A finales de los 80 y comienzos de los 90, Opel había adquirido una imagen de fabricante aburrido, que necesitaba cambiar si quería seguir adelante. Cuando un fabricante acaba encasillado, por lo general, sus ventas pueden verse afectadas y Opel puso en marcha una “estrategia joven” que, entre otras cosas, tuvo como protagonista el lanzamiento del Opel Calibra y unos años después, del Opel Tigra. Concretamente, el Opel Tigra apareció en el salón del automóvil de Frankfurt de 1993 y pronto se ganó el favor del público.
El pequeño Opel Tigra –porque era un coche pequeño–, se basaba en la plataforma del Corsa B y aunque no llegaba a los cuatro metros de largo –3.922 milímetros–, era 20 centímetros más largo que el Corsa B con carrocería de tres puertas. Eso no se tradujo en un habitáculo más amplio, la caída del techo en la zona trasera limitaba el espacio disponible de forma notable, pero además, los asientos traseros eran simbólicos, ya que se trataba de zonas acolchadas directamente encima de la moqueta. No había asientos propiamente dichos…
Su parentesco con el Opel Corsa iba más allá, pues se tomaba todo del utilitario alemán, desde el salpicadero completo, pasando por asientos, volante, pedales, sistemas… hasta el motor, porque cuando se inició la comercialización solo se ofreció una opción: el bloque de cuatro cilindros de 1,6 litros del Opel Corsa B GSi. Es decir, un motor con 109 CV a 6.000 revoluciones y 148 Nm de par a 4.000 revoluciones, unido a un cambio manual de cinco relaciones. Este motor permitía anunciar una velocidad máxima de 203 km/h, que no está mal para la potencia disponible, mientras que el 0 a 100 km/h se completaba en 10,3 segundos y el kilómetro con salida parada se hacía en 31,3 segundos. Curiosamente, las prestaciones eran ligeramente peores que en el caso del Corsa, pues el Tigra pasaba 68 kilos más –un total de 1.028 kilos–.
Una velocidad punta de 203 km/h con solo 109 CV no estaba nada mal, aunque el sprint hasta los 100 km/h era algo lento
Aunque tenía un diseño llamativo y muy juvenil, que era precisamente lo que se buscaba desde Opel, la conducción no iba de la mano de su imagen y no resultaba deportiva. Seguía siendo un Opel, hasta cierto punto, aburrido y sin chispa. Esto se debía a que el eje delantero, con puntales McPherson, era demasiado impreciso –según algunos medios de la época–. El eje trasero, por su parte, contaba con barra de torsión. Los frenos, con tambores traseros, también se quedaban un poco cortos, aunque incluía el ABS –firmado por Lucas-Girling– de serie.
El Opel Tigra 1.6 convencía por diseño y por equipamiento –elevalunas eléctricos, dirección asistida, llantas de aleación, cierre centralizado, airbag… –, pero si buscabas una conducción deportiva, lo mejor era irse a un Ford Puma. Si eso no era un problema, el Opel Tigra podía hacer un buen papel como coche juvenil, del que presumir de vez en cuando.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS