El Toyota GT86 fue un coche cuyo concepto pocos entendieron y eso que era muy claro: un coche para auténticos puristas. Motor atmosférico, cambio manual, propulsión, reparto de pesos al 50% sobre cada eje… El GT86 nació para homenajear la conducción más auténtica, pero pocos lo comprendieron…
Durante algunos años se habló largo y tendido sobre el regreso del Toyota Celica al mercado. La firma nipona lo retiró del catálogo porque, en aquel momento, el mercado requería otras cosas y se había terminado el momento de los coupés. Sin embargo, los aficionados siempre estuvieron pendientes y no perdieron ocasión de darle a entender a la marca, que el Celica debía regresar.
Así, cuando salió a la luz que Toyota trabajaba en un nuevo coupé de tamaño medio, el nombre de Celica y los reportajes sobre el modelo lo coparon todo. Toyota trabajaba en un nuevo Celica, el cual, se decía, tendría hasta 300 CV y un montón de cosas más, todas ellas inventadas para captar la atención de todos los internautas, pues ya por aquel entonces, Internet marcaba el camino a seguir.
La realidad fue muy diferente y casi mejor, aunque nadie supo entenderlo. Se presentó el Toyota GT86, un coupé que no tenía nada que ver con el Celica y que se había desarrollado en colaboración con Subaru, quienes habían creado el BRZ, un hermano gemelo del GT86. Su concepto era extremadamente apasionante: era un estricto coupé de dos puertas y afilado diseño –pero sin pasarse, con la agresividad justa–, que presumía de un motor delantero de cilindros opuestos, dos litros de cubicaje y totalmente atmosférico, combinado con un cambio manual de seis relaciones con desarrollos tirando a cortos. El reparto de pesos era del 50% sobre cada eje y el conjunto no superaba los 1.200 kilos.
Conducción pura y dura, sin apenas filtros; es evidente que no era un coche para todos
Corría el año 2012 y los motores turbo eran la norma incluso entre los compactos más radicales. Eso afectó a la percepción que se tenía del coche. El motor rendía 200 CV y 205 Nm de par, pero requería revoluciones, había que exprimir el motor para obtener toda la esencia y pronto se empezó a decir que el coche era fantástico, pero el motor era pobre. Pocos entendieron de que iba la cosa. No era un coche de poderío y máxima velocidad, era un coche “de conducción”.
El Toyota GT86 era un coche para puristas de la conducción, para amantes de la pureza de la aspiración atmosférica, de las revoluciones, del delicado equilibrio que obliga a escoger la relación correcta en cada momento para tener el motor siempre en el régimen de potencia… El GT86 era el coche que pedía todo el mundo, pero que luego no compraba nadie.
Las pruebas decían casi siempre lo mismo: el coche es magnífico, pero al motor le falta potencia. El problema estaba, entre otras cosas, en la presencia del turbo en todos los segmentos y en el contraste que había en la entrega de par, siempre más contundente en el sobrealimentado. El motor del Toyota GT86 empezaba a darlo todo a partir de 4.000 revoluciones y no paraba hasta las 7.000 revoluciones, pero claro, desde unas 2.000 revoluciones hasta esas 4.000 era tan lineal y “eléctrico”, tan usable en el día a día, que lo achacaron a falta de garra.
Toyota quiso acallar las críticas en la segunda generación del modelo, con el Toyota GR86, el cual, tenía más cilindrada y más potencia, pero por suerte, mantuvo la misma esencia del GT86: un coche para conducir.


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Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS