El modelo que nos toca hoy, el Renault Mégane 1.9 dCi en su versión más exclusiva (Luxe Privilège), pertenecía a la fase I de la segunda generación. Se montó con este propulsor de 120 CV en el periodo de 2003 a 2006. Se utilizó una plataforma desarrollada conjuntamente con Nissan y se fabricó con carrocería de cinco puertas, entre otras tantas (tres puertas, sedán, familiar y coupé-cabriolet).
Estéticamente llamaba la atención sus líneas futuristas adoptadas del Vel Satis, que supusieron una ruptura con las líneas suaves y curvas de la generación anterior. La luneta trasera estaba en posición totalmente vertical, y el maletero sobresalía con respecto a la carrocería.
El nombre de la versión resumía su elevado nivel de equipamiento, tanto en confort como en seguridad. Contaba con tarjeta de arranque, control de crucero, climatizador, ordenador de a bordo, cuatro elevalunas eléctricos, sensores de lluvia y de luz… También adoptó soluciones propias de un monovolumen, con multitud de huecos repartidos por todo el habitáculo, como dos trampillas situadas bajo el piso de las plazas delanteras. Era práctico a un nivel superlativo.
El espacio para dichas plazas era suficiente, con unos asientos cómodos que sujetaban bien el cuerpo. Estos contaban con múltiples regulaciones, al igual que el volante. Los pasajeros traseros no podían decir lo mismo, pues contaban con muy poco espacio para las rodillas. El maletero era escaso de capacidad, con 330 litros de capacidad, contando además con una boca de acceso alta y estrecha.
El equipamiento de seguridad era bastante abundante, con airbags de conductor y pasajero, laterales y de cabeza en las plazas delanteras, así como otros situados en los asientos delanteros que evitaban la rotación de la pelvis de los ocupantes en caso de colisión. También contaba con cinturones con pretensores de tres puntos en las cinco plazas, ABS, ASR Y ESP. El sistema de arranque era por botón, desechando la clásica llave.
La visibilidad trasera era muy reducida, motivado por el grosor de los pilares C y al pequeño tamaño de la luneta trasera, por lo que resultaba muy útil el avisador acústico de proximidad como apoyo a los grandes retrovisores. Los faros de serie daban una estupenda iluminación lateral, pero la diferencia entre la luz de cruce y carretera eran mínimas. Un aspecto muy conseguido es la buena insonorización conseguida gracias al empleo de unos eficaces materiales fonoabsorbentes y la utilización de unos desarrollos del cambio largos que servían de desahogo al motor.
El resto de elementos mecánicos contribuían a la suavidad general del coche, como la amortiguación, un cambio de manejo preciso y suave de seis velocidades, o el tacto de los mandos. Si acaso desentonaba una molesta vibración del pedal del embrague, un problema común de los propulsores diésel de esta generación. Como en muchos modelos, la sexta marcha estaba pensada para ahorrar combustible, no era prestacional.
El motor del Renault Mégane 1.9 dCi era un bloque de cuatro cilindros en posición delantera transversal y una cilindrada de 1.870 cm3, entregaba 120 CV a 4.000 RPM junto a un par máximo de 300 Nm a 2.000 RPM. El bloque estaba fabricado en fundición de hierro y la culata en aluminio. La distribución se realizaba a través de un árbol de levas en la culata y dos válvulas por cilindro. Estaba alimentado por sistema de inyección directa por conducto común, acompañado de turbo de geometría variable e intercooler.
El turbo de geometría variable exprimía al máximo el motor, dando más potencia de la oficial, como suele ser habitual. Más interesante era el elevado par que ofrecía a bajas revoluciones, con valores de 220 Nm por encima de las 1.700 RPM y alcanzando su máximo cerca de las 2.800 RPM. Con la potencia sucedía algo parecido, ofreciendo más de 100 CV en el entorno del par máximo.
Con estas bondades los viajes por autopista resultaban cómodos y relajados, con unas recuperaciones y aceleraciones realmente buenas, algo lastradas por el peso, que superaba los 1.300 kg, y la aerodinámica. Su velocidad máxima oficial era de 196 km/h y aceleraba de 0 a 100 km/h en 10,5 segundos. Su consumos homologados eran de 7,2 l/100 km en ciudad y 4,4 en carretera, aunque los reales rondaban una media de 6,5 l/100 km, más realistas pero tampoco excesivos. El depósito de combustible de 60 litros le otorgaba una autonomía media de 900 km.
Su comportamiento se podía definir con mayúsculas, con un paso por curvas rápidas a un ritmo endiablado sin perder el confort; un poco burgués
En curvas cerradas actuaba el DSR si entrábamos más deprisa de la cuenta y perdíamos tracción. Si lo hacíamos rozando los límites de seguridad la electrónica entraba de nuevo en acción y cortaba el flujo de combustible, moviéndose ligeramente la trasera, pero sin desviar la trayectoria. Con ello se disminuía la velocidad de salida de la curva.
Su blanda suspensión de largos recorridos enfocada al confort restaba confianza al volante al rodar por firmes ondulados, pero no era más que una sensación, pues la estabilidad y el confort eran impresionantes, con una gran nobleza en sus reacciones, que se controlaban en todo momento. Su esquema era independiente McPherson en el eje delantero y rueda tirada con elemento torsional en el trasero, con resortes helicoidales como elementos elásticos. Se completaba con amortiguadores hidráulicos y barras estabilizadoras en ambos ejes.
En carreteras de montaña no se acobardaba y enlazaba las curvas con efectividad y suavidad. Si aumentábamos el ritmo el manejo de la palanca de cambios acompañaba, con recorridos cortos y de gran precisión. Los frenos, con discos en ambos ejes y ventilados en el delantero contaban con una elevada resistencia a la fatiga y unos buenos valores de distancia de frenada, con 72 metros a 140 km/h. La dirección, con asistencia variable eléctrica, no era todo lo comunicativa que quisiésemos, no redondeando este buen comportamiento dinámico.
A este Renault Mégane le sentaba de maravilla este motor, resultando polivalente en su uso, pues igual se desenvolvía con soltura y comodidad por ciudad que podías mantener cruceros cómodos y elevados por autopista. También servía para ratonear por carreteras tortuosas de montaña con unos elevados márgenes de seguridad con la inestimable ayuda de la electrónica. Si le añadimos el acabado Luxe Privilège, el resultado era casi redondo.
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Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...Además esa estética ha envejecido muy bien, de puro raro se ha convertido en un poco atemporal.