Las mejores historias suelen comenzar con un sueño, que finalmente se convierte en realidad tras mucho esfuerzo. Como ocurrió como Jean Rédélé, empleado de un concesionario de Renault en la década de los 50, que encontró en el Renault 4CV una oportunidad para competir en rallies. Conocía el coche a la perfección, no en balde, tenía contacto constante con el modelo gracias a su trabajo y además, contaba con la ayuda de su gran amigo y compañero Luis Pons.
Rédélé había abierto su concesionario de Renault en Francia cuando todavía era muy joven, lo que demostraba su determinación y sus capacidades para los negocios. Sin embargo, él quería competir, y finalmente lo logró sobre la base, como hemos dicho, del 4CV. El caso es que después de varios tramos y diferentes resultados, Rédélé pensó en construir un coche más adecuado para los rallies con base en el mismo planteamiento que había usado Ferry Porsche con el Volkswagen, esto es, emplear el mayor número de piezas posible procedentes de producción en serie para limitar los costes.
Sin embargo, aunque la idea era tomar de la producción en masa todo lo posible, encargó a Giovanni Michelotti el diseño de una nueva carrocería, que fabricó Allemano en Turín, mientras que el resto se preparaba en los talleres del concesionario parisini Renault Charles Escoffier –que al parecer, era su padrastro–. Bajo el nombre de “The Marquis”; en Nueva York en 1954, se presentó el resultado de dichos trabajos, aunque lucía una carrocería diferente a la diseñada por Michelotti. Un coche que llamó la atención de Zark Reed, propietario de Plasticar Inc, una empresa especializada en fundición de carrocerías de poliéster laminado situada en Doulestown, Pensilvania. Reed negoció la licencia para construir el pequeño deportivo en Estados Unidos, pero el éxito les fue esquivo.
Mientras tanto, a este lado del Atlántico, Rédélé aprovechó el dinero de la licencia para fabricar el coche en Francia. La idea de una carrocería de material plástico sobre el chasis del 4CV le pareció bastante acertada, así que contactó con Chappe y Gessalin, en Sain-Maur-des-Fossés, al sur de París, que eran unas de las muy pocas empresas que trabajaban con resina de poliester y fibra de vidrio.
En 1955, en el patio de la Régie de Boulogne-Billancourt, se presentaron tres unidades del nuevo coupé del señor Rédélé, cada uno de un color –azul, blanco y rojo–. Su denominación, Alpine A106, hacía referencia a las victorias de Rédélé y Pons en el Criterium des Alpes, y a los tres primeros dígitos de la numeración de los motores del Renault 4CV –1062 y 1063–. Como el 4CV, el Alpine A106 no era un deportivo tremendamente potente, ya que se ofreció con potencias de 21, 32 y 48 CV –aunque se llegó a ofrecer con una caja de cambio manual de cinco relaciones tipo Claude–, pero era un coche ligero y en aquellos años, durante los cuales todavía se notaban algunas secuelas de la guerra, un deportivo como este tenía su mercado.
Las ambiciones de Rédélé, los sueños, se hicieron realidad con el Alpine A106 y los éxitos en competición no dejaron de llegar, al igual que las evoluciones y por supuesto, los nuevos modelos.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS