El Authi Mini 850 L era un automóvil fabricado por Authi, una empresa española que fabricó los Mini bajo licencia desde 1963 hasta 1975. De hecho, Authi significa Automóviles de Turismo Hispano-Ingleses; manos navarras los construyeron en Landaben. Sus apellidos indicaban la cilindrada del motor -848 cm3 para ser exactos- y la L indicaba el acabado Lujo.
Este incluía una pintura bicolor, con el techo de color diferente al resto de la carrocería, unas alfombrillas de moqueta fabricadas en nylon y un cuadro de instrumentos con tres esferas. He visto ruedas de karts más grandes que las suyas, pues sus llantas son de 10 pulgadas.
Era realmente un coche muy pequeño, solo adecuado para cuatro personas que no fuesen muy voluminosas, que accedían a su interior a través de dos puertas. Medía 3.054 mm de longitud, 1.410 mm de anchura y 1.346 mm de altura. En cuanto a su plataforma, la batalla era de 2.308 mm y sus vías delantera y trasera de 1.207 mm delante y 1.162 mm detrás. Si le ponemos una cadena con una anilla podría pasar por un llavero grande. Su peso rondaba los 600 kg.
Por fuera era prácticamente igual que su hermano mayor, el Authi Mini 1000, salvo por la carencia de los intermitentes laterales y el anagrama de la zaga. Por dentro no esperemos elementos de lujo con el concepto actual, salvo unos asientos tapizados en escay (tejido plástico frío en invierno y muy cálido en verano), los guarnecidos de las puertas o algunos cromados como los del cuadro central de instrumentos. Por fuera se observaba algún cromado, como los aros de de los faros, los paragolpes, los retrovisores -muy pequeños, por cierto- o los tapacubos.
Resulta curioso el sistema de abatimiento de los asientos delanteros para dejar paso a los ocupantes traseros, pues el respaldo basculaba junto a la base del asiento, que solamente estaba sujeto por delante. Esto se traducía en la facilidad de volcarse hacia adelante con asiento incluido en frenadas inesperadas, ¡todo un logro de seguridad! En la actualidad se sigue manteniendo la localización central de la instrumentación en los MINI. Existía una bandeja abierta que recorría toda la anchura del salpicadero, pero sin tapa alguna.
Era un coche realmente pequeño, con tan solo 3.054 mm de longitud, pero podía albergar a cuatro pasajeros con una mínima comodidad. Se consideraba un vehículo ideal para ratonear por ciudad, y por carretera no se comportaba mal gracias a su rígida amortiguación
Para arrancarlo era necesaria la utilización del starter o estrangulador, actuado mediante un tirador o palanca que regulaba la entrada de aire. Con el motor frío se tiraba de él para que entrase menos aire y de esta forma evitábamos que se calara. Con el starter funcional solo necesitábamos girar la llave de contacto y un toque de acelerador para que arrancase.
Bajo su minúsculo capó encontramos un motor delantero transversal tetracilíndrico de 848 cm3 que rendía 37 CV SAE -sistema de medición americano, que mide la potencia del motor sin nada conectado a él-, algunos CV menos según nuestro sistema de medición. El par motor era muy discreto, con tan solo 60 Nm a 2.900 RPM. Una cilindrada tan pequeña se traducen en un motor perezoso a bajo y excesivamente ruidoso a elevado régimen, funcionando mejor a regímenes medios.
Con todo resulta elástico y soporta un alto régimen sostenido sin mayor problema, alcanzando el régimen máximo a las 5.500 RPM. Un problema común a estos motores era su calentamiento excesivo y un elevado consumo de refrigerante. Aunque su velocidad máxima teórica era de 120 km/h, lo cierto es que no sobrepasaba los 115 km/h reales, con una velocidad de crucero de 100 km/h, que para alcanzarlo se tomaba sus 22 segundos.
La caja de cambios era de cuatro velocidades, y resultaba muy agradable y casi adictivo engranarlas de forma muy rápida, lo que daba la sensación de ir muy veloz, aunque la aguja del velocímetro desmentía esta sensación. Pasada cierta velocidad, la cuarta valía para ir conduciendo todo el rato.
Los cambios había que hacerlos de oído, pues carecía de tacómetro, aparte de tener cuidado, pues al ser un motor carburado lo podíamos pasar de vueltas -no tenía corte en la alimentación-. En tercera se alcanzaban los 90 km/h, pero en cuarta se tomaba 35 segundos en pasar de 80 a 115 km/h. Es bueno recordar que las reducciones había que hacerlas con mucho cuidadito, mucho mejor si realizábamos la maniobra de doble embrague.
Por lo ruidoso del motor y la ausencia de aislamiento la sensación de velocidad era como la de un coche de carreras
En el puesto de conducción la seguridad brillaba por su ausencia. La posición del volante era más propia de una furgoneta que de un turismo, y los cinturones de seguridad -solo delante- eran de tres puntos pero sin tensores. La hebilla se anclaba en una guía metálica en vez de en un anclaje de los que conocemos hoy.
La dirección de cremallera no era asistida, pero no resultaba muy dura gracias a su bajo peso. Sus dos vueltas y cuarto de tope a tope lo convertían en un coche ideal para manejarse por ciudad. Por carretera abierta mostraba un gran aplomo, al igual que en las zonas de curvas.
En cuanto al equipo de frenos se contentaba con tambores en las cuatro ruedas, sin servofreno que los asista. Las distancias de detención no diferían mucho de modelos similares con discos, pero sí su facilidad para calentarse en exceso. Tengamos en cuenta que con llantas tan pequeñas no se podía hacer mucho más.
Su amortiguación es también característica, sustituyendo su efectiva suspensión hidrolástica por unos tacos de caucho que le dotaban de un comportamiento similar a un kart. En la práctica el coche se comportaba como una tabla en cualquier situación.
Su precio era de 92.000 pesetas en acabado Lujo y de 83.200 pesetas para el básico; barato no era, precisamente
En cuanto al consumo, sus 8-9 l/100 km era un valor bueno en su época, pero poco asumibles a los precios actuales. Con 25 litros de capacidad de depósito de combustible las visitas a la gasolinera eran frecuentes. Por lo menos era un pequeñín divertido de conducir por ciudad y por carreteras secundarias con curvas.
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Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...COMENTARIOS