El Audi Cabrio apareció en 1991, poco después de que se lanzara el Audi 80 Coupé B4 –en realidad, un restyling que cambiaba frontal, detalles de acabado y algunos detalles de equipamiento–. Era un coche muy bien resuelto, con una línea sencilla pero sumamente equilibrada gracias a la ausencia de elementos superfluos, a la presencia justa de cromados y una línea de cintura totalmente paralela al suelo, que lo aligera y lo alarga visualmente. Es un diseño que Audi volvió a emplear años después con el Audi A4 Cabrio. Todo lo demás recordaba, indudable y lógicamente, al Audi 80. De hecho, se tomaba tanto el frontal como la zona trasera del Coupé, así como las puertas y todo el habitáculo, a excepción de las plazas traseras, obviamente.
La tapicería de cuero y el aire acondicionado no eran parte del equipamiento de fábrica, eran opcionales y además, caros, ¿pensarían en que no hacía falta nada de eso en un descapotable? Es cierto que el cuero, bajo el sol, se convierte en una sartén capaz de cocinar nuestras posaderas y que el aire acondicionado, con techo plegado, es una tontería monumental, pero el caso es que los coches de alta gama de antaño, salían de fábrica con un equipamiento muy escueto, aunque tenían sus motivos. Por un lado, la elevada calidad general –mucho más alta de lo que puede parecer– obligaba a vender los coches a precios muy altos, así que poner poco equipamiento permitía vender los coches a un coste algo más reducido y ser medianamente competitivos. Por otro lado, se buscaba ofrecer la posibilidad de personalizar al máximo cada coche, de forma que se convertían en máquinas muy exclusivas y casi únicas.
El Audi Cabrio 2.3E no es, ni mucho menos, el coche que un quemado escogería para su garaje. No es un coche potente y su puesta a punto no está pensada para ir rápido, este coche se disfrutaba, y todavía se disfruta, de otra forma. El motor, con sus cinco cilindros en línea, 2.309 centímetros cúbicos y la larga carrera de sus pistones –86,4 milímetros–, solo eran capaces de rendir 136 CV a 5.500 revoluciones y 185 Nm de par a 3.500 revoluciones. No es un coche rápido, es evidente, pero si las cifras de potencia y par no han dejado claras las cosas, saber que el 0 a 100 km/h lo hace en 10 segundos y que su velocidad máxima es de poco más de 198 km/h. La magia de este coche está en otros apartados, como la suavidad de marcha, en el sonido del motor, en la calidad de que ofrecen sus mandos, en la suavidad del selector del cambio…
Se trata de un automóvil para conducir “codo a puerta”, disfrutando del paisaje a una velocidad media, escuchando el sonido del motor o la música que más nos guste con el aire y el cielo como testigos del momento. No todo es correr, no todo es exprimir el motor al máximo, A veces, tomarse las cosas con calma nos descubre que la pasión sigue patente y no hace falta contar con centenas de caballos para encontrarla.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS