Nada más ver la ostentosa estampa de este clásico americano de los años 50 experimentamos sensaciones que van más allá de lo que percibimos por nuestros sentidos. Subimos a bordo de este Cadillac Eldorado Biarritz (Convertible), y no podemos evitar trasladar nuestro pensamiento a la América de la época, y descubrimos la enorme distancia que separaban por entonces aquella sociedad y la nuestra.
En el otro lado del Atlántico el sueño americano se encontraba en su momento más álgido, en todo su esplendor, en pleno desarrollismo industrial, el consumismo americano en un grado de máxima euforia, mientras que en Europa en general y en nuestra piel de toro en particular, inmersos en nuestro atraso cultural e industrial, luchábamos por salir del aislamiento y la autarquía, con un enorme esfuerzo para salir adelante y buscarnos nuestro sitio en el mundo moderno que ofrecía enormes oportunidades.
Toda creación humana responde a la necesidad de satisfacer, y se nutre de elementos de la época en que se concibe. En Estados Unidos, durante los años 50, y en especial después de 1953, sus habitantes estaban listos y deseosos de consumir automóviles cada vez más grandes y potentes, devoradores de kilómetros, con un petróleo realmente barato. Todo esto llevó a que los fabricantes encargaran a sus diseñadores e ingenieros la producción de ostentosos modelos que mostrasen su prosperidad al mundo, después de la depresión de 1929 y de la Segunda Guerra Mundial, de la cual Estados Unidos salió convertida en la primera potencia económica y militar del planeta.
Con este panorama se entendía que un gran sueño del pueblo americano era tener un coche nuevo, rápido, potente, grande, que les permitiese viajar lo más lejos posible. La culminación de esta loca carrera hacia el gigantismo fue en 1959, año en el cual las dimensiones de los automóviles, sus ornamentos y sus líneas alcanzaron un clímax creativo que no se volvería a repetir jamás.
Y aquí aparece nuestro protagonista. Este superlativo automóvil, llamémoslo así, era grande, enorme y sobresaliente en todos sus aspectos. Incluso hoy en día sus dimensiones nos deslumbran: 5,71 metros de largo, 2,03 metros de ancho y 1,37 metros de alto. También el peso estaba acorde con la imagen del coche, superando los 2.300 kg. Este modelo es objeto de culto para los amantes de Cadillac, siendo un coche insignia para la marca y que marcó el principio de un largo periodo de liderazgo en el segmento del lujo. Tan solo se fabricaron 1.320 unidades.
Una vez sentados nos percatamos de las exageradas dimensiones del mismo, con espacio para seis personas, con un parabrisas panorámico que engloba al pilar A, y por tanto carece de ángulo muerto en este punto. Tiene unas dimensiones tan exageradas que lo mires por donde lo mires no sabes dónde empieza y dónde acaba: por delante un infinito capó, y por detrás unas afiladas, desproporcionadas y amenazantes aletas con reminiscencias aeroespaciales, basadas en la aeronave Lockheed P-38.
La vistosa tapicería de cuero de color rojo de los asientos, al igual que en los recubrimientos del salpicadero y de las puertas, le dan una nota vistosa y desenfadada a su interior. Todos sus elementos están perfectamente rematados y bien colocados, sin echar nada en falta. Analizamos su grado de equipamiento y resulta increíble su nivel en un coche con casi 60 años: elevalunas eléctricos, aire acondicionado, control de velocidad, asiento con regulaciones eléctricas, radio con preselección automática de emisoras, dirección asistida, cambio automático, capota con accionamiento eléctrico… Era la época de Elvis Presley, Chuck Berry, Jerry Lee Lewis o Paul Anka.
También se caracterizaba por los extravagantes colores en los que estaba disponible: rosa, verde turquesa, naranja brillante, amarillo limón o malva. También se pintaban con distintos colores diferentes partes de la carrocería del vehículo, o combinaban colores en su interior, o se pintaban los neumáticos con una banda blanca.
Levantamos su gigantesco capó y nos encontramos con un motor de ocho cilindros en V, con 6.384 cc, que rendía 345 CV a 4.800 RPM, y un generoso par cercano a los 600 Nm. Estaba alimentado por ¡tres carburadores Rochester de doble cuerpo! Toda esta energía pasaba a las ruedas traseras a través de una caja de cambios automática Hydramatic, de cuatro relaciones, que sigue funcionando de maravilla. Su dirección superasistida nos permite mover el volante con dos dedos, por lo que nuestro trabajo se reduce a mantener su trayectoria. Su velocidad máxima era de unos 185 km/h, requiriendo algo más de 32 segundos para recorrer los 1.000 metros desde parado ¿Quién quiere más?
Arrancamos con un leve giro de la llave de contacto, y el V8 responde con un susurro, sin vibraciones al ralentí, dominando el silencio. Colocamos la palanca de cambios en posición DR (Drive), soltamos freno, pisamos el acelerador y nos desplazamos de forma que parece que flotamos, con un silencio comparable a un Rolls-Royce. Invita a una conducción tranquila, pero si pisamos presenta una aceleración convincente para su peso (17,5 segundos para el 0-400 metros), aumentando su velocidad con alegría: a 140 km/h podemos mantener una conversación a cielo abierto.
Cuando nos enfrentamos a las curvas las cosas cambian, hay que sujetarse bien al volante, pues los asientos carecen de toda sujeción lateral -es una banqueta corrida-, no hay cinturones de seguridad, y la amortiguación no sujeta la carrocería en las curvas, se bambolea cual barco en una tempestad. Pero los 345 CV están ahí y el tren trasero nos sorprende con imprevisibles e impresionantes derrapadas, así que es mejor sopesar los virajes antes de acometerlos, pues cualquier corrección posterior puede acarrear complicaciones difíciles de corregir.
Sus cuatro frenos de tambor eran suficientes para detener tamaño coche, pero en línea recta, y solo una vez. Si se vuelve a frenar inmediatamente el pedal de freno se vuelve esponjoso y hay que pisarlo con decisión, bombeando con energía para recuperar poder de frenada. La tercera oportunidad no existe: ya nos habremos comido el obstáculo. Tenemos que recordar las leyes de la física: el Cadillac es un camión hipervitaminado y sobrecargado.
Pero es por carreteras amplias y abiertas, como las que hay en las infinitas llanuras del medio oeste americano, donde el Eldorado se encuentra en su salsa, regalándote una conducción única y placentera. Puedes rodar a 120 km/h con la aguja del tacómetro a 2.900 RPM, de una manera relajada, rodeado de una atmósfera lujosa y serena, que te permita sentirte acariciado y mecido por el viento, algo que agradecerá tu pareja.
Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...Esta moda, la recogen ahora los japoneses, especialmente Toyota, con sus formas angulosas y redondeadas en un eclecticismo sutil que apunta a aquellas tan “siderales”; a lo Boixcar o Gordon. Aunque (desgraciadamente) ciertas normas actuales de diseño social los impidan realizar en toda la carrocería; salvo en las zagas o laterales. Por ahí van nuevamente. Incluso, ciertos teutones imitan a sus salpicaderos de plafones planos y de gran calidad; dónde los mandos y pantallas se integren a lo largo de toda su extensión y anchura. (Últimamente se han dedicado a sobresaltar las pantallas, pero en pocos años regresarán a su… Leer más »