Con el lanzamiento del primer Clase A, Mercedes había dado un paso de gigante que rompía con todas las barreras que su historia le había impuesto. No solo redujo considerablemente el tamaño y la tarifa para poder acceder a un modelo con la estrella en el frontal, sino que rejuvenecía su imagen en busca de otro tipo de público. Sin embargo, aquel pequeño monovolumen no era un coche juvenil por mucho que llevara la equipación Avantgarde de tintes deportivos. Aún faltaba lanzar un modelo que apuntase directamente a una clientela que, aun manteniendo cierto poder adquisitivo, buscase un coche de espíritu joven también en apariencia. Y así nacía el Mercedes-Benz Clase C Sportcoupé.
El nombre era toda una declaración de intenciones, aunque con matices, porque ni era un cupé ni era un coche demasiado sport. También es justo decir que tampoco se trataba de un simple Clase C achatado en la línea del BMW Compact. La estética jugó un gran papel en el primer compacto de la marca de Stuttgart partiendo de una buena base, pues esa generación de la berlina media había roto a su vez con el diseño clásico de sus tres volúmenes.
Para escapar de la imagen de un mero tres puertas del segmento compacto, su carrocería mantuvo unas grandes proporciones con respecto a sus principales rivales, midiendo 4,34 metros de longitud frente a los 4,15 del A3 o los 4,26 metros del Compact. Las proporciones realzaban su silueta con un morro muy largo y la luneta trasera muy tendida. En la zaga la forma de los pilotos hacía recordar a otros Mercedes, pero el diseño general escapaba del clasicismo gracias a un cristal dividido en dos por un prominente alerón integrado que nacía en los grupos ópticos con una función tan estética como práctica, pues asimismo ayudaba a mejorar la aerodinámica.
El interior estaba ideado para cuatro ocupantes. Los de las plazas traseras gozaban de un buen espacio, aunque los centímetros no sobraban. Para un cupé estaba bien; para un compacto al uso, no. El acceso se hacía más cómodo por el tamaño de las puertas, 12 centímetros más largas que en la berlina, aunque la banqueta no deslizaba al abatir el respaldo. Delante, el salpicadero se heredaba del Clase C berlina, siendo novedad en el SportCoupé la visera de la instrumentación y un toque distintivo con las inserciones de aluminio.
Los motores se tomaron tal cual del banco de órganos de la marca. Al comienzo de su comercialización se vendieron los C 180 de 129 CV, 200 Kompressor con 163 CV y 230 Kompressor con 197 CV como opciones de gasolina. El hueco diésel se cubría con el C 220 CDI de 143 CV. Todos ellos estaban asociados a una caja manual de seis velocidades, aunque como primicia en la marca se introdujo un cambio automático con embrague pilotado Sequentronic opcional en todas las versiones. La gama se fue completando con el tiempo con versiones básicas -160 y 200 CDI- y otras más potentes como el V6 del C 320 o incluso un par de versiones con sello AMG, una de ellas diésel.
Como buen Mercedes, los precios de partida eran elevados respecto a la reducida competencia y la lista de opciones tan larga como cualquier premium. Además de la mencionada caja de cambios automática, otra opción interesante era el novedoso techo panorámico practicable. Se incluyeron también los paquetes Evolution y Evolution AMG con tren de rodaje deportivo y suspensión rebajada, así como elementos decorativos que le concedían cierto carácter sport.
En 2008 el SportCoupé pasó a llamarse CLC, recibiendo un profundo lavado de cara que acercaba su imagen a la de la nueva berlina de la Clase C, cesando su comercialización tres años después. Mercedes cubrió el hueco con el renovado Clase A que pasaba a ser un compacto tradicional y el Clase C Coupé de tres volúmenes.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS