media del segmento estaba en el entorno de los 90 (y aún con inyección indirecta). La potencia absoluta no fue el aspecto más llamativo, pues la escalada de los diésel ya parecía imparable. BMW vendía sus 525 tds con 143 CV, Mercedes contaba con un 3.0 de 177 CV y la propia Audi tenía el 2.5 TDI de 140 CV en el A6 de primera generación.
Pero los probadores de la época se echaron las manos a la cabeza con este Golf aduciendo que era un modelo carente de sentido porque traspasaba la filosofía de los vehículos de gasoil, o al menos la imagen que se tenía por entonces de ellos. A modo de anotación, el Ibiza GT TDI 110 saldría poco después amenazándoles con rasgarse las vestiduras.
Con el Golf GT TDI se comenzó a juntar las palabras diésel y deportivo en una sola frase, pese a que a muchos la asociación les chirríe tanto como unos discos oxidados. Poniéndonos en situación (año 1996), era más una cuestión de prestación pura que de tacto o sensaciones. Y en esto no había discusión: el Golf TDI 110 CV era un coche rapidísimo. Y sí, repostaba gasóleo. Tomando como base el TDI 90, se le incluyó un turbo de geometría variable para rebajar el tiempo de sus aceleraciones en torno a dos segundos, con una velocidad máxima de 193 km/h, impensable para un compacto diésel. Y todo ello con los irrisorios consumos de los que el grupo VAG presumía desde el lanzamiento del TDI 90 CV.
El motor de 110 CV se asoció al acabado GT Special, que dio un último impulso a la tercera generación del compacto de Volkswagen, y el cual se unió también al 1.6 de gasolina con 100 CV. La diferencia de precio entre ambos -más de 3.000 euros- era tan exagerada que el TDI tenía poca justificación a no ser que el comprador fuese un devorador de kilómetros o un visionario que tuviera en cuenta el futuro valor de reventa con la burbuja diésel que se propagaría en los años sucesivos.
El cualquiera de los dos motores, el GT Special presumía de un exterior distintivo que le acercaba al ya mítico y codiciado GTI. Se diferenciaba de sus hermanos de gama por los pilotos traseros oscurecidos, las molduras negras, un discreto alerón y las preciosas llantas BBS de 15 pulgadas. En el interior, los asientos deportivos se tapizaron con un colorido jaspeado que contrastaba con la sobriedad típica de la marca, como también era característico su nivel de equipamiento con respecto a modelos generalistas, y aunque fuese a base de tirar de opciones.
De hacerlo, la ya de por sí elevada tarifa del GT TDI (18.500 euros de partida), se acercaba con descaro a los precios que manejaban las berlinas de la época de similar potencia, si bien eran pocas las que superaban el centenar de caballos. Quizá su rival más directo por concepción fuese el Fiat Bravo GT TD de 100 CV, que costaba 3.500 euros menos. Fue uno de los primeros en asociar un acabado de tintes deportivos a un compacto movido por gasóleo, pues hasta hacía bien poco los diésel quedaban relegados a niveles de equipamiento sencillos porque lo que se buscaba era el ahorro en todos los sentidos.
La herejía se mantendría para la siguiente generación del Golf, cuando a Volkswagen se le ocurrió unir las siglas GTI con las TDI para dar vida años después a un compacto diésel que alcanzaba la mágica cifra de los 150 CV, dejando de nuevo a sus competidores rezagados. Hoy día a nadie le extraña ver un Golf TDI con 150 CV, pero siempre hay un precedente a algo habitual.
Fotografía: Mathias Boesgaard – BilGalleri
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.La.semilla dianlpn