Tras la Guerra Civil, España quedó, como cabe esperar, destrozada, y no es una forma de hablar. El país quedó tan mal, que no había nada, hubo que rehacerlo todo casi desde cero. En el caso del automóvil, se comenzó aprovechando el material que había quedado de la guerra, como camiones, autobuses y diferentes coches anteriores a los años 40 en muchos casos. De ahí se comenzó a desarrollar una pequeña industria, casi artesanal y por desgracia, con poca trayectoria, que sirvió como abono para que, después, las cosas fueran mejorando. Sin embargo, como en muchas ocasiones, las soluciones llegaron de fuera, ofreciendo algunas opciones básicas para los españoles de postguerra, con las cuales, pudieran hacer una vida más “normal”.
Uno de los proyectos más importantes de aquellos años y uno de los más recordados hoy, es el Biscuter, un pequeño vehículo que apenas merece ser llamado coche, de muy pequeño tamaño y tan sencillo que ni siquiera tenía marcha atrás, diseñado por Gabriel Voisin en Francia y traído a España en 1953, de la mano de la empresa Autonacional S.A. con sede en Barcelona, creada con la ayuda de algunos de los ex empleados de Eucort. La actividad de Autonacional, como su nombre indica, era la de fabricar vehículos en tierra patria, pues las importaciones quedaron reducidas a lo mínimo y además, con unos aranceles espectaculares, para así potenciar el producto nacional frente al extranjero. Al final el extranjero se instaló en España y fabricó aquí sus productos, pero al menos, como se pretendía, dio trabajo a los españoles.
Gabriel Voisin, un diseñador de aviones francés, que se pasó a los coches ganando cierto prestigio, desarrollo el Biscuter como vehículo sencillo y práctico, siendo presentado en el Salón de París de 1949 con un gran éxito entre el público, pero, sin embargo, sin apenas ventas. Una cosa es la reacción de la gente y otra bien distinta las acciones tomadas, y estas, no se correspondían con las reacciones. Acabó teniendo el éxito en la necesitada España, donde sirvió para que mucha gente dejara la moto, el vehículo estrella de los españoles, y comenzara a viajar sobre cuatro ruedas, aunque eso sí, todavía a la misma intemperie que con la moto.
El Biscuter era extremadamente sencillo. Tenía una carrocería monocasco que, a pesar de lo sencillo del vehículo, se fabricaba con aluminio. Podía acoger a dos personas sin grandes lujos, es más, apenas había sitio para que esas dos personas fueran cómodas. Las ruedas eran tan pequeñas que parecían tomadas de una carretilla y el habitáculo no tenía nada más que un simple asiento corrido. El proyecto original de Voisin montaba un motor Gnome & Rohne que enviaba su poca potencia a una de las ruedas delanteras (Así se evitaba el diferencial…) y tenía una caja de cambios de tres velocidades, pero no marcha atrás. Pesaba poco más de 200 kilos y alcanzaba los 75 km/h. Para demostrar que era un coche sencillo, pero usable y fiable, el propio Voisin viajó desde París a Barcelona.
Aquí en España se cambiaron algunas cosas. Por ejemplo, el motor era un Hispano-Villiers monocilíndrico con 197 centímetros cúbicos refrigerado por aceite y con 9 CV. Para ponerlo en marcha no había arranque eléctrico o similares, había que hacerlo a mano, como antaño. Los frenos recurrían a tres tambores, uno al diferencial y dos a las ruedas traseras, pero sorprendía con suspensiones independientes. No tenía puertas, no tenía techo y ni siquiera se pintaba la carrocería. Los propietarios podían añadir una lona a modo de techo, por si les pillaba la lluvia durante el viaje y con el paso del tiempo, se añadió la marcha atrás y el arranque eléctrico.
Contando las diferentes versiones que se fabricaron del Biscuter (desde una furgoneta hasta una especie de deportivo), se alcanzaron las 10.000 unidades entre 1953 y 1959. No pudo disfrutar de mayor éxito, porque se comenzó a tener disponibles coches “de verdad”, al tiempo que los sueldos y la calidad de vida iban mejorando. Primero fue el Renault 4CV quien le restó clientes, pero fue realmente el SEAT 600 el que arrasó con las pocas opciones que le quedaban al pequeño Biscuter.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS