La primera generación del Audi A4, popularmente conocida como B5, pero que en realidad es “Type 8D”, nació casi a mediados de los 90 para reemplazar al Audi 80. Hoy es un modelo del que pocos se acuerdan, pero la importancia de su llegada es mucho mayor de la que puedan recordar la mayoría de los aficionados. Era la confirmación de que Audi entra sin miramientos en el segmento de los fabricantes premium con un coche cuya calidad estaba muy por encima de la media, pero también era el coche con el que Audi entraba en una nueva era que les llevó, durante varios años, a centrar toda la atención de los usuarios y de los medios.
Fueron buenos, muy buenos años para la firma alemana y si eres de los nuestros, seguro que recordarás aquella época con cierto cariño, porque el Audi A4 comenzó, al poco de llegar a las tiendas, a recibir versiones deportivas. Como suele ser normal en Audi, el A4 B5 recibió, concretamente, dos versiones: el Audi S4 y el Audi RS4 Avant. El segundo, ya se sabe, un coche con carrocería familiar, prestaciones de coche deportivo –motor V6 biturbo de 380 CV y tracción total– y sustituto del Audi RS2, mientras que el primero, en realidad, era la segunda generación del Audi S4.
Efectivamente, el primer Audi S4 apareció en 1991 sobre la plataforma C4 del Audi 100, el cual, se había puesto en circulación para reemplazar al Audi 200 quattro Turbo. Pero claro, el Audi 100 pasó a denominarse Audi A6 y, por tanto, su versión deportiva pasó a llamarse S6. La denominación S4 se la quedó el sustituto del Audi 80, el A4, y apareció en el mercado allá por 1997 como máximo exponente del nuevo B5 –o Type 8D– hasta la llegada del RS4 Avant con motor V6 biturbo.
Bajo el capó estaba el mismo V6 biturbo del RS4, pero los turbos soplaban con menos presión y tenía una electrónica diferente
Curiosamente, el motor del RS4 era un derivado, una evolución, del que se escondía bajo el capó del Audi S4 B5, aunque para la ocasión, con menos poderío. Así pues, bajo el capó del Audi S4 había un V6 de 2,7 litros –2.671 centímetros cúbicos– sobrealimentado por turbos Borg Warner K03, asistidos por dos intercooler, que rendía 265 CV a 5.800 revoluciones y 400 Nm entre 1.850 y 3.600 revoluciones. El cambio era manual de seis relaciones y se combinaba con un sistema de tracción total indisoluble de cualquier modelo Audi de altas prestaciones. El coche, para su momento, era una mole con sus casi 1.600 kilos, pero era rápido, muy rápido: 0 a 100 km/h en 5,6 segundos, los 1.000 metros con salida parada se hacían en 26,7 segundos y las recuperaciones de 80 a 120 km/h en quinta se despachaban en 5,4 segundos –6,8 segundos en sexta–.
Eran prestaciones suficientemente buenas para plantarle cara al BMW 330i e46 y al Mercedes C36 AMG. Por eso, también, se vistió para la ocasión con unas llantas de 17 pulgadas tipo Avus, muy características de Audi en aquellos años, así como paragolpes específicos y algún detalle más. No era un coche muy llamativo, mantenía una tendencia muy alemana de contención estética que solo aquellos que tienen ciertos conocimientos –como cualquier aficionado– saben reconocer, Sin embargo, aunque veloz sobre el papel, no era tan ágil ni tan comunicativo como el e46, la referencia en comportamiento en aquellos años.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS