En Renault pensaron que poner en circulación un monovolumen de tamaño compacto, basado en uno de sus best seller, seguramente no pensaron que acabaría por provocar una moda que afectó a muchos otros segmentos. Se podría decir que fue algo similar a lo ocurrido con los SUV, pero sin llegar al extremo como ha ocurrido con estos coches.
Aquel monovolumen era el Renault Mégane Scénic, un pionero en su segmento como lo fue el Renault Espace, pero en este caso, no lo tuvo tan fácil como su hermano mayor. Al Scénic le salieron rivales como setas salen en días de lluvia, y no solo eso, el rival más duro al que tuvo que enfrentarse el modelo del rombo también era de procedencia francesa: el Citroën Xsara Picasso, un monovolumen que, como el Renault, se basaba en un auténtico superventas: el Citroën Xsara.
El final de la década de los 90 resultó bastante interesante, sobre todo porque algunos de los coches que se lanzaron entonces, como el SEAT León 1M, el Volkswagen Golf IV, el Ford Focus I o los mencionados Renault Mégane y Citroën Xsara, representaron una de las mejores eras para el segmento de los compactos. Y en muchos casos, de esos compactos nacieron sus respectivos monovolúmenes, un tipo de coche que se convirtió en una importante tendencia de mercado que se alargó en el tiempo y que afectó, como hemos dicho antes, a otros segmentos diferentes.
Los monovolúmenes se posicionaron como el coche ideal para las familias y hasta adoptó una imagen de coche que se compraba la gente coherente, que hacía las cosas “con dos dedos de frente”, que compraba de forma inteligente. Una situación de la que se aprovecharon, y muy bien, en Citroën. Si por algo ha destacado la firma francesa, es por sus precios de derribo y pocos podían plantarle cara al Xsara Picasso en ese apartado. Además, resultó ser un coche relativamente duro, capaz de soportar el peor trato posible, aquel que solo pueden dar los más pequeños de la casa –aunque también hay quien acabó por odiar el coche y la marca por los fallos que tuvo que sufrir–.
Aparecido a finales de los 90, el Citroën Xsara Picasso encontró su mejor aliado en el popular motor turbodiésel del grupo PSA, el famoso HDi, que se podía encontrar con 90 o con 110 CV, las potencias más populares en aquellos años y que todos los fabricantes generalistas ofrecían en sus respectivos catálogos.
Hubo dos motores HDí. El primero era un bloque 2.0 con turbo de geometría fija y culata de dos válvulas que rendía 90 CV, un propulsor que estuvo disponible del 2000 al 2006 y que fue reemplazado por un 1.6 con turbo de geometría fija e intercooler y una culata multiválvulas, que rendía 92 CV o bien, 110 CV, aunque en este caso montaba turbo de geometría variable. En todos los casos se hacía uso del por entonces famoso sistema de inyección por raíl común –se le conocía por su denominación en inglés: common rail–.
Merece la pena destacar la diferencia en cuanto a cifras de par, pues el 1.6 HDi presumía de 215 Nm a 1.750 revoluciones en el caso de la versión de 92 CV, o 240 Nm al mismo régimen para el de 110 CV, mientras que el 2.0 HDi de cuatro válvulas “solo” anunciaba 205 Nm a 1.900 revoluciones.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS