El Ford Sierra siempre será un coche muy recordado y con una enorme legión de seguidores, no en balde, el coche rompió algunos moldes con su puesta en escena. Fue un modelo innovador, al menos en cuanto a estética y algunas soluciones, pues en lo referente a los motores fue bastante conservador. De hecho, su imagen, poco habitual en aquellos años, le costó algunas ventas al inicio de su comercialización.
Recordemos que el Sierra llegó para ocupar el lugar del Taunus, un automóvil mucho más tradicional y conservador en todos sus apartados, y costó un poco que los usuarios acabaran por aceptar el nuevo modelo de la firma yankee. El éxito llegó, solo hay que tener en cuenta que, de primeras, el “Serrucho” se fabricaba en Genk –Limburg, Bélgica– y Ford amplió la producción a las plantas de Alemania y Reino Unido.
La gama de motores, como se ha comentado, no era tan innovadora como el propio coche. Tenía tacto de coche de más categoría por su condición de propulsión, pero se ofrecía con motores de lo más sencillos, como un cuatro cilindros de dos litros, culata de ocho válvulas y carburación con 105 CV. También había otro cuatro cilindros con 2,3 litros y mismas características –culata de dos válvulas y carburación para 114 CV– o motores más “mundanos” como un bloque 1.6 de 75 CV o un 1.8 con 90 CV.
Curiosamente, el Ford Sierra no se diseñó para montar propulsores diésel, la firma norteamericana, cuando se lanzó el modelo, no fabricaba motores de ese tipo. Sin embargo, el mercado acabó por obligarles a introducir una mecánica alimentada por gasóleo en la gama, pero no fue un motor de fabricación propia, fue un motor de PSA. De hecho, el motor que suministraba Peugeot había dejado de usarse en los coches del fabricante francés, porque habían desarrollado uno nuevo, más potente y de funcionamiento más refinado.
Es decir, a Peugeot le venía la mar de bien venderle motores a Ford. Así, el Ford Sierra 2.3D, la única versión con motor diésel que se ofreció durante la primera fase del modelo, era un motor de origen PSA que, además, la propia PSA había dejado de usar. Un propulsor atmosférico, de 2.304 centímetros cúbicos, culata de aleación ligera y dos válvulas, inyección por bomba Bosch EP/VAC y árbol de levas lateral. Rendía 67 CV a 4.200 revoluciones y un par de 14,2 mkg a 2.000 revoluciones –unos 140 Nm de par–.
Sencillo, con una potencia que no parece propia de un coche como el Ford Sierra y para colmo, con frenos traseros de tambor. Al menos pesaba poco, solo 1.220 kilos según catálogo en orden de marcha. También, como cabe esperar, no era un coche especialmente rápido, con poco más de 155 km/h de velocidad punta –157 km/h– y una aceleración 0 a 400 metros en 20,7 segundos.
Con la llegada de la segunda fase, el Ford Sierra adoptó un propulsor 1.8 turbodiésel con 75 CV, pero mantuvo el 2.3D de PSA en la gama. Por cierto, el Ford Sierra 2.3D no se podía pedir con aire acondicionado, cuando el resto de la gama sí.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS