A pinceladas generales, bien puede decirse que en todos y cada uno de los países industrializados hay un automóvil icónico para ilustrar la popularización del vehículo privado. En este sentido, mientras en España el SEAT 600 fue el responsable de motorizar a las nuevas clases medias desde 1957, en Italia la imagen más recurrente es la del FIAT 500 así como en Francia destaca la del 2CV o el R4. Una panoplia de mitos nacionales donde el Dacia 1300 ocupa su puesto correspondiente en relación a Rumanía. Un país cuya historia automovilística nos es bastante extraña, aunque al mismo tiempo tengamos hoy en día a la marca Dacia como una de las más comunes y vendidas en nuestro parque móvil.
Así las cosas, lo mejor será remontarse hasta los años sesenta. Una década crucial para el bloque soviético, ya que mientras en lo político se producían divorcios tan determinantes como la Primavera de Praga en lo económico al fin parecía atisbarse una cierta popularización del consumo. Es decir, tras la destrucción de la Segunda Guerra Mundial y la dureza burocrática de los planes quinquenales, aquella década traía consigo la promesa de poner ciertos bienes cotidianos al alcance de la ciudadanía rumana, polaca, checoslovaca o soviética. De esta manera, mientras en la Alemania del Este Wartburg seguía con sus Trabant en otros países recurrían a la ayuda extranjera.
Un fenómeno comercial al que acudieron, principalmente, dos empresas occidentales. En primer lugar la FIAT del astuto Gianni Agnelli, capaz de firmar pactos para la producción bajo licencia de sus modelos tanto con la España de Franco como con la Unión Soviética de Jrushchov. Y en segundo la estatal Renault, también muy interesada en la internacionalización de su negocio como bien demostró con sus accesos argentinos. Con todo ello, cuando el gobierno rumano pensó en crear una industria automovilística nacional sabía que le sería tremendamente costoso desarrollar los diseños desde cero, por lo que decidió cerrar una alianza con Renault en 1966. Año en el que, por consiguiente, nacía Dacia.
Al igual que FIAT, Renault también inició un ambicioso plan de proyección internacional donde el R12 fue el principal modelo a replicar por diversas fábricas repartidas por todo el mundo
Dacia 1300, el coche que motorizó a Rumanía
Fruto de la inversión estatal rumana y la tecnología procedente de Renault, Dacia echó a andar bajo la misión de producir automóviles asequibles y fiables para el grueso de la población. Algo muy similar a lo que había pasado en España con SEAT y sus licencia FIAT o FASA y sus licencias Renault. Es más, en el caso de Dacia el paralelismo con FASA resulta evidente ya que fabricaron modelos en común.
No en vano, el primer Dacia fue el 1100. Ni más ni menos que la copia rumana del popular R8. No obstante, justo un año después, en 1969, llegó el modelo que habría de motorizar a las familias de Rumanía: el Dacia 1300. Copia del popular R12, éste estuvo en cadena de montaje la friolera de veintisiete años con sólo algunas modificaciones de estilo respecto al diseño mecánico original de la primera serie.
De hecho, cuando se dejó de producir en 2006 ya habían pasado siete años desde sólo que la casa del rombo acabara adquiriendo la empresa rumana de cara a convertirla en la marca más popular de entre todas las que se cobijan bajo su sello. De todos modos, regresando el Dacia 1300 hay que indicar que su éxito no resulta llamativo. Es más, viene a ser normal. Y es que, al fin y al cabo, el R12 fue uno de los modelos más populares y sobretodo globales de la marca francesa.
Al igual que pasara en España con FASA o SEAT, Dacia fue una empresa nacida desde la precariedad tecnológica, necesitando de diseños extranjeros ante la imposibilidad de crearlos desde cero en España o Rumanía respectivamente
Fabricado en dieciséis plantas a lo largo y ancho del mundo, cubriendo mercados tan variopintos como el argentino, el turco o el de Nueva Zelanda. Todo ello gracias a la extrema dureza que siempre han exhibido las unidades del R12, dotadas con unas bondades mecánicas de sobra conocidas por cualquier aficionado nacional a los clásicos.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS