Cuando el otro día escribí sobre el Chrysler Voyager asociado al motor 2.5 TD, me vinieron a la cabeza los diferentes modelos de distintas marcas que lo habían montado. Coches de Alfa Romeo, Jeep o Range Rover. Recordé también al Opel Frontera TDS y un lapso de mi memoria me hizo pensar por un momento que aquel TDS había sido, al igual que en el Voyager, el primer motor de gasóleo acoplado a la carrocería corta Sport. Pero estaba equivocado, pues el efímero 2.8 TDI le había propulsado unos meses antes.
Por tanto, el enfoque que pretendía similar al de la historia del monovolumen americano carecía de sentido, pero es que además, y al contrario que este, el Frontera Sport sí que había gozado de bastante éxito aunque estuviera inicialmente asociado al 2 litros de gasolina. Tanto el tres como el cinco puertas se habían convertido en modelos populares en España y en Europa, manteniendo su supremacía durante años gracias a ligeras modificaciones que les mantenían al día.
El 2.8 TDI de 113 CV sustituyó en el Wagon al poquipotente 2.3 TD de solo 100 CV y se aprovechó para montarlo también en el Sport. Pese a su gran cilindrada y la cada vez más popular inyección directa, su vida fue bastante corta bajo el capó de los 4×4 de Opel. Su reemplazo fue el mencionado bloque de la italiana VM Motori que la marca del rayo denominó TDS para distinguirlo.
Se trataba de un cuatro cilindros de 2.499 centímetros cúbicos, inyección indirecta, turbocompresor e intercooler. Desconozco las razones reales para esta elección, aunque las notas de prensa de entonces decían que se debía a su mayor par y agrado de uso con respecto al 2.8 de Isuzu. También mejoraban prestaciones y consumos pese a la inferior cilindrada y la ganancia de dos caballos, así que quizá fueran estos los motivos del cambio.
Con los datos en la mano, el Sport TDS prometía una velocidad máxima de 155 km/h frente a los 149 km/h del TDI. La aceleración de 0 a 100 se mejoraba en ocho décimas pasando de 16,8 segundos a 16 en el caso del 115 CV. Todo ello con un consumo menor según datos oficiales.
Los que hayan conducido aquel 2.8 TDI se acordarán de su falta de bajos, que provocaba que tuviésemos que jugar con el embrague para no calarlo. Este mal ocurrió también en la segunda generación ya con el 2.2 DTI, y en el TDS se intentó mitigar, y se consiguió. Por ello, el agrado de uso era en la práctica la principal ventaja del 2.5 con respecto a su antecesor, tal como se prometía. Se notaba en el día a día, pero sobre todo cuando decidíamos adentrarnos en el campo, terreno para el cual el Frontera Sport estaba sobradamente preparado.
Porque era un TT puro de propulsión trasera con eje delantero conectable y diferencial trasero autoblocante. Junto a la enorme palanca de cambios, tan típica de los todoterreno, encontrábamos otra más pequeñita que accionaba la reductora. Su corta batalla, amplios recorridos de la suspensión y unos buenos ángulos de ataque y salida permitían que se desenvolviera con soltura por terrenos complicados, en los que el límite lo ponían sus neumáticos de uso mixto de nada menos que 255/65 de medida con llantas de 16 pulgadas.
Con la introducción de este motor se aprovechó para realizar cambios en el interior. Por fuera solo se distinguía por el emblema TDS de su trasera (aunque luego se lanzó la versión Arizona Sport con llantas específicas y colores exclusivos), pero por dentro se modificó el salpicadero por completo porque el anterior se había quedado totalmente desfasado.
Y es que el Frontera llevaba en el mercado casi seis años, y aunque su imagen no se había desgastado en exceso, el salpicadero original no respondía a los nuevos estándares de diseño y, sobre todo, ergonomía a sus mandos.
Lo que no se modernizó fue su concepción de cuatro plazas, con una segunda fila de difícil acceso, con banqueta muy baja y nula visibilidad por el anchísimo pilar central, que había sido su principal rasgo estético, manteniéndose en la siguiente generación suavizado por un tercer cristal. Con todo, no era un coche especialmente pensado para una utilización familiar, pues para eso ya estaba el cinco puertas. Tampoco era el más capaz en campo, si acaso aquel iba a ser el motivo de compra.
Pero el Frontera Sport conjugaba con maestría y la madurez que solo dan los años un diseño desenfadado con un precio relativamente asequible.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Como echo de menos TT así, utilizables, que se desenvuelvan decentemente por campo, con su reductora…Menos mal que Suzuki ha dado en el clavo con el nuevo Jimny.