Disponible desde el pasado 2020, el pequeño Ami de Citroën es una solución eléctrica para la movilidad personal en el día a día de la ciudad. Fácil de aparcar y extremadamente sencillo en su manejo -siquiera requiere del carnet para automóviles turismo-, es sin duda una solución interesante para quien esté dispuesto a pagar la nada escueta suma mostrada en su factura. Asimismo, su presencia hace recordar la forma y manera con la que Citroën estudió entrar en el ámbito de los microcoches allá por 1972. Pero vayamos por partes.
Para empezar, lo primero a tener en cuenta es cómo los microcoches -al menos en Europa, otra cuestión es el mercado japonés con sus recurrentes Kei Car- han experimentado dos olas bien distintas. Una justo después de la Segunda Guerra Mundial y, la siguiente, ya al comienzo de los años setenta. La primera culminada con un enorme éxito comercial mientras que la segunda fue tan rica en prototipos como escasa en modelos llevados a serie.
Y es que, mientras durante los años cuarenta y cincuenta los Motovespa, Isetta o Biscúter eran opciones escuetas pero creíbles para ingresar al automovilismo por su segmento más básico, ya en los años setenta resultaban una apuesta demasiado básica y específica.
Todo ello, claro está, justificado por el diferente nivel de vida dado en cada de una de estas dos épocas. No en vano, mientras en los cincuenta muchos apenas podían permitirse más que un microcoche, ya en los setenta aquellas mismas familias habían evolucionado hasta el punto de poder disfrutar incluso de un Fiat 124 o un Austin Victoria.
Es decir, mientras después de la Segunda Guerra Mundial los microcoches respondían a unos tiempos marcados por la escasez, casi tres décadas después pasaban a ser un segundo vehículo para compradores muy específicos; ya con un automóvil familiar en su garaje y, al mismo tiempo, interesados en un pequeño modelo para su día a día en la ciudad.
Aunque a comienzos de los años setenta aparecieron una gran cantidad de prototipos en relación a los microcoches, estos no llegaron a serie debido a las condiciones marcadas por un mercado en el que semejantes vehículos tan sólo habrían ocupado un nicho de mercado muy testimonial
Resultado de ello es que, de haber llegado a serie, nadie hubiera visto a los microcoches de los setenta como vehículo único pues, además, por muy poco más de lo que estos podrían haber costado se podía adquirir, por ejemplo, un mucho más amplio y práctico Ford Fiesta.
Ni más ni menos que la razón principal por la cual no pudimos ver en los concesionarios modelos como el Fiat X-1/23, el Ford Urban Ghia o el mismo Citroën Mini ZUP de 1972. Un diseño muy interesante equipado con un motor derivado del 2CV.
Asimismo, su escueto habitáculo para tan sólo dos personas iba cubierto con una pieza donde la función de techo se entremezclaba con la de parabrisas. Sin duda un elemento capaz de contribuir decisivamente a su bajo peso, el cual quedaba fijado en 370 kilos para sus 198 centímetros de largo.
Respecto a la motorización, la mecánica -un bicilíndrico con 602 centímetros cúbicos basado en el montado en el 2CV- se colocaba por delante de los pasajeros para hacer así del Citroën Mini ZUP un vehículo con tracción delantera. Desgraciadamente, todo aquello quedó en fase experimental al igual que la aplastante mayoría de los microcoches de la época, siendo hoy en día una de las piezas custodiadas en los almacenes de la marca francesa.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS