El Opel Rekord 2.3D no era el diésel más prestacional del segmento, ni siquiera podía plantar cara a otros modelos de la misma Opel, básicamente, porque su propulsor estaba claramente anticuado. De hecho, el propio modelo en sí, era uno de los pocos retazos que quedaban de la “vieja” Opel, pues para entonces, 1979, toda la gama del fabricante alemán se había adaptado a los tiempos.
Hubo un tiempo en el que Opel tenía una gama con modelos de lo más interesante. Por ejemplo, al tiempo que el Kadett y el Corsa copaban las ventas en los segmentos medios, el Monza representaba el coupé de aspiraciones GT, el Opel Senator se posicionaba como el máximo exponente de la marca en formato sedán y el Opel Rekord se colocaba como un sedán de tamaño mediano, muy capaz, que presumía de un refinamiento general más que notable.
Antes, los fabricantes no se dejaban llevar tanto por las tendencias, los catálogos de cada marca tenían una propuesta para cada segmento, o casi. Decir que no se dejaban llevar por las tendencias es, quizá, muy atrevido. En realidad, las modas y los gustos de los usuarios han marcado siempre el camino, pero antes cada fabricante guardaba su personalidad, su esencia, aun cuando se trabaja con otras marcas rivales en el desarrollo de algún proyecto conjunto. La misma Opel tenía modelos en Australia bajo el sello de Holden y eran claramente diferentes –el Opel Rekord se vendía allí como Holden Commodore–.
El Rekord era claramente un coche “a la vieja usanza”: propulsión, una gran carrocería de tres volúmenes sin muchos ornamentos, puesta a punto general enfocada a un buen comportamiento en carretera…

Llegados a 1979, el Rekord se había actualizado en muchos apartados, había adoptado algunos rasgos de diseño ya vistos en modelos como el Kadett y había mejorado ciertos detalles que necesitaban revisión. Sin embargo, todavía mantenía la propulsión y un viejo motor diésel que, si bien hacía su función de cubrir la gama de gasóleo, no estaba a la altura de los rivales más modernos.
Ese motor era un vetusto cuatro cilindros con 2.260 centímetros cúbicos con culata y bloque de fundición. La culata tenía un solo árbol de levas y dos válvulas por cilindro, la inyección corría a cargo de una bomba Bosch y no había turbo que ayudara a aumentar las prestaciones. Rendía 65 CV a 4.200 revoluciones y 12,7 mkg a 2.500 revoluciones, y se combinaba con un cambio manual de cinco relaciones cuyos desarrollos eran ligeramente largos –la quinta era de 38,1 km/h a 1.000 revoluciones–.
Como cabe esperar, dado el tamaño del coche –4,65 metros de largo, 1,72 metros de ancho y 1.250 kilos–, esos 65 CV no daban para mucho. Los 400 metros con salida parada se completaban en 22 segundos, mientras que los 1.000 metros, también con salida parada, necesitaban 40 segundos. La velocidad máxima de 144,9 km/h se alcanzaba en cuarta.
De toda formas, el Opel Rekord 2.3D no pretendía ser un velocista, sino un corredor de fondo. Sin tener que alcanzar velocidades muy altas, podía recorrerse España de punta a punta con mucha comodidad, una estabilidad muy elevada y una sensación de control notable. Claramente, el Rekord 2.3D era un coche “de autobahn” –autobahn, por cierto, significa “autopista” en alemán… –, que también presumía de una dirección asistida muy suave y unos frenos potentes.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS