El Ford Escort 1.1-L de la tercera generación del modelo, representaba el acceso a la gama, el primer escalón en un catálogo que terminaba en un espectacular RS Turbo y tenía como objeto de deseo entre los usuarios más jóvenes un sensacional y atrayente visualmente Escort XR3. Una versión que no solo era la más económica, sino la que más destacaba por consumos, los más bajos, obviamente, de todo el catálogo del Escort.
Durante muchos años, el Escort fue la punta de lanza de Ford en Europa, un compacto que, en alguna ocasión, fue la referencia y que, tras una quinta entrega que resultó nefasta, dejó paso al Ford Focus y a una época de éxitos para la marca. Sin embargo, en la década de los 80, el Escort todavía no sufría por su imagen, más bien lo contrario, su posición en el mercado era más fuerte que nunca y la puesta en escena de la tercera generación ocupó muchas portadas de revista. No en balde, el Escort venía de cosechar muchos éxitos con sus dos primeras ediciones.
La tercera generación del Ford Escort se caracterizó, como casi todos los coches de los 80, por unas líneas rectas y marcadas, aunque bastante conservadoras. Daba la impresión de que no quería ofender a nadie ni destacar en exceso, aunque tenía buena presencia y formas equilibradas. Costaba, incluso, diferenciar las versiones más equipadas de las más económicas y solo ciertos detalles, como la presencia de faros antiniebla –de color amarillo selectivo, por cierto– o las llantas ayudaban a saber que se tenía delante.
El equipamiento no se podía considerar completo, pues faltaba todo: no había cierre centralizado, ni elevalunas eléctrico, no tenía tacómetro, ni siquiera había un cuentakilómetros parcial…

Dicha generación, el Escort MK3, tenía una buena gama de motores, pero el más pequeño, el acceso al catálogo, hoy puede sorprender por su tamaño, pero en su momento también se quedó pequeño para un coche como el Escort. El Ford Escort 1.1-L era poco potente y, obviamente, era lento, pero a cambio gastaba poco y era muy fácil de conducir. Pero claro, un motor de 1.117 centímetros cúbicos alimentado por carburador, dos válvulas por cilindro, árbol de levas lateral y cifras de solo 55 CV a 5.700 revoluciones un escueto par de 8,4 mkg a 4.000 revoluciones, poco podían hacer con los 835 kilos que pesaba el conjunto, sobre todo cuando se acompañaba de un desarrollo de la transmisión inadecuado, o eso decía la prensa; la cuarta –solo tenía cuatro relaciones–, tenía un desarrollo de 28,7 kilómetros/hora a 1.000 revoluciones.
Así, pues, es lógico que no fuera capaz de, siquiera, llegar a los 150 kilómetros/hora de velocidad punta –144 kilómetros/hora–, que los 400 metros con salida parada se completaran en 22,5 segundos o que los 1.000 metros, también con salida parada, necesitaran unos largos 42,3 segundos. Con respecto a los consumos, la cosa andaba sobre los 10 litros en ciudad y alrededor de los 6,9 litros en carretera.
No todo era malo, obviamente. El Ford Escort era un coche silencioso, con unos asientos de buen diseño y una buena climatización –mejor que la equipada por los rivales–. Todos los mandos se gestionaban con suavidad, los acabados eran referencia en el segmento y el funcionamiento del motor, aunque poco potente, era muy bueno. Tenía la suspensión muy dura, lo que permitía que fuera bastante eficaz, pero cuando el asfalto estaba roto tendía a ser rebotona y poco confortable. Y no lo decimos nosotros, así lo afirmaban en la revista Autopista, en el número 1.169.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS