Por todos es sabido que, en ocasiones, el mismo coche tiene una denominación diferente en según que país se comercialice. Así, por ejemplo, durante unos años el Toyota Corolla se vendió en Europa como Toyota Auris, el Mazda MX-5 se vende en otros lugares como Mazda Miata, el Hyundai Coupé en realidad era el Hyundai Tiburón así, en español– y por poner un ejemplo más, el Audi 100 era el Audi 5000 en Estados Unidos.
Este último caso, además de un cambio de nombre, también incluía otros detalles que lo diferenciaban claramente del modelo europeo, básicamente, por obligación de la normativa estadounidense de aquellos años. Hablamos, más concretamente, de la segunda generación del Audi 100, la cual llegó a Estados Unidos como Audi 5000 y además, con motor diésel, en 1983. Para ser más exactos, el Audi 5000 estuvo a la venta en Norteamerica desde 1978, pero pusieron toda la carne en el asador en la década de los 80, aunque no les salió todo lo bien que esperaban –comenzó a surgir una leyenda en 1986 sobre que aceleraban solos y los frenos dejaban de funcionar, una historia para contar en otra ocasión–.
Los primeros compases del Audi 5000 en Estados Unidos fueron muy buenos, con ventas que llegaron a superar las 70.000 unidades en 1985. Incluso el motor diésel tuvo una buena aceptación, algo extraño en Estados Unidos, donde estos motores apenas tienen cuota de mercado. El Grupo Volkswagen apostó por las mecánicas de gasóleo desde muy temprano, no olvidemos que llegaron a convertirse en el paladín del diésel y para lograr ser una referencia a un nivel tan elevado, hay que trabajar durante muchos años. Volkswagen lo hizo y Audi fue una de las puntas de lanza de la tecnología TDI.
El Audi 5000 turbodiésel –todavía no se usaba la denominación TDI– tenía un bloque de cinco cilindros en línea con 1.986 centímetros cúbicos y turbo que rendía 84 CV y 172 Nm. Una cifra de potencia que hoy parece una ridiculez, sobre todo en un coche como el Audi 100 –4.798 milímetros de largo y 1.768 milímetros de ancho–, pero entonces los motores diésel no era mucho más potentes y por si fuera poco, a pesar de la elevada calidad de la que presumía, contaba poco más de la mitad de un Mercedes equivalente.
Con esa potencia y además, el peso, que en vacío se quedaba poco por debajo de los 1.400 kilos, no se puede esperar que fuera un coche espectacularmente rápido. El 0 a 100 km/h lo completaba en 16,2 segundos y el cuarto de milla –los 400 metros desde parado– en 20,6 segundos y el kilómetro, también con salida parada, se completaba en 37,9 segundos. La velocidad máxima se quedaba en menos de 170 km/h y los consumos, en ciclo mixto, se homologó en 8,5 litros cada 100 kilómetros –33,1 millas por galón en Estados Unidos–. De serie se ofrecía con cambio manual de cinco relaciones, pero en opción había un automático de solo tres marchas.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS